¿Pero qué lío hiciste, Francisco?

El Papa de los marginados rompió con las convenciones religiosas tradicionales, impulsando a los fieles a abandonar una fe superficial y comprometerse con los más necesitados. Su ejemplo de humildad y cercanía transformó la visión cristiana del mundo, invitando a una reflexión profunda sobre el verdadero significado del Evangelio

¿Pero qué hiciste, Francisco? Te has marchado sin darte cuenta del lío que armaste, de lo que iniciaste, del fuego que provocaste.

Sí, porque en mi vida de fe todo estaba relativamente bien antes de que llegaras. Antes de que hace poco más de 12 años te pusieras esa túnica blanca y tomaras por nombre ese nombre que ahora resuena por todos lados: «Francisco, el Papa de los marginados».

¿Qué hiciste, Francisco? Me pediste que saliera de ese cristianismo cómodo, blandengue, tibio. De ese que se deja solo para los domingos en el templo, del que se conforma con colgarse un crucifijo o un rosario, del que se queda en rezos, pero no se convierte en vida.

¿Qué hiciste, Francisco? No solo a mí, sino a miles de personas que ahora nos cuestionamos si de verdad estábamos viviendo nuestra fe católica o solo estábamos lavando nuestras conciencias. Porque con lo que hiciste, Francisco, me quitaste la paz, la tranquilidad de un alma adormecida por la comodidad, y me pediste que volteara a ver el mundo, no mi burbuja, sino el mundo real.

¿Qué hiciste, Francisco? No solo abrazaste a los enfermos, sino que los miraste a los ojos, no tuviste temor de tocarlos, de amarlos, de meterte en sus vidas. Y con ello, no solo les diste alivio, sino que les devolviste su dignidad. Comiste con los indigentes, los invitaste a tu mesa, los hiciste sentir en casa. Y con ello me pediste que yo haga lo mismo. Que no basta con dar unas monedas sino soy capaz de darles una sonrisa, una palabra, una caricia.

¿Qué hiciste, Francisco? Fuiste a las prisiones, a los refugios de migrantes a lavarles los pies, no les preguntaste cuál era su delito o su religión. No te importó si eran musulmanes, hindúes o no creyentes. Para ti todos eran hijos de Dios y reflejo de su hijo Jesucristo. Ahora tengo que detenerme en los cruceros y semáforos de mi ciudad. Buscar a esos hermanos, abrirles la ventana del coche y de mi corazón. Ayudarles a comer algo, pero, sobre todo, brindarles la oportunidad de que se sientan acogidos, de que se sepan mis hermanos.

¿Qué hiciste, Francisco? Les besaste los pies a líderes de África que eran enemigos entre sí para suplicarles que se perdonaran y vivieran en paz. Aún después de tu funeral lograste el milagro de que los poderosos del mundo se sentaran en la Basílica de San Pedro a dialogar para terminar la locura de la guerra. Y entonces ¿cómo puedo ser capaz de guardar orgullo o rencor en mi corazón hacia mis enemigos? ¿Cómo puedo no dar el primer paso ante aquellos con quienes estoy distanciado? ¿Por qué me obligas a rendir mi orgullo, a bajar mi soberbia y a pedir perdón?

¿Qué hiciste, Francisco? Escribiste un libro que se llama El nombre de Dios es Misericordia. Y yo que creía que se llamaba «Justicia». Y por eso mismo, no tuviste temor de reunirte con aquellos que son diferentes, que son señalados por el «escándalo» de sus vidas y condenados por «su pecado». Les abriste la puerta de la Iglesia y de tu corazón a esos «pecadores públicos». ¡Gais, lesbianas, transexuales y prostitutos! ¿En qué estabas pensando, Francisco? O mejor dicho ¿en Quién estabas pensando? Me recordaste que la única diferencia entre ellos y yo es que a ellos se les nota su pecado, y yo escondo los míos para sentirme bueno, para creerme digno, para disfrazarme de aquellos a los que Jesús les sentenció: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra».

¿Qué hiciste, Francisco? Permitiste que los niños jugaran e hicieran escándalos en tus audiencias. Los mirabas divertido mientras los demás se incomodaban y reían nerviosos. ¿Te das cuenta, Francisco? ¿Ahora cómo puedo mirar con desaprobación a los padres que llevan a sus niños a las celebraciones y no los pueden controlar? ¿Cómo puedo negar con la cabeza cuando vea un pequeño tirado en el piso de la Iglesia jugando en el templo? ¡Qué escándalo, Francisco! ¡Qué escándalo!

¿Qué hiciste, Francisco? Mientras los artistas, deportistas, influencers y demás famosos exhibían sus lujos, su belleza, sus cuerpos y eran capaces de hacer lo que sea por tener miles de seguidores o llenar estadios, tú, en tu silla de ruedas, reuniste a siete millones de personas en Filipinas y a 1.5 millones de jóvenes en Lisboa solo para pedirles que no te siguieran a ti, sino que alzaran su mirada hacia el único que merece la honra, el poder y la gloria. Al único que vale la pena seguir. A Aquel que te eligió como su vicario.

¿Qué hiciste, Francisco? Trabajaste hasta los 88 años y, literalmente, hasta el último día de tu vida. No seguiste el consejo de los médicos que te pidieron descansar, tomar vacaciones, cuidar tu salud y tu vida. No sabían que tu misión era precisamente lo contrario. Entregarte, desgastarte, ofrecer hasta el último aliento de tu vida al igual que tu Maestro. Me has enseñado que en el servicio al Señor no existen jubilaciones, ni planes de pensiones, y que la única recompensa es el privilegio de sabernos pobres trabajadores de su Reino

¿Qué hiciste, Francisco? En los medios estoy viendo tus funerales, dicen que acudieron más de 150 presidentes de todo el mundo, más de 20 miembros de las diferentes realezas, líderes de numerosas religiones, y cientos de miles de feligreses. Sin embargo, tu féretro fue cargado por presos y migrantes. Pediste no ser enterrado en la mayor Basílica del mundo, junto a los que te precedieron en tu ministerio, sino ser llevado a la casa de María en Roma, para descansar bajo la mirada de la Madre. Dejaste la orden de ser enterrado con tus zapatos desgastados, y que en tu honor se diera una última donación a la cárcel que solías visitar, como despedida a tus amigos.

¿Qué hiciste, Francisco? Estoy seguro de que aquella vez que pediste que los católicos «hicieran lío», como una manera de decir que la voz de Jesús a través de nuestra voz se escuchara, que ilumináramos nuestros ambientes con el faro del Evangelio y que fuéramos «sal y luz del mundo», no te imaginaste el lío y revuelo que esos, tus últimos 12 años, iban a causar.

Ahora sé lo que hiciste, Francisco. Actualizaste y tradujiste el Evangelio de nuestro Señor al lenguaje de los nuevos tiempos. Diste la respuesta a esa pregunta que muchos nos hemos hecho: ¿Qué haría Jesús si un día volviera a la tierra? ¿Con quienes se juntaría? ¿Quiénes serían sus predilectos?

Gracias, Francisco, tantas veces nos pediste: «Oren por mí». Traté de hacerlo siempre en mi oración. Una última pregunta ¿podrías hacerlo ahora tú por mí?

Texto promovido por la parroquia Padre Nuestro, en Saltilo.

Espacio 4.

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