En un entorno cada vez más hostil, la suplantación digital amenaza al periodismo. Las máquinas pueden imitar la voz, pero no el riesgo, advierte el escritor Juan Villoro
«Es posible que la especie no merezca ser salvada en su conjunto. Si algo la dignifica son los periodistas que buscan la verdad». Con esta frase concluye Juan Villoro su columna «Una disyuntiva» (Zócalo, 23.05.25). El texto parte del documental AlphaGo, que muestra la victoria de una inteligencia artificial (IA) sobre el maestro del juego de Go, Lee Sedol. Para Villoro, ese episodio es una metáfora de una paradoja mayor: la euforia por crear algo que puede reemplazarnos.
«El planeta avanza hacia lo posthumano. ¿Vale la pena recuperar una voz violentamente cancelada a riesgo de potenciar la IA que suplantará a numerosos informadores o resulta preferible ayudar a que reporteros reales averigüen el destino de colegas desaparecidos?».
Juan Villoro, periodista
La misma tensión entre avance tecnológico y ética humana se hizo presente cuando el autor de El testigo recibió en 2022 un premio de la Fundación Gabo y se planteó qué hacer con el dinero en un país donde, entre 2019 y abril de 2025, habían sido asesinados 48 periodistas, según Reporteros sin Fronteras. Entonces surgió una idea que parece sacada de la ciencia ficción: usar IA para «revivir» a comunicadores caídos. Por ejemplo, crear una versión digital de Regina Martínez, reportera asesinada en 2012 tras investigar la corrupción en Veracruz, alimentando un algoritmo con sus textos y contexto para que siguiera publicando. La propuesta, aunque bien intencionada, generó inquietud: ¿hasta qué punto eso contribuiría a borrar la figura del periodista real, su riesgo, su cuerpo, su voz?
Frente a esa disyuntiva, optó por donar el premio a profesionales de la información que cubren desapariciones forzadas en estados como Chihuahua, Guerrero, Michoacán, Veracruz y Tamaulipas. La decisión no sólo fue ética, sino política: en tiempos donde lo artificial amenaza con deshumanizar los oficios, apoyar a quienes buscan la verdad con nombre y apellido es un acto de resistencia.
La voz sin cuerpo
La propuesta que inquietó a Villoro —usar IA para recrear a periodistas asesinados— no es tan descabellada como podría imaginarse. Ya se han producido intentos similares en el mundo editorial y mediático, con resultados tan fascinantes como perturbadores. En 2024, el periódico London Standard publicó una reseña de arte supuestamente escrita por Brian Sewell, un crítico fallecido en 2015. La pieza fue generada por IA entrenada gracias a sus textos, con el visto bueno de su patrimonio legal. El resultado, estilísticamente convincente y éticamente polémico, tenía la voz de Sewell, pero no su voluntad, ni su tiempo, ni su contexto. La IA no arriesgó reputación alguna, no visitó la galería, no sostuvo una conversación con el artista. Solo imitó.
El caso, aunque presentado como experimento editorial, abre una disyuntiva profunda: ¿puede una IA continuar el legado de alguien cuyo oficio implicaba tomar riesgos, decidir silencios, confrontar poderes? ¿A quién pertenece una columna escrita por una máquina que finge ser alguien más? La inquietud de Villoro cobra sentido ante este tipo de iniciativas. Si una IA llegara a firmar como Regina Martínez, por ejemplo, no solo habría una suplantación estética, sino una anestesia simbólica: nadie amenazará a una IA, nadie la censurará, nadie la matará. Y en ese espejismo de continuidad, podríamos olvidar que una mujer real fue asesinada por hacer preguntas incómodas. La memoria sería absorbida por la ilusión de permanencia.
La tentación tecnológica no es menor. El periodista estadounidense Jamie Dupree, que perdió la voz por una enfermedad neurológica, logró volver a la radio gracias a una voz sintética creada con IA. En ese caso, sin embargo, el cuerpo sigue ahí, consciente, trabajando, con nombre y firma. No se trata de reemplazo, sino de asistencia. No obstante, esta frontera entre ayuda y sustitución resulta cada vez más difusa. A medida que las máquinas ganan capacidad para imitar voces, estilos y hasta decisiones, se abre un terreno resbaladizo donde la autenticidad se convierte en un valor en peligro. El riesgo no solo es la pérdida de empleo o prestigio profesional, sino el borrado paulatino de la experiencia humana, de ese compromiso que implica exponerse y pagar un costo personal.
Desafío tecnológico
El periodismo enfrenta hoy una crisis que combina violencia, precariedad laboral y el avance tecnológico, con impactos profundos en su rol social. México se mantiene ubicado, desde hace años, entre los países más peligrosos para ejercer esta profesión. Dicha realidad hace mancuerna con condiciones laborales precarias que afectan a más del 25% de los comunicadores a nivel mundial, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la cual reporta bajos salarios y ausencia de garantías sociales como enfermedad o jubilación.
En este escenario, la inteligencia artificial irrumpe en las redacciones con promesas y riesgos. Por un lado, la automatización agiliza la producción de noticias rutinarias —como reportes financieros o meteorológicos— y puede liberar tiempo para investigaciones más profundas. Sin embargo, un estudio de la Universidad de Columbia reveló que cerca del 40% de las redacciones en Estados Unidos están considerando implementar IA para reemplazar tareas que antes requerían juicio profesional, un paso que podría traducirse en contenidos más homogéneos y menos críticos.
El dilema no es solo si la IA puede hacer el trabajo periodístico, sino si debe hacerlo. La proliferación de noticias falsas y desinformación exige voceros con ética y pensamiento crítico, más que nunca. Proteger el periodismo hoy implica más que garantizar condiciones laborales dignas o exigir justicia ante la violencia: también requiere defender el derecho a la incertidumbre, al criterio humano, al silencio que una máquina no sabrá interpretar. La IA puede imitar voces, pero no puede cargar con sus consecuencias. Y quizás por eso, como advierte Villoro, lo que está en juego no es solo el oficio, sino la memoria, el riesgo, la vida misma. E4