La política es de resultados y como tal el mayor desafío enfrentado por la presidenta Sheinbaum hasta el momento, lidiar con Trump, lo ha librado mucho mejor que dos referentes de penoso fracaso. Hay que decir que cuando la batalla está perdida de antemano, mejor no asumirla, pero tampoco conceder, de otra manera sobrevienen la derrota y la humillación. Casos de Justin Trudeau, premier canadiense, y de Gustavo Petro, presidente de Colombia.
La humillación es dolorosa porque va acompañada del ridículo. Para los hombres en el poder es el peor lugar en la escala de la desgracia. Hay que decir que López Obrador leyó bien a Trump y a pesar de las diferencias y de los elevados costos para él, para su gobierno y el país se anticipó en desactivar cualquier asunto de agravio mayor. Le dio resultado; al parecer sucede también con la presidenta Sheinbaum. Aunque la historia no ha concluido y se desconoce la magnitud de lo concedido, lo hecho ha sido más eficaz y con mejores resultados que la postura complaciente de Trudeau o las decisiones arrebatadas y desastrosas del colombiano.
Ciertamente, no se sabe qué vendrá, pero hasta hoy las cosas van mejor de lo esperado por muchos quienes vemos con preocupación los desplantes del presidente norteamericano, quien viene con una postura más decidida y beligerante respecto al pasado, como constatan su equipo, los actos ejecutivos de inicio y los dos casos de referencia. Los mensajes de la presidenta Sheinbaum, eficaces y bien recibidos, desactivan el escenario de enfrentamiento, a la vez de que se mantienen decoro y dignidad, frente a un poderoso, irascible, misógino y racista interlocutor.
A Petro le dio por el arrebato. Increíble que no midiera riesgos ante un grupo de deportados tratados de una manera indigna. Más porque, a diferencia de México, en Colombia el problema migratorio es absolutamente marginal. Seguramente al presidente colombiano le encendió que sus connacionales fueran tratados como criminales, como lo pudo ver en otros países donde los deportados eran ultrajados, esposados en su arribo en aviones militares. Estos tiempos no conceden mucho a los desprendimientos a partir de la dignidad, como en su momento el presidente mexicano López Portillo hiciera ante James Carter, el presidente norteamericano más sensato y comedido de estos tiempos. Ante el rechazo de recibir deportados, el Gobierno norteamericano anunció la inmediata imposición de tarifas a pesar de que Colombia ha sido uno de sus mejores aliados en la región, pero para Trump le resultaba cómodo enseñarle los dientes a Petro.
Debe quedar claro que para México lo alcanzado hasta ahora no se trata de victoria, sino de una estrategia de contención. Mucho hay de por medio y los resultados de las negociaciones futuras serán costosos por más habilidad de por medio. Así es por la asimetría de la relación y en todo caso la apuesta es que el beneficio es mayor si las soluciones se construyen en el marco de la coordinación y el respeto recíproco, base para la buena diplomacia que Marco Rubio, el secretario de Estado latino está dispuesto a practicar quien, por cierto, también amenazó a Petro con la suspensión de visas para solicitantes colombianos.
En el balance de estos días queda claro que lo más delicado está en el tema del comercio y lo más sensible en el de migración; el presidente Trump ha amenazado con tarifas para imponer su solución mediante la deportación de migrantes y va en serio la amenaza, la que no necesariamente se acompaña de la determinación para imponerlas y no hay economía que resista el escenario de confrontación, menos la mexicana. El orgullo hay que administrarlo si es el caso y entender las condiciones de clara desventaja. La igualdad de los Estados pertenece a la doctrina, no a la realidad. Es evidente que la presidenta ha tenido eficaz comunicación por los interlocutores, seguramente mejor los que han operado en la discreción y al margen de los canales convencionales.
Las autoridades mexicanas tienen por delante el desafío de dar respuesta a la deportación masiva de indocumentados. Esto entraña un esfuerzo mayor. De consumarse en un periodo estrecho el traslado de cientos de miles, plantea un escenario que demanda una respuesta de carácter global porque buena parte de los solicitantes de asilo varados en México no son connacionales, además de que es previsible que sigan llegando al territorio por ambos lados de la frontera migrantes en condiciones difíciles si no imposibles, de regreso a sus lugares de origen.
