Nace un demócrata, más de cien guiños para Jimmy

Con gratas albricias se está de vuelta. Gracias por andar acá de nuevo. Este resquicio de su Espacio 4, que es devota fe-de-Ratas… con sus maquinitas de escribir, no puede dar paso sin traer al frente uno de los momentos simbólicos que delinearon la caída de telón que se devaneó entre aquel 24 y este 25.

Quién sabe. Pero el olímpico habitar del tiempo que forjó Jimmy Carter siempre —como a algunos colegas que escudriñan el pasado— ha provocado una curiosa, ambivalente, pero respetuosa apreciación histórica. Hoy ya se trata del presidente de los Estados Unidos más longevo. Y firmó su récord con centenaria delicadeza. En mi caso creo que siempre se trató de una conexión con aire de familia. Un mes después de que Carter tomara posesión como POTUS demócrata, mis papás se casaron y se fueron de luna de miel a los picos nevados de Colorado. Todo era Carter, según sus memorias. Era 1977 y todavía quedaban bolsitas de cacahuates. Había sido senador y gobernador de Georgia, tierra de durazno y robles… y la versión «Georgia on my mind» de Ray Charles. Fuuum.

Hoy, entre tanto desencuentro y desconcierto con el GOP —Grand Old Party— y su MAGA —Make America… y lo demás—, estas solemnes exequias contienen gestos suficientes para (des)dibujar un carnavalesco estand del escenario gringo-político vecinal. Porque hay contrastes. Nostalgias. Y reuniones inéditas.

Flirteos sureños del tercer tipo

Bicós aquel avistamiento UFO lo firmó el propio Jimmy. James Earl Carter nació en el otoño de 1924. ¿Augurios? Ese año se iban: Lenin, Kafka, Puccini. Hitler estaba en la cárcel, a punto de salir. Mein Kampf ya estaba listo. Y Hoover se aferró a las riendas de un FBI en gestación. Breton, Dalí y Magritte le daban auspicio al Manifiesto surrealista. Y para no soslayar, la «Rhapsody in blue» de Gershwin pataleaba entre conservatorios y clubes humeantes de jazz neoyorquino, como esperando a Woody Allen.

El trigésimo noveno Mr. President iba a tomar posesión el 20 de enero de 1977. Atrás quedaban Nixon y Ford. El primero admitió su escandalito con firma Watergate ante Frost: el reportero más rápido de la planicie australiana. The Washington Post de Bernstein-Woodward —y Todos los hombres del presidente— aún era contestatario (too soon?). Ford, en cambio, se reconoció incompetente ante el implacable ascenso de Jimmy, el black horse demócrata, como confesión de bolsita de cacahuates y una cerveza fermentada en Omaha.

Por allí, un actor en retirada preparaba berrinches de plató ante el tratado que el flamante demócrata iba a firmar con el presidente Torrijos de Panamá. Versaba que, para el año 2000, el canal pasaría a ser soberana propiedad del pequeño país centroamericano. El coraje rechinó aún más en las muelas de aquel exhistrión republicano, entusiasta de las prácticas caza-brujiles del senador McCarthy. Era Ronald Reagan y, con el puño en la mesa, despotricó hacia las vísceras cómo se jugaba con propiedad y dinero ¿americanos? Pero supo aguardar sin tanto exabrupto. No era su momento. Yet.

Y bueno, qué período, James. No necesitó la reelección para cincelar una gestión fértil y de alto voltaje. Los Concordes salían despedidos a velocidad marca mach de N.Y. a Londres y París. El océano Atlántico, por un tiempo, se redujo a una pecera de tres horas. Igualito que los autobuses que, cuando llegas a Cadereyta, ya no pudiste terminar la película que estaba.Similar.

Pero qué responsabilidad, también. Porque fue un mandato donde cayeron a mejor vida varios personajes elementales para delinear el andamiaje cultural de aquellos USA setenteros. El arquetípico es Elvis. Así que fue Carter quien enunció el ya célebre: «Elvis cambió —permanentemente— el rostro de la cultura pop estadounidense». Y pocas semanas después… a los 74 cerró el ojito Bing Crosby. El crooner más disciplinado, prolífico y versátil de aquella generación. Dijo Carter que «esa voz icónica, diseñada para todos los públicos y generaciones, será —siempre— crucial para entender la escena musical estadounidense». Hasta la Maria Callas y Chaplin se despidieron, pero como eran momentos de hacer geografía con pinzas ante un Telón de Acero, también se zambulló por ahí el gran Nabokov con todo y su Lolita. Pero tranquilos, que como aún no llegaba la Thatcher británica, The Clash se arrojaba, sin censura, al «I fought the law» y el «London calling». La represión llegó, ahora sí, hasta el álbum Sandinista!… del mero 80. Lo bueno es que en la tele ya estaba la Pantera Rosa. Y la disco del Studio 54 era lleno total.

