Roberto Villarreal Maíz: el hombre y su proyecto

Sabía disimular su grandeza, la escondía detrás de una cálida sonrisa y una mano franca siempre tendida con sincero aprecio. Con un tono nada solemne, directo y preciso, abordaba cualquier tema siempre pensando en una solución práctica y sin complicaciones.

Vestía lo más sencillo que la ocasión permitiese, no se preocupaba en impresionar a nadie, concentró su energía en el trabajo, en proyectos productivos que terminarían beneficiando a los demás.

Nadie le informó que la curiosidad del niño se va diluyendo con la edad, no se enteró, nunca permitió que ese don infantil se le escapara, lo siguió ejerciendo con espíritu científico dirigido a la innovación.

El día que nos regaló a Pablo —mi hijo— y a mí un recorrido por su empresa, me dio la impresión de que estaba ante un ser humano realizado que disfrutaba el juego del desarrollo y la productividad. Transpiraba cada rincón de sus fábricas que replicaba al rebasar cierto tamaño «es que así las controlo mejor». Saludaba por su nombre a cuanto trabajador nos cruzaba y aprovechaba para preguntarle algo específico. Se comportaba como un camarada más y sus compañeros de trabajo se dirigían a él con familiaridad y soltura, pero con un profundo respeto pleno de admiración.

Me quedaba claro que estaba frente a un líder de cinco estrellas, un auténtico general de División. Por eso le insistí una y otra vez que encabezara la lucha por la creación del Estado de la Laguna.

Siempre me contestaba negando con la cabeza y dirigiéndome una amigable sonrisa llena del afecto que le tenía a mi querido tío Jorge Sáenz y que de alguna manera heredé.

Betote, el ingeniero Roberto, tenía un gran proyecto y no lo iba a descuidar. Sabiamente hizo lo que debía hacer.

«Mira, cuando hicimos el proyecto aquí en Mieleras, fundíamos una tonelada de chatarra al día. Le pregunté a Jorge mi hermano. ¿Carnal, hasta donde vamos a llegar? Hasta fundir 350 toneladas contestó, justo las que ya fundimos hoy en día» me quedé perplejo.

Su cerebro funcionaba con precisión generando ideas para luego hacer una pausa y, entrecerrando los ojos, permitía que su corazón intuyera el alcance de su proyecto en un horizonte cargado de esperanza.

Fiel a sus orígenes, fiel a su familia, fiel a su empresa, nunca tuvo restricciones en construir la grandeza que conformó su vida.

Gracias Beto por tu trato de camarada, por disimular tu grandeza y permitirnos ver de cerca tu proyecto.

Nos animas a no bajar la guardia y a vivir la vida sabiendo que siempre hay una mejor manera de hacer las cosas.

Descansa en paz y que tu legado nos inspire por mucho tiempo.

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