Para el traidor, el paredón
El disenso para quien invoca la causa de la patria es tanto como traición. Los proyectos autocráticos se caracterizan por negar la coexistencia de la diferencia, no sólo del oponente, también del que no comparte la visión o misión del asumido representante único y total. Esa es la herencia doctrinaria del obradorismo, que resolvió instalarse en un entorno de guerra, definición en la que se debaten presente y futuro del régimen y del país. La intolerancia va de la mano con la determinación de acabar con todas las contenciones al poder, sea la libertad de expresión, la institucional a cargo de otros poderes y órganos autónomos o la que garantiza la legalidad y la constitucionalidad de los actos de autoridad o de las leyes que expide el Congreso.
A lo largo de seis años fueron muchas las condenas, insultos y descalificaciones a jueces, periodistas, intelectuales, líderes de opinión, empresas, gobiernos de otros países, pero nunca se escuchó un solo reclamo a los delincuentes o criminales que han ensangrentado al país que no fueran aquellos asociados al gobierno de Felipe Calderón, con evidente motivación política, nada que ver con la legalidad.
El país dio el curso a la autocracia. Ocurrió de manera gradual, pero consistente. En el contexto de un debate público inexistente por la ausencia de la oposición o marginalidad del escrutinio al poder que corresponde a los medios, no debe sorprender el consenso. Por eso los altos números de aceptación del gobierno no son evidencia de buenos resultados, sino de la ausencia de la rendición de cuentas. Como en los pasados seis años, la propaganda circula sin contención. Ni las muertes por la violencia o la criminal gestión de la pandemia, la persistencia de la corrupción o el deterioro del sistema de salud o el educativo significaron sanción social al mal gobierno. El país tiene el gobierno que permite, que concede.
Advertir lo que ahora sucede en EE. UU. con el arribo del presidente Trump y su grupo dan muestra de las diferencias en el régimen democrático. Allá también hay alineamiento de los medios, grupos de interés, poderosos empresarios, pero de alguna manera persiste el disenso, especialmente los límites institucionales al poder. Un juez puso freno a una de las más controvertidas órdenes ejecutivas del presidente, la deportación de las personas nacidas en EE. UU., protegidas por la Constitución. Trump debe estar inconforme con tal decisión e igual que López Obrador proceder al insulto; pero hay una gran diferencia, el presidente más poderoso del mundo y quien ganó arrolladoramente la elección, cumple con el mandamiento del juez. En EE. UU. hay democracia con un presidente genuinamente autoritario; en México hay autocracia; los jueces no son obedecidos, además, se procedió al desmantelamiento del Poder Judicial Federal y a la defenestración de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
A pesar de las dificultades y los retrocesos de la libertad de expresión con el triunfo de Trump y el sometimiento de las mayores empresas en el medio digital, el debate público y el escrutinio crítico al poder persiste, no se da en los márgenes y con la ambigüedad como en México. Los primeros días del movimiento hecho gobierno muestran que la democracia va a sufrir, pero va a prevalecer y a la larga se va a imponer. Mucho de lo que ahora se aplaude o festeja pasará al registro negro de la historia de un país referente de las libertades, la democracia, la diversidad y del sentido de dignidad y decencia. En EE. UU. se perdió una muy importante batalla, una más después de la de 2016, pero no la guerra. Caso contrario en México; el obradorismo pudo cambiar al régimen político. Sin embargo, el campo de batalla cambia y en su evolución la contienda es impredecible para todos.
Ciertamente, en México ser opositor con facilidad desde la más elevada oficina puede calificarse como traidor, como la reedición de Miramón, más en el contexto que ofrece la complicada relación con el gobierno de EE. UU.. No sólo eso, cualquier expresión crítica propia del oficio como es el periodístico suele incluirse en el mismo canasto, con el calificativo socializado desde el poder «nuestros adversarios».
Todo parece que el régimen obradorista ha resuelto enfrentar la amenaza que plantea el nuevo escenario internacional bajo sus propios términos, con mentalidad de guerra y sin sentido de inclusión. Es deseable que lo adverso que plantea el nuevo gobierno norteamericano no sea de consideración y que le exclusión interna no lleve a reestablecer el paredón.