Trump, un loco de remate

La politización de la salud de algunos presidentes de Estados Unidos no es algo nuevo. Muchos ocultaron dolencias médicas debido a preocupaciones políticas. Abraham Lincoln, uno de los presidentes más grandes de ese país, padecía de depresión; Woodrow Wilson sufrió un derrame cerebral, Franklin Roosevelt tuvo polio, John F. Kennedy la enfermedad de Addison, Lyndon B. Johnson tenía trastorno bipolar.

Así que no siempre un trastorno psiquiátrico garantiza que un presidente no sea apto para el servicio. Pero, por otra parte, existe el antecedente de Thomas Eagleton, excandidato a la vicepresidencia, quien fue removido de la contienda de 1972 después de que se supo que había recibido tratamiento para la depresión.

La razón fue sólo una: Ese país no podía arriesgarse a tener su «dedo en el botón nuclear». Por eso hoy, mucha gente está de acuerdo en que el presidente Donald Trump es una figura pública cuyo comportamiento llama la atención y no parece normal, lo que ha llevado a expertos a desarrollar la hipótesis de que sufre una enfermedad mental.

Todos recordamos en su primera elección cuando presumió en Twitter que «el tamaño de su botón nuclear es más grande y fuerte comparado con el que tiene Kim Jong-un, supremo líder de Corea del Norte». El comentario le valió la condena de mucha gente porque, además de belicosa, es imprudente; no olvidemos que cuando se habla de poder nuclear tenemos que pensar en las consecuencias y estas son las de humanos —hombres, mujeres y niños— incinerados en un instante.

Luego vino su reacción por la publicación del libro Fire and Fury: Inside the Trump White House, de Michael Wolff, que reavivó la preocupación por la función cognitiva del presidente de Estados Unidos. En respuesta, Trump llevó a Twitter la defensa de su aptitud mental, describiéndose a sí mismo como un «genio muy estable».

En primer lugar, no olvidemos que cualquiera que tenga que llamarse a sí mismo un genio… no lo es. Pero además, ahí está, escrita en piedra, la frase del gran filósofo francés Denis Diderot: «Hay hombres que se creen sabios cuando su locura dormita».

Pero la locura de Trump no sólo no dormita, está más despierta que nunca, pues su autoevaluación como genio contrasta fuertemente con sus declaraciones —a menudo divagantes e incoherentes—, su capacidad de atención, el patrón del discurso repetitivo y su vocabulario más bien pobre, todo lo cual, comprensiblemente, invita a la preocupación acerca de su estado cognitivo que se agrava por su edad. Vamos, en resumen, la preocupación por saber si está loco o no, pues su mal llamada grandiosidad e impulsividad afectan no sólo a su país, sino al mundo entero.

Después de todo, estamos hablando de un tipo deshonesto, de piel delgada e impredecible. Tales características personales son muy graves en cualquier persona, pero en un jefe del ejecutivo son una amenaza, tal como lo fueron por años para territorios agrestes, como el nuestro, donde en 2017 dijimos adiós a alguien con características muy similares.

Finalmente, estoy seguro de que el mundo va a seguir volviéndose loco y llamando «loco» a Trump sin que conozcamos jamás los resultados de su evaluación psiquiátrica, la cual podría diagnosticar una enfermedad o trastorno mental. Hablo de un proceso que requiere de un examen minucioso, conocer su historia detallada y todos los datos clínicos relevantes, ninguno de los cuales puede recopilarse desde lejos. Sin embargo, quienes han estudiado por años su comportamiento aseguran que muestra signos que pueden ser indicios de demencia. Argumentan su pobre control sobre los impulsos y la dificultad para construir un argumento lógico.

En mi caso personal, le temo mucho a los psicólogos porque son capaces de curar la locura. Y es que como decía Nikos Kazantzakis, el autor de La Última Tentación de Cristo: «Las personas necesitan un poco de locura, de otro modo nunca se atreven a cortar la soga y liberarse».

Pero existe una diferencia abismal: yo no aspiro a gobernar al país más poderoso del mundo, que no necesita del asesoramiento de expertos en psiquiatría para comprobar una cosa: Trump está loco de remate y el mundo volverá a pagar por ello.

Es editorialista de diversos medios de comunicación, entre ellos Espacio 4, Vanguardia y las revistas Metrópoli y Proyección Empresarial, donde escribe sobres temas culturales, religiosos y de ciencia, tecnología e innovación. Es comentarista del noticiero “Al 100” de la estación de Radio La Reina de FM en Saltillo.

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