Ni nepotismo ni reelección

El nepotismo y la reelección inmediata de diputados, senadores y alcaldes fueron concesiones de presidentes débiles a clanes y cúpulas partidistas ávidas de poder; no a una demanda ciudadana, a la cual se recurre solo en temporada de campañas y para llenar plazas. Lo mismo sucede con los legisladores plurinominales. Esta figura perdió sentido cuando el sistema de partidos se consolidó y la competencia electoral se sometió a reglas claras y al control de instituciones autónomas (INE y TEPJF). Estados Unidos, cuya población es de 340 millones de habitantes, tiene 435 representantes y 100 senadores. México, con 208 millones de habitantes menos, tiene mayor número de congresistas: 500 en la Cámara Baja y 128 en la Alta.

La reforma electoral de 2014 de Enrique Peña Nieto, para permitir la reelección consecutiva de legisladores federales y locales, y de presidentes municipales, por periodos determinados según el caso, derivó del Pacto por México. El PRI, PAN y PRD aprobaron la agenda neoliberal del presidente, aclamada por los grupos de poder nacionales y extranjeros, a cambio de posiciones y más financiamiento. Los gobernadores, líderes «de facto» de los partidos y de las fracciones parlamentarias, sacaron la mayor tajada. La ciudadanía, como siempre, fue la convidada de piedra.

Las dinastías políticas, económicas y culturales han existido a lo largo de la historia. El propósito consiste en perpetuar su influencia dentro y fuera de esos ámbitos. A ninguna familia se le puede prohibir el ejercicio de una profesión o actividad practicada por generaciones, máxime si han cobrado relevancia, mas no en todos los casos prestigio. Sin embargo, en política existen normas para impedir que el poder lo concentre y ostente de por vida un mismo clan, los cuales siempre tienen un final. En México, a diferencia de Estados Unidos, con los Bush, la presidencia no ha sido ocupada por familiares. El presidente Theodore Roosevelt (republicano) era tío en quinto grado de Franklin Delano Roosevelt (demócrata).

La mejor fotografía del sistema político posrevolucionario se debe al historiador, politólogo e intelectual Daniel Cosío Villegas. Lo definió como «una monarquía absoluta, sexenal y hereditaria por línea transversal (…) una disneylandia democrática» (El sistema político mexicano, 1972). El presidente nombraba a su sucesor; y todos, en apariencia, felices.

A Mario Vargas Llosa México le parecía «una dictadura perfecta». Años después, en una charla con lectores moscovitas, el Nobel de Literatura comentó sobre su incursión en la política: «La enseñanza más provechosa que he sacado de esa experiencia (candidato a la presidencia de Perú en 1990) es que soy muy mal político. Y También aprendí que la política saca lo peor del ser humano, por la atracción extraordinaria hacia el poder. Esto echa por la borda, principios, convicciones y moral».

Las cosas empezaron a mutar en 1994, con la reforma electoral de Ernesto Zedillo, primero en entregar la presidencia al candidato de un partido distinto al suyo. Empero, México se atoró en la alternancia. Vicente Fox desaprovechó el impulso democrático para cambiar el sistema, como lo prometió en campaña. Con Felipe Calderón y Peña Nieto el país retrocedió, pues fueron electos en procesos claramente irregulares, lo cual los convirtió en rehenes de la partidocracia, los gobernadores y los grupos de presión. Andrés Manuel López Obrador empezó a romper el círculo vicioso. Terminar la tarea corresponde ahora a la presidenta Claudia Sheinbaum.

Contra el favoritismo

Además de ser inútil y de enquistar a las cúpulas partidistas y a sus cómplices y preferidos en el Congreso, la reelección consecutiva de diputados y senadores impide el ascenso de cuadros con militancia, méritos y capacidad probadas. El favoritismo desalienta a la mayoría. En ese sentido, las reformas para prohibir la reelección consecutiva de legisladores locales y federales, así como la transmisión de puestos de elección popular entre familiares, anunciadas por la presidenta Claudia Sheinbaum en la ceremonia por el 108 aniversario de la Constitución, han generado entusiasmo. Sobre todo en las militancias de los partidos, excluidas después de mucho tiempo de brega política.

¿Con qué merecimientos Alejandro Moreno y Marko Cortés ocupan hoy un escaño en el Senado tras la aplastante derrota que sus partidos (PRI y PAN) sufrieron en las elecciones presidenciales y legislativas de 2024? El diluvio llegó para sus partidos con el triunfo de Morena y sus aliados (PT y Verde), pero ellos salvaron el pellejo. Jesús Zambrano, exlíder del PRD, también se apuntó como senador de representación proporcional. Sin embargo, la insuficiencia de votos frustró su aspiración y sepultó al partido del sol azteca, que en 2006 estuvo a punto de ganar la presidencia, pues perdió el registro. El retorno de Ricardo Anaya al país, cobijado por el fuero senatorial, después de un exilio de tres años, se explica desde una perspectiva futurista infundada: volver a ser candidato presidencial, en 2030.

Rubén Moreira Valdés ha sido diputado federal ¡en cuatro ocasiones! Pero solo una, en 2009, cuando el moreirato estaba en su apogeo, lo fue por votación (mayoría relativa/uninominal). Las otras tres, incluida la actual, accedió al Congreso por la puerta trasera (representación proporcional —plurinominal—); es decir, por lista. De haberse presentado por algún distrito, los saltillenses y su hermano Humberto Moreira (HM) lo habrían impedido. El antecedente es la elección de Hidalgo, donde HM contribuyó, de alguna manera, al triunfo de Julio Menchaca (Morena), contrincante de la esposa de Rubén por la gubernatura. Ni Miguel Riquelme pudo ganar la elección de senador de mayoría.

El caso de Jericó Abramo Masso es diferente. Ha sido diputado federal en tres legislaturas, todas por la vía uninominal. El exalcalde saltillense afrontó a Rubén Moreira en la sucesión estatal de 2017 por bloquear su aspiración de ser candidato a gobernador, propósito que no abandona. Abramo es el único diputado distrital de Coahuila en el Congreso; el PAN ocupa dos asientos, y Morena, cinco. En 2018 compitió por la senaduría, pero por ser el segundo de la fórmula no ingresó a la Cámara Alta. La votación del PRI en ese proceso se debió a él en gran medida. El refrán volvió a cumplirse: Jericó corrió tras la liebre, y Verónica Martínez (actual diputada federal plurinominal), sin correr, la alcanzó.

Jericó y Moreira podrían ser electos en 2027 para un nuevo periodo, pues las reformas contra el nepotismo y la reelección inmediata, aprobadas ya en las comisiones respectivas del Senado, entrarán en vigor en 2030. La presidenta Sheinbaum tiene mayoría calificada en ambas cámaras para sacar adelante los cambios a la Constitución. Después vendrá la eliminación de las diputaciones y senadurías de representación proporcional. «Para ser elegido hay que trabajar en territorio, ganarse el voto ciudadano», advierte la primera mandataria del país.

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