Los resultados de las elecciones del 2 de junio generaron sorpresas sobre todo por la cantidad de votos que obtuvo el partido en el poder federal y que se tradujeron en una victoria contundente para los comicios presidenciales y legislativos que permitirán un control total de la gobernanza en casi todo el país.
La sorpresa no alcanzó a la oposición pues los pronósticos sí presagiaban una caída radical de las preferencias por una campaña dispersa con una candidatura presidencial construida al vapor y sin arraigo incluso entre los propios militantes de la coalición entre PAN, PRD Y PRI.
El primer damnificado y que todo apuntaba a que así fuera, es el partido del sol azteca que no alcanzó el 3% de la votación total para mantener su registro y con ello terminar su historia dentro de la política mexicana.
Sus acompañantes en coalición también observaron caer sus preferencias y demostrar en términos políticos que ya no compiten como oposición y aún menos en las urnas a nivel nacional.
La reacción de los tres partidos o al menos la de sus dirigentes proyecta arrogancia y soberbia política pues ninguno de los tres reconoce su incapacidad para competir y convertirse los tres juntos en una opción verdadera de gobernanza.
En el caso del PRI, llama la atención que, con ejemplos de labor política y electoral como los casos de Coahuila, no se toma en cuenta en las decisiones nacionales parte de la experiencia ganada con los triunfos de los últimos seis años.
Por el contrario, pareciera que hay una intención verdadera de sepultar al otrora poderoso tricolor que hoy observa sus estrategias y formas rebasadas por un movimiento nacional lleno de exmilitantes y políticos de ese partido que tomaron el poder en forma contundente como en los mejores años del partidazo.
Para el caso del PAN la situación no es diferente y con un liderazgo nacional débil, estéril y más parecido a un mercenario de la política, hoy en el interior de sus filas sus propias figuras y militancia reconocen el fracaso y ya inician con las peticiones de cambios radicales pues aún sienten hay oportunidades en el futuro.
Para el PRD, diezmado y sin fuerza nacional, la elección del 2 de junio, fue la puntilla política de una crónica anunciada de fracaso y derrota irreversible pues no bastó un liderazgo voluntarioso y negociador para evitar la estrepitosa desaparición del partido a manos de los propios exfundadores del instituto político.
Después de los resultados ahora muchos nos preguntamos qué pasará con la oposición política en México para generar contrapesos partidistas, que sucederá con los dos partidos (PRI y PAN) que podrían estar incluso en vías de extinción, cuál será su futuro en las elecciones del 2027 y como se reestructuran si pretenden ser una verdadera competencia electoral.
Hoy la única oposición se centra en el partido naranja que pareciera más una comparsa negociadora con el grupo político en el poder a nivel nacional y no ofrecerá un verdadero contrapeso para decisiones que podrían tornarse absolutistas y autoritarias.
En ningún país en vías de desarrollo es conveniente una gobernanza sin oposición y los riesgos para la política mexicana son muchos, pues ahora el sometimiento será constante bajo la amenaza de la desaparición y sin duda eso no genera equilibrios sociales y justicia para el grueso de la ciudadanía.