Reflexiva y mordaz lección clínica

Rememorando a uno de mis mejores maestros de clínica propedéutica, en la escuela de medicina, nos reiteraba que debemos ser muy suspicaces y observadores a la hora de explorar y observar a un enfermo. Nos decía que en algunas ocasiones hasta debíamos usar el gusto, como lo hacía Hipócrates al probar la orina para confirmar la diabetes sacarina. Les haré una demostración: haré el tacto rectal con mi dedo índice y probaré el excremento. Así lo hizo. Nosotros asombrados observamos cómo, con toda parsimonia realizó el procedimiento, se llevó el dedo índice a la punta de la lengua y lamió el dedo enguantado.

—Es posible que este paciente haya comido, camarones al mojo de ajo —dijo el clínico con sobrada seguridad—. Dr. Kenisabe Espinosa, por favor va usted a explorar al siguiente paciente y nos dirá su punto de vista. Todos nos sorprendimos, pero mis compañeros tenían una sonrisa de alegría por no haber sido elegidos para esa lección.

—En la máis —me dije.

Y no había de otra: o lo hacía o cinco de calificación. Titubeando hice el procedimiento tal como lo hizo el maestro, probé el contenido con gesto de náusea y sin preguntarme a qué sabía el excremento me espetó, con sarcástica sapiencia.

—Dr. Kenisabe, recuerde que les dije que deben ser muy pero muy observadores, yo hice el tacto con el dedo índice como les dije, pero probé el dedo medio enguantado.

En memoria del insigne e irónico Dr. Enríquez Gayoso, gran maestro de clínica propedéutica, allá en el puerto jarocho

El buen clínico sabe hacer buen uso de su vista, oído, olfato y de sus manos para observar, palpar, oler, percutir y auscultar al enfermo. No olvida nunca que la causa primaria de errores en medicina es el interrogatorio o la exploración física incompletos, de manera que procura ser siempre comprensivo y meticuloso en estos procedimientos esenciales.

El buen clínico tiene la capacidad mental de analizar y sintetizar los datos que recoge mediante el estudio clínico de su paciente, a manera de reconocer sus problemas; los identifica todos, obteniendo así una imagen total, integrada, de esa unidad que es el enfermo. No se deja llevar con facilidad por corazonadas y sospechas; trata de pisar terreno firme a cada paso.

El buen clínico es un hombre de acción. No se detiene en la pesquisa diagnóstica. Se es sólo el principio. Al identificar los problemas de su paciente, toma medidas. Unas para elevar los problemas a niveles deseables de sofisticación diagnóstica (medidas diagnósticas), otras de índole terapéutica, encaminadas a curar, atenuar, aliviar, mejorar, rehabilitar. Otras que no debe olvidar nunca, tienen el propósito de enseñar, pues el buen médico es, no debe olvidarse, al mismo tiempo maestro, guía, educador; tiene numerosos alumnos: enfermos, estudiantes de medicina, enfermeras y otros miembros del equipo de salud, sus médicos residentes; sus colegas y él mismo. Es destino fatal y maravilloso de todo médico ser un perpetuo estudiante. La educación médica tiene que ser continua y el mejor libro de medicina está constituido por los pacientes.

El mejor alumno de todo médico deberá ser él mismo. Como se dijo antes, uno de sus tesoros más preciados es la experiencia; nada hay que la sustituya. La experiencia, cuando es el resultado de la aplicación de normas médicas correctas, cuando se registra con ecuanimidad, imparcialidad y veracidad, cuando es motivo de análisis y de reflexión, hace del clínico un buen profesional, un clínico sabio.

La experiencia es uno de los tesoros más preciados, más cuando se trata de destrezas prácticas en donde la repetición resulta fundamental para cierto grado de experiencia las destrezas se favorecen con los años de práctica, al repetir una y otra vez lo mismo, son ejemplos; poner una venoclisis o una sonda, por decir algunos. En este sentido, la atención reiterada de muchos pacientes, sin reflexionar de lo que el médico hace y cómo hace la práctica y sin la consecuente indagación de las dudas de su conocimiento que plantean los problemas del paciente hacen a la práctica sistemática que no contribuye a que la experiencia mejore. Así la experiencia no sólo no favorece el perfeccionamiento del médico, sino que puede empobrecer o deteriorar su práctica.

Para que la experiencia resulte enriquecedora en el razonamiento clínico se necesita algo más que años de práctica, la reflexión constante del clínico acerca de sus limitaciones y alcances para resolver problemas de salud y de la consecuente búsqueda constante y pertinente de la información que aclare las dudas que surja de esta interacción, de esta manera la experiencia se enriquece y trae consigo un médico cada vez más refinado o sabio, la experiencia reflexiva es el eje que dignifica al médico y que se aleja de la práctica rutinaria que a menudo empobrece. Debe seguirse ese camino y tratar de superarse día con día. Y, cualquiera que sea el punto en que se detenga, conservar la humildad. Ser médico da excelentes y continuas oportunidades de humildad, de vencer la tentación de la vanidad, pues el arte es largo; el camino, difícil; la vida, breve. Somos siempre, tarde o temprano, los vencidos en la lucha contra la muerte. No se debe luchar ciegamente contra ella. Es parte natural de la vida, su complemento y su razón de ser. Procuremos dar a los pacientes no tanto «más años de vida, sino más vida a sus años». Seamos humildes, pero esmerémonos por ser, cada día, mejores médicos; si bien es cierto que, dada la magnitud de nuestra ignorancia, la diferencia entre un médico bueno y un profano es muy pequeña, también es verdad que la diferencia entre un médico bueno y un médico malo es enorme. Aparente paradoja, si no se recuerda el enorme daño que puede hacer, que suele hacer, el médico malo.

El buen clínico debe tener una buena cabeza, pero también un buen corazón. Debe ser un humanista sincero y apasionado, creer en el hombre y en su naturaleza esencialmente buena, a pesar de la violencia y la perversidad a que a menudo lo empujan las condiciones sociales. Nada de lo que es humano debe serle ajeno o indiferente. Debe querer al enfermo, respetarlo como a un igual, sin agredir nunca su dignidad. Debe intentar comprenderlo. Podrá no estar de acuerdo con él, en sus ideas y acciones, pero deberá evitar ponerse en el lugar del juez, del policía o del sacerdote. Debe comprender.

Lea Yatrogenia

Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Veracruzana (1964-1968). En 1971, hizo un año de residencia en medicina interna en la clínica del IMSS de Torreón, Coahuila. Residencia en medicina interna en el Centro Médico Nacional del IMSS (1972-1974). Por diez años trabajó como médico internista en la clínica del IMSS en Poza Rica Veracruz (1975-1985). Lleva treinta y siete años de consulta privada en medicina interna (1975 a la fecha). Es colaborador del periódico La Opinión de Poza Rica con la columna Yatrogenia (daños provocados por el médico), de opinión médica y de orientación al público, publicada tres veces por semana desde 1986.

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