Presidencia delirante

Donald Trump fue elegido para gobernar Estados Unidos, no al mundo. El sátrapa inicia su segundo mandato como empezó el primero: con bravatas, falacias y una retórica racista exacerbada. Incitado por la hybris y con el orgullo herido, el pirómano refuerza su diatriba con planes expansionistas delirantes. El presidente no llega solo esta vez a la Casa Blanca, sino acompañado de los magnates tecnológicos, encabezados por Elon Musk, lo cual no puede augurar nada bueno. La suma de rencores e intereses preludia choques y conflictos. El desenlace es impredecible en un mundo de por sí turbulento, inseguro y polarizado, donde los fenómenos climáticos tienen en vilo a las sociedades y a los líderes políticos.

Las amenazas anexionistas de Trump contra Canadá, Panamá (por el canal) y Dinamarca (por Groenlandia) y de intervencionismo en México (para combatir los cárteles) han suscitado la repulsa inmediata y unánime de los cuatro países soberanos. Estados Unidos ha incitado golpes de Estado en América Latina y otras partes del mundo para imponer regímenes militares a cuyos caudillos traicionó o les dio la espalda cuando los vientos cambiaron. Condoleezza Rice, secretaria de Estado en la segunda presidencia de George W. Bush, declaró en una ocasión que su país apoyó dictaduras en busca de estabilidad y para abrir cauces a la democracia, pero que al final no se consiguió ni una ni otra.

Washington ha tolerado asimismo gobiernos venales e ilegítimos para someterlos a sus intereses y obtener de ellos recursos y todo tipo de ventajas. La izquierda entendió que la lucha armada para acceder al poder la desacreditaba y exponía a los embates del imperio. Incluso presidentes elegidos democráticamente como Jacobo Árbenz (Guatemala) y Salvador Allende (Chile) fueron derrocados. Tras las experiencias previas en Brasil, Guatemala y Uruguay, la izquierda tomó el camino de las urnas. Esto permitió a dos exguerrilleros, José Mújica y Dilma Rousseff, alcanzar la presidencia. Lo mismo pasó más tarde en Colombia con Gustavo Petro. Los gobiernos democráticos son menos vulnerables, pero aun así no dejan de ser objeto de presiones y campañas de la derecha y sus aliados en la Oficina Oval y en el Congreso estadounidense.

Trump y la oligarquía han resuelto implantar cambios políticos contra la voluntad popular sin medir las consecuencias, las cuales podrían ser, eventualmente, desastrosas. El antídoto contra los Gobiernos de izquierda, según su lógica trasnochada, es la extrema derecha. Esa es la razón por la cual Javier Milei, en Argentina; Nayib Bukele, en El Salvador; Giorgia Meloni, en Italia; y Alice Weidel, en Alemania, los entusiasman tanto y los ven como los ejemplos a seguir en otras partes del mundo. Frente a la intervención grosera y prepotente de Musk, segundo de a bordo en la Casa Blanca, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, denunció «un nuevo movimiento internacional reaccionario».

En el caso de México, la presidenta Claudia Sheinbaum ha respondido con vigor y firmeza a las amenazas de Trump. La legitimidad obtenida en las urnas, el respaldo popular y la aprobación de su Gobierno le permiten afrontar al megalómano desde una posición no de autosuficiencia, pero sí de fortaleza. Las adicciones y la cultura de las armas, propias de Estados Unidos, repercuten en otros países. El atentado de fin de año en Nueva Orleans y la explosión de un Cybertruck de Tesla frente al hotel de Trump en Las Vegas, en las primeras horas del año, antecedidos del asesinato de Brian Thompson, CEO de la mayor aseguradora de Salud de Estados Unidos, en Nueva York, refutan que el imperio de Trump sea el paraíso.

Potencias salvadoras

No transcurrieron 15 días entre el fallecimiento de Jimmy Carter y la sentencia penal que convierte a Donald Trump en el primer presidente delincuente de Estados Unidos. Luz y sombra. Carter ganó el Premio Nobel de la Paz en 2002, dos décadas después de haber cumplido su único mandato. La resolución se dictó en vísperas de la segunda investidura de Trump, quien, en mayo pasado, fue hallado culpable de falsificar registros comerciales para encubrir una relación con la exactriz de cine porno Stormy Daniels, previo a las elecciones de 2016. Al margen de si Trump logra anular su condena, la ignominia lo perseguirá de por vida y será registrada por la historia. Carter, en cambio, es recordado por las décadas de esfuerzo incansable, dedicadas a «encontrar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, promover la democracia, los derechos humanos y el desarrollo económico y social», motivos por los cuales la Fundación Nobel lo premió.

Las cadenas de televisión y la prensa internacional dedicaron emisiones especiales en memoria de Carter, cuyas cualidades de estadista resplandecieron más con el tiempo. Trump atrajo la atención por el caso Stormy, a quien pagó 130 mil dólares por su silencio. La «libertad incondicional» lo libra de la cárcel y de la multa por delitos graves. Trump se dice víctima de una persecución tendente a dañar su reputación para hacerle perder las elecciones. La jactancia de haber obtenido «el mayor número de votos» es otra cortina de humo, pues apenas superó por 1.5 puntos porcentuales a su contrincante demócrata Kamala Harris: 77 millones de votos contra 75.

Richard Nixon evitó el juicio político por el escándalo Watergate con su renuncia. Bill Clinton no pudo esquivar el proceso de destitución por la denuncia de acoso sexual de Paula Jones y el caso de la becaria Mónica Lewinsky. Sin embargo, el Senado lo absolvió de los delitos de perjurio y obstrucción de la justicia. Otro juicio de desafuero, por juramento falso y abuso de poder, tuvo el mismo final en la Cámara de Representantes. Clinton concluyó su mandato en 2021, pero el Partido Demócrata perdió la presidencia con George W. Bush. El republicano se inventó una guerra preventiva para invadir Irak, con el argumento de las armas químicas, y derrocar a Sadam Husein.

Trump es una fiera herida. Los 34 cargos por falsificación de documentos comerciales y el fallo de Merchan lo estigmatizan. El juez explica la libertad incondicional: «Las protecciones otorgadas por la oficina o el presidente no son un factor atenuante. No reducen la gravedad, la seriedad del delito, ni justifican en modo alguno su comisión. Las protecciones son, sin embargo, un mandato legal que, en virtud del Estado de derecho, este tribunal debe respetar». Advirtió, sin embargo, que entre las protecciones no figura la anulación del veredicto del jurado sobre «el ciudadano de a pie Donald Trump, cuya calidad de presidente, por decisión ciudadana, influye en la sentencia».

La diferencia entre Carter y Trump radica en la vocación política del primero, socialmente sensible, respetuoso de la institución, promotor de la paz y defensor de los derechos humanos. La condición de magnate del segundo, profano, ajeno a las necesidades de las mayorías y de espaldas a la realidad, lo convierte en uno de los peores presidentes de su país. La democracia de Estados Unidos flaquea y se entrega a un puñado de multimillonarios cuyo interés consiste en dominar al mundo e imponer sus plataformas salvajes. En situaciones así, cuando el apocalipsis parecía inminente, han surgido liderazgos y potencias salvadoras.

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