Soy, eres, somos

Motivos para luchar contra la desigualdad, la inequidad, la violencia en cualquiera de sus manifestaciones, y todo cuanto haga deleznable la vida en sociedad, jamás perderán vigencia y siempre será legitima la defensa.

Mujeres asesinadas, abusadas sexualmente, minusvaloradas, menospreciadas, discriminadas por la sola circunstancia de su género. Es una realidad que todavía no se remonta como debiera. De modo que levantar la voz y exigir que esto cambie es un derecho y un deber.

Cada 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer. La razón ya la conocemos. Hace unos días tuvo lugar el de este 2025, y cientos de mujeres en todo el mundo salieron la calle a elevar su protesta por un proceso inacabado. Hay quienes lo hacen de manera pacífica, llevan pancartas con diferentes frases apuntadas en ellas, gritan consignas a favor de la igualdad de la mujer, levantan los brazos en señal de protesta, abundaron los pañuelos y los moños morados. Están en todo su derecho de hacerlo, en nuestro país, el derecho a la libre manifestación de las ideas está reconocido en la Constitución de la República, la norma jurídica de mayor jerarquía. La única limitante a este derecho es no ejercerlo mediante la violencia. Infortunadamente, hay quienes bajo la premisa de «exigencia de sus derechos», provocan daños contra la propiedad pública y privada.

Estas conductas huérfanas de sentido común y de respeto a la ley son las que menoscaban el movimiento feminista. Parafraseando a Churchill, ha costado «sangre, sudor y lágrimas» tener los avances alcanzados por la lucha de mujeres determinadas a ser reconocidas en todos y cada uno de los derechos que les corresponden por la circunstancia de ser personas, igual que los varones. El voto universal, el derecho a la educación y al trabajo, entre otros, han sido determinantes para el avance de las de nuestro género en los diferentes ámbitos del quehacer humano.

No estoy de acuerdo, y lo digo ahora y desde hace muchos ayeres, que no comulgo con la versión radical del feminismo. Ni concuerdo con la narrativa victimista, es decir, la que presenta a las mujeres como las eternas víctimas. Flaco favor le hacen al movimiento feminista. Y no quiero decir con esto que no haya mujeres sumidas en la discriminación y en los abusos, por supuesto que ahí está esa realidad lacerante. Y precisamente por eso hay que engallarlas, meterles en la cabeza que tienen dignidad, ese valor intrínseco e inalienable de todo ser humano, que conlleva el respeto a su persona y derechos, sin relevancia de su origen, condición social, credo o cualquier otra característica.

En nada ayuda a una mujer sometida a tratos infames alentarle el odio contra los varones, porque este sentimiento destruye a quien lo anida, al victimario le hace, y discúlpeme la expresión, «lo que el viento a Juárez». El feminismo debe empoderar a las mujeres de manera racional, haciéndolas conscientes de que no son ni más ni menos que hombre alguno. Y que depende de su determinación, de creer en sí mismas, en sus propias fuerzas, lo que las va a llevar a desarrollarse integralmente, para plantársele a su realidad diciéndole «ahí te voy, ya sé quién soy y lo que valgo».

No es con «hembrismo» como se combate el «machismo». Responder con violencia a la violencia es un absurdo, es una soberana estupidez. El dicho de que el «valiente vive hasta que el cobarde quiere» tiene sustento, es sabiduría probada. A la mujer violentada, y ese es el mayor desafío, es convencerla de que la única que puede acabar con ese estado de cosas, es ella misma, si esto no se logra, así seguirá hasta la consumación de los siglos. No es un proceso fácil, y esto no lo digo yo, si no los expertos en la materia.

El feminismo de nuestros días tiene que replantearse, fortalecerse en la racionalidad, no en la manipulación de la vulnerabilidad de quienes no están ni enteradas de la valía de su persona. Promover la polarización y el antagonismo entre hombres y mujeres para lo único que «sirve» es para rasgar más el tejido social, para distanciar en lugar de fortalecer las relaciones entre ambos géneros, para perpetuar estereotipos repudiables que se convierten en obstáculos para el dialogo que construye y engrandece al ser humano. Los problemas comunes se resuelven hablando, no alimentando enconos.

