Reconocimiento a una existencia de gratitud, enseñanza y principios

El catedrático acepta su reconocimiento como Doctor Honoris Causa, y reflexiona sobre su vida dedicada a la docencia y los valores humanos que lo han guiado

Con una vida dedicada al Derecho y a la enseñanza, José Fuentes García, reciente Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Coahuila, reflexionó sobre su camino lleno de lecciones, trabajo arduo y gratitud. Su discurso, cargado de humildad y emoción, resaltó la importancia de la enseñanza, la justicia, y la eterna búsqueda del conocimiento, subrayando que el paso del tiempo solo puede arrugar la piel, pero no el entusiasmo del alma.

A continuación, su discurso de aceptación por el reconocimiento académico:

Ante todo, deseo expresar mi más profundo agradecimiento al maestro en Ciencias, Jesús Octavio Pimentel Martínez, rector de la Universidad Autónoma de Coahuila; a los maestros y maestras, alumnos y alumnas integrantes del Consejo Universitario y a todos quienes han hecho posible que se me otorgue el grado de Doctor Honoris Causa de mi Alma Mater; a mi estimado primo el doctor Armando Fuentes Aguirre por su excelente e inmerecida laudatio; al doctor Alfonso Yáñez Arreola, director de la Facultad de Jurisprudencia, a los maestros y maestras, alumnos y alumnas de dicha institución. A todos ustedes gracias, muchas gracias por este reconocimiento que valoro y recibo con profunda emoción.

En mi caso, no creo tener merecimientos especiales para hacerme acreedor a este honor. He luchado durante toda mi vida; el trabajo duro ha sido siempre uno de los componentes de mi existencia, quizá a veces en exceso, y no lo presumo, simplemente lo digo.

Con la experiencia de tantos años recorridos por veredas y caminos, llevo conmigo una densa acumulación de lecciones aprendidas, sé lo que me ha dado la vida y lo que no me ha dado, sin que me irrite ante lo irremediable. Ahora creo que el tiempo no pasa, que los que pasamos somos nosotros, y bajo esta premisa, cada mañana puedo afirmar: «hoy es el primer día del resto de mis días», y aun cuando «casi ya no soy» por el peso de los años, no deseo volver atrás las manecillas del reloj de mi vida, porque estoy bien donde estoy, además, es un privilegio estar cuando otros, tristemente, ya no están.

Tengo para mí que el paso de los años arruga la piel, pero el abandono del entusiasmo arruga el alma. He aprendido que uno es tan joven como su fe y tan viejo como sus dudas; tan joven como la confianza en sí mismo y tan viejo como sus temores.

Dos tareas difíciles han ocupado mi existencia: la enseñanza del Derecho y la impartición de justicia; y no hablo del «oficio de vivir», tarea todavía más difícil.

Como maestro, empecé a frecuentar las aulas en 1957, esto es hace más de 65 años y el interés por la cátedra me ha mantenido activo en el ejercicio académico. También, por más de 60 años serví al Estado de derecho y a la justicia en las más diversas formas, y les seguiré sirviendo, porque los considero factores de armonía y paz y porque solo así puedo evitar capitular y sortear los escollos del desaliento.

Pensar ha sido uno de mis mayores gustos. Puedo estar solo con mis pensamientos por horas, sin embargo, debo aceptar que ya es demasiado tarde para entender todo lo que hubiera querido comprender y me he esforzado en aprender. Debo admitir que muchas preguntas se me quedarán sin respuesta.

Mi biblioteca sigue siendo mi dispensario y el hospital de mi alma; en ella me lleno de vida y me curo de las heridas del tiempo, lo único malo es que no podré llevarla conmigo a la eternidad; espero que allá arriba mi buen Dios tenga para mí una biblioteca mejor y que su hijo, Jesús, el maestro de maestros, ilumine en definitiva mi entendimiento y me haga digno de conocer la verdad eterna.

Como afirma Mario Benedetti, «aceptaré mis sombras, enterraré mis miedos, liberaré el lastre, retomaré el vuelo y hare de cada día un comienzo, considerándolo la mejor hora y el mejor momento».

Ahora comprendo que las satisfacciones más duraderas de mi vida, provienen de la relación con las personas que amo y me aman.

Me mantendré en contacto con quienes han sido mis alumnos por tantas generaciones. Con ellos siempre me he sentido a gusto, ante todo porque me ayudan a no envejecer más de lo inevitable, porque hay renuevos de vida en sus sueños y siento alegría por sus éxitos.

Me seguiré ocupando de mis amigos, porque con ellos comparto mis alegrías y mis tristezas; porque con sus críticas sanas me corrigen y con sus conversaciones amenas, me enriquecen.

Continuaré disfrutando de mi familia, porque en ella encuentro refugio a mi soledad, consuelo a mis aflicciones y apoyo a mis flaquezas; porque los momentos de mayor felicidad los he vivido a su lado y porque para mí no existe mayor gozo que su bendita y alegre compañía.

Como soy hijo de Dios, la tierra es mi jardín y el universo es mi casa; él está en todo y en todos, basta abrir los ojos y saber ver para advertir su presencia en medio de nosotros. Hacia él encamino mis últimos pasos con firmeza y sin temores: es verdad que todo acabará, pero al mismo tiempo todo empezará.

Ahora que avizoro una meta casi alcanzada, en una atmósfera impregnada de gozo y serenidad, recibo una de las distinciones más preciadas que otorga mi Máxima Casa de Estudios al otorgarme el grado de Doctor Honoris Causa. Gracias, muchas gracias por coronar mi vida con esta excelsa distinción. y a todos los aquí presentes que me acompañan en este solemne acto, los estrecho en un fraternal abrazo. Que Dios los bendiga por siempre. E4

Espacio 4.

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