Profecías

En nuestras narices se cumplieron. El segundo —de cuatro— remakes de A star is born cubrió las marquesinas del Carterismo cinematográfico. En este caso le tocaba a Barbra Streisand ser el emergente astro… y ahí estuvo la estatuilla de la Academia. Poco más de 40 años después, la misma dinámica le daría el premio a Lady Gaga con Bradley Cooper. Pero, con tal de darle telón y atmósfera a la historia, toca recapitular —en esos mismos premios— a la Mejor Banda Sonora. Yes: don Jerry Goldsmith, genio que con el tiempo le dará combustible acústico a cintas como Alien, Poltergeist o los Gremlins. Pero, en esta ocasión es La profecía, con especial tímpano al ominoso «Ave Satani» de ese soundtrack.

Las carteleras —tan apropiadas— ofrecían: Encuentros cercanos del tercer tipo, Fiebre de sábado por la noche, y el episodio IV de Star Wars: A new hope. Y no dejemos de lado a la mítica Vaselina: doblete de Travolta y golpazo de Olivia Newton-John.

En charla romántica, cuando se casaron Jimmy y Rosalynn también hubo espiral dramática… de esos donde nos preguntamos: ¿por qué cuartear tanto al protestantismo… si ya venía con sendas cicatrices? La bonita niña metodista y el trasegado muchacho evangélico: ¡pum! No importa. Marido y mujer. Jimmy & Rosalynn en su terruño eterno: Plains. El condado perdido de Ohio. En su camino, las bocinas radiofónicas White-House les expulsaron: «How deep is your love», de los Bee Gees; o «Dancing queen», de ABBA. Tiempazo de cursi-realeza para estar vivo.

Florituras

La caricia más sutil de los 70 llegó por este lado. Las disculpas públicas para los veteranos de Vietnam se hicieron realidad con Jimmy Carter. También, como juego bicolor de damas, las relaciones diplomáticas con China se plantaron en sutil —y pacífica— mano… por fin. A Nicaragua se le otorgó tan esperado bofetón al delirante Somoza. Eso impulsó la gigantesca patada de oxígeno que rearticuló a los sandinistas y su frente de Liberación Nacional. La infame «contra» ya iba a ser responsabilidad de Ronald Reagan.

Tal lucha proliberal lo llevó, también, hasta la destructiva revolución teocrática del ayatolá Jomeini. Se trataba de surtir apoyo simbólico al sha Mohammad Reza como verdadero soberano. Y mientras la oscura viscosidad petrolera enturbiaba las máquinas del pensamiento, hubo que «retirar» al Sha… y dejarlo en México —con todo y chef—. Venga… que hasta Ramos Arizpe llegamos. En paralelo, no había marcha atrás, se aprobó el boicot a los Juegos Olímpicos de verano en Moscú 1980. La Guerra Fría —como nunca el Mundial de futbol— cerró filas y clausuró su participación en estos JJ.OO. del otro lado de la cortina de hierro. Pero, tranquilos. Es un hecho que este tipo de reacciones diplomáticas serán el punto de referencia para evaluar el protoderretimiento del Glasnost que —¡ni modo!— Leonid Brezhnev le heredaría a Andropov… poco a poco, hasta llegar a Gorbachov.

Epílogo: los cinco muchachos

Son 100 años. Todo es posible. El 29 de diciembre algo, con calma, ha de haberse «apagado». Ahí comenzó el período mensual oficial de luto: del 29 al 29 de enero. La fecha oficial, entonces, será el 9 de enero: holliday ipso facto rubricado por Joe Biden… el «Luto Oficial». Una retahíla microceremonial se echó a andar sin sentido de la pausa. Pero, eso sí, los Cinco Señores ahí estuvieron: Bill Clinton (D), George W. Bush (R), Barack Obama (D), Donald Trump (R-R), y Joe Biden (D). Ligera mayoría demócrata que, con inquieto frote de manos, se empataba con la segunda administración que ya se desplegó —ayer—. Los D y los GOP medio tablas.

Así, los servicios funerarios de Jimmy Carter lo elevaron en la sintonía del Capitolio. Todo antes de partir con quien se fue hace un año: Rosalynn. Esos detalles que uno nunca comprenderá… pero aceptará con respeto y cariño. Vámonos al terruño de condado-cementerio de la granja de Plains, Georgia: propiedad de la familia materna del matrimonio Carter. Un año. Sí, ya están juntos.

Es fecha que no se borró su registro de casi 10 años antes de ser presidente, cuando explicó con calma su encuentro con un objeto volador no identificado. El OVNI de 1969.

Se vale un leve asomo. Que vengan los cacahuates con cerveza.

Deja un comentario