Muchos muertos

Por enésima vez vuelvo a preguntarme si no sería ya hora de que el Gobierno mexicano pusiera atención a la realidad que, sin ideología de por medio ni pertenencia a ningún estrato de poder, nos dice toda la verdad en torno a los problemas vitales del país. Siempre está ahí para desmentir toda estructura discursiva que intente enmascararla.

Es así porque la realidad está por encima de cualquier constructo discursivo, aunque sea el individuo más poderoso quien sostenga esa palabra que termina por derrumbarse ante la fortaleza de realidad que preside la vida cotidiana de todos.

La recurrente tendencia del Gobierno mexicano a no tomar en cuenta la realidad, provoca mucho daño a las élites de mando en este país.

Sin contar con una definición precisa, más allá de la vaguedad que ofrece el diccionario, puede decirse, sin embargo, que la realidad es una entidad que siempre está ahí con una contundencia irrebatible. Nadie la ha puesto donde está porque no se trata de una entidad concreta sino de un proceso permanente de construcción colectiva.

Por los distintos saberes humanísticos que ha construido el ser humano, sabemos que el conocimiento tiene la doble intencionalidad de criticar la existencia y anticipar la creación de una realidad distinta de la del presente, que sea mejor siempre.

El centro de gravedad de ese proceso constructivo de la realidad está en el sujeto. Ni la ciencia, ni la religión o la política, por ejemplo, pueden conducirlo porque todos los individuos tienen la responsabilidad de co-crear la realidad que constituye la sociedad en que vivimos.

La prioridad es conocer el contexto que habitamos, así como las posibilidades y recursos disponibles porque el lugar, las pautas socioculturales, los conocimientos, las predisposiciones, la visión de futuro, permitirán conocer las posibilidades de enriquecer el proceso constructivo de la realidad.

La realidad es una realidad para alguien. Es particular y comunitaria. Se va dando en un continuo proceso de diálogo. La realidad significa algo en la medida en que comunique a unos individuos con los otros.
Está en sus procesos comunicativos cotidianos.

Por eso la realidad es inagotable, plural, diversa e inconmensurable porque es un movimiento continuo y total que no es nada en sí mismo, sino en la medida en que significa algo para un individuo; él es quien va creando la realidad en su desenvolvimiento cotidiano y en el desarrollo de sus procesos vitales.

Lo trascendente es que la realidad no admite contradicción. No se puede mentir ante ella ni nada puede alterar su noción irrefutable de Ser como es. Por eso también ella se encarga de desestructurar todo proceso discursivo que intente alterarla. Esa es la razón por la que situaciones por las que pasa el país no pueden sostenerse a pesar del enorme poder que pudiera tener el agente generador del discurso.

A manera de ejemplo, veamos lo siguiente: la élite de seguridad del país se reúne en Guerrero y su discurso es triunfalista, todo va bien, pero matan a un magistrado; el gobernador de Sinaloa, el señor García Harfuch (es el que gobierna auténticamente por encima del constitucional) declara que todo va bien para Culiacán, pero la guerra sigue imparable; el segundo piso de la cuarta transformación asegura que no hay corrupción, pero Adán Augusto y Monreal se ven salpicados por cosas no transparentes… Bueno, la realidad está ahí para recordarles a todos que ella es un cuestionamiento serio que debería tomarse en cuenta.

De todo el vendaval que pone a descubierto la realidad, me quedo con uno: el sufrimiento del pueblo mexicano, el sufrimiento que no cabe en el discurso pero que está ahí como una realidad surgida de la marginación en la que se encuentra inmerso, sin posibilidad, de revertir su condición de pobreza.

La muerte del mexicano parece necesaria consecuencia de un orden social orientado a satisfacer la codicia y los intereses de una minoría claramente definida y a la vista de todos.

Vista con buenos ojos, la política podría ser un arte. Si se le concibe de esta manera, esto significa que la política y todas las acciones que de ella emanen, objetiva un tramo de la existencia. Un quehacer político será tanto más vivo y valioso en la medida de su riqueza hermenéutica.

Al momento de conocer y analizar el quehacer que se desprende de una obra política lo más importante son los valores que pretendió exaltar o destruir quien ha concebido estas líneas de acción. Sin embargo, ese sustrato sólo cobra sentido al momento en que todo ese quehacer se concreta en la realidad donde su transformación será el sello que garantice la eficacia de tal quehacer.

El político puede concebir su quehacer como le venga en gana, pero no puede ni debe olvidar que su quehacer debe contribuir a la promoción de la condición humana hacia lo mejor. No hacerlo así y, por el contrario, coadyuvar al envilecimiento del ser humano constituye un crimen en cuanto que su acción nefasta va encaminada a la destrucción y el aniquilamiento.

Los grandes políticos de la historia universal han producido un quehacer que, en una u otra forma, han promovido al ser humano a una mayor dignidad ontológica.

La narrativa de nuestra presidenta, sostenida por expresiones discursivas ambiguas y cargadas de vaguedad, oculta algo esencial: su falta de compromiso social. Así se percibe cuando el sentido de su quehacer político no se corresponde con la realidad.

Gabriel García Márquez, la mejor expresión del realismo mágico, decía que donde no hay pasión hay chapuza; es decir se miente, se hace trampa. Mi presidenta es chapucera, hace trampa, le falta pasión por el compromiso social para responderle al pueblo que dice privilegiar.

La nota diaria indica que hoy tenemos más muertos, muchos, por la violencia. En términos de significación esto quiere decir en principio que el quehacer político constituye un fracaso.

Y ante esa mortandad abrumadora, el mexicano de hoy no tiene posibilidades de abandonar su condición de existencia. Y por eso también, para expresar su vida sólo entrega su muerte, visible en las masacres cotidianas, que el nuevo día nos entrega en Chiapas, en Zacatecas, en Guanajuato, en Nuevo León, en Sinaloa…

Lejos está mi presidenta de la narrativa que exhibe en las mañaneras del pueblo; la vida cotidiana nos entrega otros datos de la realidad que los políticos enmascaran con su visión paradisíaca de México.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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