La mayoría de los diccionarios de la lengua española dan al vocablo «fanatismo» una connotación negativa y definen el término «fanático» como relativo a una persona intolerante, exaltada, rigorista, puritana y de un celo excesivo. Todos sabemos, sin embargo, que existe un tipo de fanatismo positivo, no negativo, que socialmente se manifiesta mediante un entusiasmo sano, racional y moderado a favor de un grupo de personas o de un individuo en particular.
Quiero referirme aquí a tres tipos de fanatismo que considero particularmente reprobables y nefastos, los cuales, sin lugar a dudas, se han manifestado de manera inverosímil y lamentable en nuestro país. El primero de estos fanatismos es el fanatismo religioso que, en términos generales, tanto desde el punto de vista histórico como desde la perspectiva y análisis de los acontecimientos actuales, «no nos resulta novedoso»: el fundamentalismo islámico sigue vigente en algunos países, propugnando por la organización religiosa del Estado y de la sociedad. Aquí, en México, ese celo y convicción religiosa fue históricamente el detonante de las sangrientas «guerras santas» de los Cristeros, que de algún modo podrían parecernos «émulas» de las otras guerras igualmente sanguinarias y, al final, incluso políticamente corrompidas protagonizadas en Europa y el Medio Oriente por los Cruzados y los Templarios. Creo que ninguna religión seria y teológicamente sólida podría contar con argumentos éticos y teológicos aceptables para justificar la mortandad de aquellos a quienes no considera adeptos o correligionarios.
El segundo fanatismo, sin duda también peligroso y con consecuencias sociales nefastas, frecuentemente acompañado de vandalismo y de daños institucionales, culturales y materiales, es el fanatismo político, que la mayoría de las veces se presenta disfrazado de un supuesto celo democrático.
De ambos fanatismos, el religioso y el político, hemos tenido ejemplos lamentables en nuestro país. Por el lado religioso, la destrucción totalmente irracional y casi furibunda de una escuela y de varios bienes muebles llevada a cabo hace algún tiempo por la organización autodenominada «La Nueva Jerusalén» en Michoacán, además de un posicionamiento territorial casi «autonómico» y con algunos sesgos de inconstitucionalidad. Por el lado político, el incendio de edificios donde residen funcionarios y mandatarios o de algunos vehículos oficiales y de seguridad. Es ya de dominio público que, con mayor frecuencia que de manera eventual, se producen en nuestro México movimientos de fondo político velado que, escudándose en un supuesto celo democrático y social, se manifiestan de forma agresiva e intolerante contra quienes no están de acuerdo con ellos, arremetiendo contra todo y contra todos y causando daños sociales y materiales.
¿El tercer fanatismo socialmente peligroso? Ah, sí, se me olvidaba: el de solo algunos de los seguidores y simpatizantes de algún equipo de fútbol, cuando, desde luego, dicho deporte reúne a un conjunto de energúmenos vandálicos y, en ocasiones, hasta ladrones fanáticos e irracionales, a quienes se les olvida que el fútbol debe ser no más y no menos que precisamente eso: un deporte. E4