No concibo un mundo dominado por las mujeres, no me gusta el dominio ni masculino, ni femenino. Hombres y mujeres somos personas, es la concordia lo que requiere este mundo nuestro para ser vivible. Nunca la arrogancia ni la prepotencia han gestado frutos dulces. Las grandes civilizaciones —recurramos a la historia— se hicieron añicos cuando a sus habitantes se les olvidó que es la paz la que perpetua la estancia del hombre sobre la faz de la tierra.

Y la paz se construye entre todos, hombres y mujeres. No existiríamos como especie el uno sin la otra. Así está diseñado el mundo. Sin nosotras las mujeres los hombres no están completos, ni viceversa. Eso del sexo débil es una tomada de pelo, es una frase insulsa, y lo digo con todo respeto. La fortaleza de un ser humano no la determina el género, si no lo que alienta en tu interior. Y esa parte demanda ser alimentada desde que nacemos. ¿Con qué?, con ternura, con cuidados, con amor, con mucho amor, y esto lo percibimos desde que recibimos el primer abrazo de quien nos trajo al mundo. Con el puro olor de la madre, la criatura se calma, se serena. Un hijo debe de ser deseado, no resultado de un acostón irresponsable. Ser deseado te da seguridad en ti mismo, y con eso lo que venga, te hace los mandados.

La comunidad la hacemos hombres y mujeres. Tenemos el deber de educar y de formar a las nuevas generaciones con esta mentalidad. Privilegiar el consenso, la reciprocidad, la tolerancia, el respeto, es lo que fortalecerá a una sociedad, que al margen de que quienes la conformen tengan diferentes maneras de pensar, lo cual no tiene nada de antinatural, sean capaces de conjugar en plural. La tarea de formación nos compete a todos. Ya es hora de romper paradigmas. Nunca he entendido la igualdad como renuncia a mi esencia femenina.

Tenemos que seguir bregando. Levantar la voz desde el espacio en el que hayamos decidido estar, para denunciar lo que aún padecen muchas mujeres, es asunto de compromiso con nosotras mismas, es congruencia, es ser solidarias en la aspiración de que el piso esté parejo. El feminismo no es la antítesis del machismo, lo subrayo. Declararse feminista no es sinónimo de estatus, ni de superioridad. Yo no soy feminista, pero sí estoy a favor de que los derechos para vivir acorde a nuestra dignidad de personas no son concesión graciosa ni constituye un privilegio nomás porque somos mujeres. Si muchas de nosotras ya tenemos esto bien claro, seamos generosas con quienes no han tenido la oportunidad de saberlo, o que sabiéndolo les aterroriza dimensionarlo por la realidad adversa en la que viven.

No perdamos la oportunidad de ser parte viva de un México en el que la armonía, el entendimiento, la aportación de lo mejor de nosotros mismos, sean el común denominador. Abrámosle la puerta a una cultura en la que predomine el nosotros, celebremos el compartir tiempo y espacio, esforcémonos en construir una nación de la que todos nos sintamos parte. No le permitamos ni a la misoginia, ni al victimismo, ni al revanchismo, ni a la frustración, ni a ninguno de esos lastres, que sigan viento en popa a toda vela, fastidiándole la vida a tanta gente.

Necesitamos convertirnos en una sociedad igualitaria, en la que todas las mujeres puedan vivir sin miedo, en la que los deberes de casa y con la familia sean asumidos como corresponsabilidad. Entendamos que la inclusión y el respeto son esenciales para la convivencia. Empoderarse como mujer no significa humillar a los varones, ni concebirlos como antagonistas. De lo que se trata es de crecer juntos, de sumar talentos y cualidades para que el mundo sea mejor para todos.

Reconozco que, sin el movimiento feminista, sin su empuje, sin los cuestionamientos que ha planteado, sería más difícil aspirar a tener una sociedad diversa e inclusiva. Es una realidad que nada más con buena voluntad no se rompe el modelo de la supremacía masculina que infortunadamente aun impera en sectores de diferentes latitudes. Hay una causa común que alienta este movimiento, y es la de que los derechos de las mujeres deben de ser los mismos de los que gozan los varones, y prohibido cualquier retroceso en ese sentido. Lo que no comparto es la postura radical de encono alimentado entre hombres y mujeres, y a ver quién es más que quién. Somos complemento la una del otro, y es con este entendido que se debe educar y formar a las nuevas generaciones.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

Deja un comentario