A una joven Viridiana:
[…] Porque voy a salir esta noche contigo.
Se quedarán sin beatos las catedrales
y seremos dos gatos al abrigo
de los portales.
Que se enfaden las flores.
Que vuelvan las cigüeña al calendario.
Que sufran por amores
los dictadores y los notarios.
«Esta noche contigo» / Joaquín Sabina
Lo caché en el radio justo al doblar de Pérez Treviño. En el Centro. «Qué onda…», pensé. Nada se movía —todavía— entre gaznate y estómago. Porque un exgobernador del estado, Manuel Pérez Treviño, se había insertado con artificio de jeringa en la presidencia del PNR —Partido Nacional Revolucionario, embrión del PRI— justo el año en que dijeron que ella nació: 1931. Seguía sin sentir algo. Me pasé la calle adonde iba. Tenía 93. Incluso menos que mi agüelita Lala, reparé. No creí que las siguientes dos semanas se iban a convertir en antología desordenada para Silvia Pinal. Porque un amigo tiene un VHS de Mujer, casos de la vida real, que era un grial en prepa. Es verdad. Y original. Hace apenas un par de años lo corroboramos. Lo escudriñamos La cinta estaba corrida a la mitad.
Todo cuadró. ¿Quizá? la última diva del Cine de Oro mexicano nos decía queadiós. Sucedió allá en los bosques de Tlalpan. Estaba en ese hospital desde finales de octubre. Con extrañeza, pensé, «qué bueno». La noche pedregalosa con neblina ya la ha de cubrir en un mantillo contrabalas… contra-notas-contra-flashes. Mis amigos del VHS también acostumbraban a decirnos silviapinál cada vez que alguien se ponía unos lentes oscuros de boquete muy ancho. Me acordaba de todo eso. Hasta que esa ceguera penumbrosa me pegó. Por conducir de noche.
El golpeteo sonó a un claquetazo de Luis Buñuel. El protorócsktar aragonés que vino a remover las «buenas conciencias» a través de un solfeo estridente de celuloide en pleno rechine vanguardista. Bello triángulo de puntas sanguinolentas formó con su propia dirección, la producción de Gustavo Alatriste y toda la línea histriónica sobre Silvia, la niña que había sobrevivido «con diez» a las nostalgias de Xavier Villaurrutia en el INBA. La trilogía del escándalo iba a parir bestia tras bestia cuando la Rosemary de Polanski aún no alcanzaba su primer período. Todo sucedió en la primera mitad de los sesenta. Con Viridiana se desbordó un caldero que fundió a Pérez Galdós con todos los soles que cargaba la Dominique de sor Sonrisa. El producto final extraído de esa ominosa viscosidad que haría las veces de profecía regurgitada. En poco tiempo, Jeannine, la monja hija de los dominicos belgas iba a rubricar su propia lápida. Orgías y un vestido nupcial que nunca era suficiente para arrancar la Palma de Oro en Cannes. La España de Franco no quiso saber nada —por el Caudillo: gracia de Dios—, y Juan XXIII decidió hacer mutis para —-mejor— convocar a un urgente concilio ecuménico.
Ya bajo una lente de pincel puntilloso, la cámara de Gabriel Figueroa —el papá de los Lubezki, los Navarro, los Prieto— se posaba frente a un gran comedor. Con El ángel exterminador continuó ese escupitajo en contraoleaje. La comedia y la claustrofobia. Cerrado. No pasarán…
Todo terminará por lo alto con ese mediometraje sobrecogedor que es Simón del desierto. Exhumado desde un monje sirio que vivió en el siglo V, la clausura ascética tenía otros resquicios morales que llenar con una reinvención del mito de Simeón el Estilita que estaba esculpida por Figueroa bajo el manto escénico de Buñuel. Silvia Pinal será quien encarna la Tentación, liguero arriba, para fracturar la clausura religiosa que pueda residir en un Alepo más cinematográfico que geopolítico. Barbas reclusas y penitentes crecen, mientras la diablesa Pinal hace berrinche con las piernas en fa. Hasta que un pataleo nubla el monástico balcón. Todo se resuelve en un club neoyorquino sesentero. Esta rotunda teología enhebrada a 35 milímetros me encontró ya a mis veintitantos. Pasmado. Con ojos de plato. Eran años de estudio con los jesuitas. Y —¡qué bueno!— un concepto de sacrificio se reventaba en cien efluvios de cristal cortado. ¿Bailas?
Y así recordé dos cosas: dónde terminaba la calle de Pérez Treviño en Saltillo. Y de dónde provenía la señora que se arrellanaba en un sillón-tranvía de todos los presagios. Porque en Mujer, casos de la vida real —a su manera—, se habló de: «violación, incesto, abuso, prostitución, el suicidio, la violencia doméstica, la calle, los embarazos no esperados, los pandilleros, las comunidades LGBT, aquellas drogas, el secuestro, la pornografía, los despidos… ¿y hasta la diabetes?». Una antología dedicada al exploitation mexicano que corrió al aire por más de 20 años: de la mitad de los 80 hasta cerca de 2007. Mis amigos dicen que el equipo de escritores «se lleva, fácil» a Stephen King. Lo sigo creyendo. Porque te rasguña con ficción. Lo marginal te mata.
Así que no sólo vino de Guaymas y una caricia de la bahía en San Carlos. Provino de la contrafosa que los griegos usaban como tragedia. Y la sacudió con llave. Hoy, lo sé. Está con la verdadera Viridiana: fruto de ese amor de ala caída. La de los eternos 19 años. Sin rocanrol vacuo. Sin carreteras oscuras. Que salgan las señoritas.