Los gobernadores trascienden por sus obras y por la idea que de ellos se forja la ciudadanía, no por encuestas volátiles. Enrique Martínez aconsejaba «prepararse para ser», (lo cual no todos consiguen), «para no ser» (cosa que pocos aceptan) y «para dejar de ser» (el realismo evitar anclarse en el pasado). Martínez, como ex, ha sido congruente. Nazario Ortiz Garza, Raúl López Sánchez y él son los únicos coahuilenses llamados al gabinete después de haber ostentado la gubernatura. Martínez se desempeñó más tarde como embajador de México en Cuba. El «moreirazo» eclipsó la deuda cero del sexenio martinista, mas no su legado: entregó un estado seguro, en paz, ordenado y con mejor infraestructura. El docenio siguiente fue de caos y terror.
Óscar Flores Tapia y Eliseo Mendoza Berrueto, con distinta formación y cuya generación tampoco era la misma, cumplieron su responsabilidad al frente del estado. Por su talento pudieron afrontar las circunstancias de su tiempo y desarrollar la obra que la economía del país posibilitó. Una, con tasas de crecimiento promedio anual de 6.57%; y otra, en crisis, con un PIB del 0.22%. Ninguno pertenecía al círculo del presidente de turno: José López Portillo y Carlos Salinas de Gortari. Mendoza Berrueto logró terminar su sexenio; Flores Tapia renunció tres meses antes de concluir el suyo.
Como mi vocación ha sido siempre la de tender puentes en vez de sembrar discordia, mi amistad con ambos me permitió acercarlos. Se reunieron en casa del primero, cuando el segundo aún desempeñaba el cargo. No saltaron chispas, pues uno y otro entendía su papel. La charla fue cordial. Flores Tapia no podía dejar de lanzar algunas puyas, pero Mendoza Berrueto las esquivó con elegancia; no se alteró, y si en algún momento respondió, lo hizo con una mirada de soslayo al tercero en la biblioteca. Políticos de esa talla, conocedores de la historia, comprometidos con su país, fraguados en competencias donde no se pedía ni se daba cuartel, y cuyo ascenso a la gubernatura estuvo tejido de éxitos y fracasos, se extrañan.
La coincidencia entre Flores Tapia y Medoza Berrueto es que antes de ocupar la gubernatura colaboraron con el presidente Luis Echeverría y fueron senadores. Después de Rogelio Montemayor, ningún gobernador tuvo cercanía con el presidente ni relaciones en las altas esferas políticas. La ruta gobernador-senador la han recorrido pocos: Ortiz Garza, Braulio Fernández Aguirre y Francisco José Madero, quien relevó a Flores Tapia. El último caso es el de Miguel Riquelme, quien no se preparó para ser senador de primera minoría. Su administración transcurrió sin grandes escándalos, pero la seducción del canto de sirena y las encuestas, que lo ponderaban como uno de los mejores gobernadores de México, le hicieron suponer que arrasaría en las urnas, lo cual no ocurrió. Morena venció a la fórmula coja del PRI.
El estrés pospoder, el fracaso electoral de 2024, dejar de llevar la voz cantante en el estado y asuntos de carácter personal le hicieron perder a Riquelme el toque político. Su última intervención en el Senado fue para criticar a Andrés Manuel López Obrador por la descentralización que ofreció al principio de su Gobierno, y no cumplió. La fijación con AMLO no ha llevado a Riquelme a ningún lado. Al contrario, lo exhibe. El Metrobús Laguna, en ruinas sin haber entrado en servicio, es una de las obras inconclusas de las administraciones de Rubén Moreira y de Riquelme. El exgobernador pide cuentas al expresidente porque las dependencias que trasladaría a los estados siguen donde mismo, y los laguneros se las exigen a él por el adefesio del Metrobús, elefante blanco de 800 millones de pesos.