Nuestra democracia: entre la mediocracia y la meritocracia

¿Normal? ¿Qué es normal? En mi opinión, lo normal es sólo lo ordinario, lo mediocre. La vida pertenece a aquellos individuos raros y excepcionales que se atreven a ser diferentes.

Oscar Wilde

Este 2025 se cumplen 100 años del fallecimiento del médico, psiquiatra y filósofo italoargentino José Ingenieros, quien publicó El hombre mediocre en 1913. Un libro que apostó por el idealismo para superar el lastre de la mediocridad. Para el autor argentino, la mediocridad implica la incapacidad de abrazar ideales. «La psicología de los hombres mediocres caracterízase por un rasgo común: la incapacidad de concebir una perfección, de formarse un ideal» (p. 37).

Los idealistas son «esos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño, buscando alguna perfección más allá de lo actual» (p. 9). Mientras el hombre idealista imagina creadoramente, el hombre mediocre imita y vive cual borrego: «¿A dónde va Vicente? A dónde va la gente». Resuenan en estas páginas lo que Nietzsche afirmó a lo largo de su obra: hay que emanciparse del rebaño. «Todo idealista es una viviente afirmación del individualismo» (p. 11). Pero Ingenieros agrega que el idealista/individualista «puede vivir para los demás, nunca de los demás» (p. 11).

Hay idealistas románticos —normalmente los jóvenes de 20 años— que son sentimentales y predomina en ellos el corazón. Pero los hay también estoicos —los adultos de 50 años— que rezuman experiencia y prefieren lo apolíneo a lo dionisiaco. De nuevo Nietzsche se hace presente. Traigo a colación aquí El origen de la tragedia del autor alemán.

Quienes ejercemos contra viento y marea la profesión de la docencia, hemos de lidiar con aquellos alumnos vanidosos que, sin mérito alguno, no piden, exigen el 10. Ingenieros hace referencia a ello: «La diferencia, si la hay, es puramente cuantitativa entre la vanidad del escolar que persigue 10 puntos en los exámenes, la del político que sueña verse aclamado ministro o presidente, la del novelista que aspira a ediciones de cien mil ejemplares y la del asesino que desea ver su retrato en los periódicos» (p. 101). Todos ellos vanidosos y mediocres.

Pero abandonemos la versión individual de la mediocridad. Incursionemos en el mundo de la política. Hablemos de la mediocracia o «mesocracia». Platón llegó a referirse a la mediocracia cuando casi al final de La República sostiene que la democracia «es el peor de los buenos gobiernos, pero es el mejor entre los malos». Aquí Ingenieros asimila democracia a mediocracia. La mediocracia consiste en que «los que nada saben creen decir lo que piensan, aunque cada uno sólo acierta a repetir dogmas o auspiciar voracidades» (p. 134). Desgraciadamente las mediocracias no perdonan a quienes viven para un ideal. Así es nuestra política en México. Tanto en el oficialismo como en la oposición, predominan los mediocres rapaces. Las excepciones confirman la regla. Se vive de la política y no para la política.

Ingenieros antepone la meritocracia o la «aristocracia del mérito» a la mediocracia, en la línea de lo que expone y propone Platón en su obra magna. Censura y descalifica a la democracia cuantitativa y también a la aristocracia oligárquica. Para él «la aristocracia del mérito es el régimen ideal, frente a estas dos mediocracias que ensombrecen la historia. Tiene su fórmula absoluta: “la justicia en la desigualdad”» (p. 159). Llega a sugerir: «Un régimen donde el mérito individual fuese estimado por sobre todas las cosas, sería perfecto. Excluiría cualquier influencia numérica u oligárquica» (p. 158).

Rescato de su propuesta la importancia del mérito en la política. Pero no coincido en su desprecio de la democracia. La democracia llegó para quedarse. «Es el peor sistema de gobierno, a excepción de los demás» (Churchill). Lo que le hace falta a la democracia electoral, para que no pierda la riqueza de la democracia participativa o directa, es pronunciar el proceso de ciudadanización de modo que tanto los gobernantes como el electorado, tomen en cuenta los méritos de las personas a la hora de designar a alguien para una posición política importante o a la hora de acudir a las urnas a votar, respectivamente. Desgraciadamente, se sigue seleccionando a gente sin perfil para el puesto, normalmente con un pasado cuestionable, y con la ambición reflejada en el rostro. Tengo amigos, muy valiosos, que no han sido tomados en cuenta por los capitostes de la política para cambiar el rumbo del país. ¿Por qué no pensar en optar por una «democracia del mérito»? En fin, aquí lo fundamental es desterrar la mediocridad del terreno de la política para no caer al abismo de la «kakistocracia».

Referencia:

Ingenieros, José, El hombre mediocre, Porrúa, «Sepan cuantos…», No. 270, 17a. edición, México, 2004.

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