Tengo un taller de Apreciación cinematográfica. La columna vertebral es tres o cuatro películas setenteras que emiten chispeantes ideas. Densas y efervescentes, reflexiones alrededor de la figura del demonio. Del chamuco. El combustible histórico-social siempre crepita con las flamas de aquel Satanic panic que tremoló los living room gringos con irrisoria —y, paradójicamente, meta/malévola— sospecha ante lo desconocido… ¿lo incómodo?
¿Lo incómodo es lo que ya no cabe? ¿O es lo que hay que esquivar con la boca? ¿Lo que guardamos en el ático o la zotehuela?
Bicós: Trón. Muchos dijimos: blaaah. Pero el lenguaje del cine de género —¿sabían?— ya esperaba ese momento. Porque terror no es lo mismo que horror. Pero sí saben coexistir en un mismo éter fílmico. Truchas, si se juntan.
Porque Trómp. Con un perdón de tabasqueña liviandad. Y se escuchó el rebote, ominoso, de una sola munición escopetera —con eco—. Los cárteles mexicanos —bajo un oscuro paraguas ideológico (¿será que idean?)— comenzaron 2025 bajo el nuevo «giro» ultra-gremial de «organizaciones terroristas». En el cine de miedo: lo horrorífico se recubre por ectoplasma y fantasmagorías. Pero lo terrorífico —desde los años ochenta— sabe padecer —con el blandir de un cuchillo— la seña filosa por antonomasia. La que nos legó Hitchcock vía Mr. Bates en una regadera… y con violines de por medio. El slasherismo —hijo de esos hábitos tan gringos que se apellidan Bundy, Dahmer, Gacy. Y se archivan bajo la emergente ‘S’ de: killers, serial… ¿se trasminó a México? ¿Cuándo y cómo? Quienes crecimos en los noventa le teníamos miedo a: la Llorona, el Coco. Y los Chundos. Porque te sacudían con puro aspaviento las pocas monedas destinadas a los cómics que vendían enfrente del IMSS #2 en un puesto color lámina… que ya luego fue anaranjado. Era Carranza e Hinojosa.
¿Y entonces? ¿Cómo le explico a mis estudiantes que, contrario a los espantos de cejas en fuga y dientes de fuera, el terror sí existe en México? Ya que el horror no tenía lío. Siglos de leyendas vertidas en nuestro terruño nos han obsequiado norias, túneles, panteones. ¿Pero cuántos cárteles nos regalaron la «palabrita»? Creo que uno.
Teuchitlán me aprieta la entraña. El congresista republicano Moore se refirió al escenario como un nuevo Auschwitz en Norteamérica. Ah… todo rezuma tragedia y la mirada más baja de la que fui capaz. Perdónenme. El taller de Apreciación cinematográfica está(ba) divertido. Pero qué difícil es retirar con asombro un microfilm que ahora recubre a un tal C.J.N.G. Porque esto ya es terror-terror. ¿Cómo la franco-Terreur dieciochesca? No tan eficiente, quizá.
Lo que te paraliza es el miedo. Ese que tanto enarbolaste como fina herramienta emocional para escarpar la temible —pero asombrosa— realidad. ¿Ahora cómo lo rescato? Y es que te inunda la perra opción del proselitismo. No quiero. Y no puedo. Gracias a Dios por el miedo. Alguien entenderá. Tengamos un miedo de pupilas negras con regodeo en el colchón fresco. ¿Habrá tiempo para explicar Jalisco con metanfetaminas y caníbales? ¿Un México de sicarios con lanzacohetes y sin fiscal general? Perdóname, Mi…. por las mochilas del Partido Verde… solas. Perdóname, Pao…, por tantos tenis sin pasos. Perdóname, Ce…, por los ¿restos? Perdóname, Pa…, por el humo que se lo llevó todo. Perdóname, An…, por lo sistematizado. Perdóname, Al…, por la palabra exterminio.
Yo todavía no estaba listo para eso. Apenas iba en los años setenta. Y sus meros devaneos con Carrie. La esperanza incólume en la casa de Chris y Regan con el jesuita que llegó en taxi. La cálida mano que arrulla al bebé de Rosemary. Me hubiera encantado tener un rottweiler de Damien para cuidarlos. Perdóname, Be…, por añadirle tanta muerte al terror. Toca reabrir discursos, Ar… Pero nunca cerrar capítulos, Me…