Tenemos un lado vulnerable: somos propensos a hacer juicios equivocados. Una especie de trampa cognitiva que nos hace tomar como certezas las historias que nos han contado o que hemos decidido contar. ¿Y si algunas cosas en las que crees firmemente no fueran realmente como las piensas? ¿Te asombra conocer a alguien que piensa lo opuesto a ti, en algún tema sensible del que estás muy seguro?
Chimamanda Adichie, en su célebre charla «El peligro de una sola historia», advierte sobre la facilidad con la que podemos caer en el error de mirar la vida, las culturas, y a las personas desde un solo ángulo. «Una historia única crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos», dice ella. Esta incompletitud es peligrosa; es la base de los prejuicios y el origen de las ideas fijas que distorsionan la realidad y limitan nuestra capacidad de entender el mundo.
Desde muy temprano, los seres humanos aprendemos a simplificar. La mente necesita patrones para interpretar el caos de la información que nos rodea. Sin embargo, este afán de orden puede llevarnos a encerrarnos en estereotipos rígidos y narrativas únicas. Es lo que Amos Tversky y Daniel Kahneman, pioneros en temas de heurística y economía conductual, llaman el «sesgo de confirmación»: buscamos la información que reafirma nuestras creencias y evitamos o ignoramos la que las contradice. Es fácil crear monohistorias. El problema es que dividen al mundo: «Los chairos son ignorantes» y «Los conservadores son corruptos».
Nos incomoda cuestionar aquello que hemos adoptado como cierto. Una historia contada muchas veces comienza a parecer la única versión válida. Con frecuencia se representa a México, en Estados Unidos, así: un país pobre, de delincuentes e ignorantes; un estereotipo que ignora la diversidad cultural y racial, la historia centenaria y los logros actuales. Al reducir la narrativa a una sola dimensión, se le niega a todo un país y a sus habitantes el derecho a la complejidad y a la dignidad. Una narrativa que crea una «realidad» en millones de personas.
El ser humano tiende a reforzar identidades grupales en categorías tan básicas como «nosotros» y «ellos». Esto lleva a la creación de prejuicios y estereotipos; en lugar de ver al otro como un individuo complejo, lo vemos como una extensión de una etiqueta o grupo. En la práctica, es lo que ocurre cuando una nacionalidad, una religión o una cultura se define a partir de un solo relato que hemos adoptado y al que nos aferramos, a veces sin cuestionarlo. En el ámbito internacional, la monohistoria ha llevado a decisiones basadas en prejuicios y malentendidos. La humanidad está plagada de casos donde una región crea una imagen de otra región o cultura, que justifica la dominación y la intervención. Pasa dentro del mismo país, se demoniza al otro y se construyen muros invisibles de desconfianza, que alimentan el miedo y la división.
Para desafiar esta fragilidad humana de creer en monohistorias, necesitamos empezar por reconocer que nunca hay un solo lado de la historia. Cada historia tiene un reverso, un contexto, una razón de ser. «El mapa no es el territorio», dijo el filósofo Alfred Korzybski, recordándonos que nuestras representaciones de la realidad nunca serán la realidad misma. Esta idea es fundamental para cuestionar los estereotipos, porque implica aceptar que toda representación es una simplificación, una versión incompleta de la totalidad. Romper la monohistoria es un principio que podemos aplicar desde casa, en la escuela, el trabajo. Entender que la realidad puede variar radicalmente según la perspectiva es el primer paso para construir una visión más completa y empática del mundo.
En todos los ámbitos sería saludable preguntarnos: «¿y si no fuera así?». Hay que cuestionar nuestras propias creencias y resistir la tentación de simplificar y tener el valor de asomarnos al otro lado de la historia. La fragilidad humana no es necesariamente un defecto; puede ser una puerta abierta a la reflexión. Nos da la oportunidad de ser humildes, de aceptar que nunca tendremos toda la verdad y de seguir buscando. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero reconocerlo es un comienzo.
Cada vez que renunciamos a una sola historia, ganamos un poco más de humanidad.
Fuente: Reforma