Me he puesto a recordar mis ayeres. Cierro los ojos y le abro la puerta a lo que fue. Soy de una generación del siglo XX, de cuando México acomodaba su marcha hacia la modernidad, y se adecuaba a las demandas de ese entonces. Y ese ciclo se da desde el principio de los tiempos. El país que guardo en la memoria de mi infancia, ya casi nada tiene que ver con este del XXI. Todo evoluciona, es ley natural. Y según los cánones de esa norma, o se adapta o se desaparece.
La cultura es un referente sine qua non de los pueblos de la tierra, porque en ella están los elementos y características de una determinada comunidad, en ella se abarcan las tradiciones, las costumbres, las creencias, la manera de comunicarse, de pensarse y de forjar una sociedad. La cultura es fruto de la creación humana, se matiza con la geografía, con los aspectos sociales y económicos. Es dinámica, cambia acorde a las demandas del grupo, es diversa, como diversos son los pueblos en donde nace. Se aprende y se replica de generación en generación. La constituyen elementos materiales e inmateriales. La cultura refleja los valores que alientan a esa comunidad y se traducen en las diversas expresiones artísticas, como la pintura, la danza, la música, entre otras. Ergo, la diversidad es multicolor. Por ello la relación y la convivencia armoniosa entre culturas son de desearse, porque enriquecen a la sociedad.
El patrimonio cultural es bien importante, dado que en él se engloban las creaciones del ser humano a lo largo de su estancia en el planeta. Por eso es un deber preservarlo para las generaciones que estarán llegando en el futuro. Es esencial que lo conozcan, que lo ponderen, que lo aprecien y que lo amen. En él están su historia, su identidad, y esto incuba el sentido de pertenencia. El patrimonio cultural incluye tanto bienes materiales, verbi gratia, como edificios, artesanías, pinturas, y también inmateriales, como rituales, festividades, cantos.
Es sustantivo entonces, alimentar esa cultura comunitaria, cuyo aliciente es bordar en lo colectivo cuanto nos une; es un instrumento ideal para vincular personas y comunidades. Es ahí donde se generan la solidaridad y los vínculos que le dan fuerza a una nación. La identidad con lo que nos es común aporta a la comprensión, a sentirnos parte de, a apreciar lo que nos rodea. Este sentimiento coadyuva a la identificación de estrategias y acciones para mejorar la vida de quienes son vecinos de espacio y tiempo. La cultura aglutina y cataliza la diversidad.
Hoy más que nunca, gobernantes y gobernados necesitamos esa sintonía. La vida en el siglo XXI no es la misma de otros tiempos. Se vive de manera vertiginosa. La empatía necesita alimentarse. Hay distancias en estos días que estremecen. Usted lo ha visto, estimado leyente, por darle un ejemplo, vaya a un restaurante, vea un grupo familiar —padre, hijos, hasta abuelos— con su celular en la mano y dándole con el pulgar a todo lo que da… Bendito Dios que yo sí tuve la fortuna de conversar con mi madre, con mis parientes, con mis compañeros de escuela, con mis maestros, con mi esposo, con mis hijos, con mis amigos, a la manera tradicional, sin aparatejos de por medio. Y lo sigo haciendo, no con la asiduidad que yo quisiera, pero vengo de esa escuela de la calidez humana. Hoy está en desuso y debemos de hacernos cargo, viejos y jóvenes. O vamos a convertirnos en ínsulas, y el diseño biológico que tenemos no se concibió así. Carajo, somos de carne y hueso, pero también tenemos alma, pensamiento, espíritu… Y más vale que no se les olvide a las generaciones de mañana. Y a mi generación, transmitirlo.
El siglo XXI, igual que sus antecesores, tuvo sucesos que sin duda influyeron en lo que hoy tenemos. Brevemente, el atentado a las torres gemelas —no hay intocables, fue en pleno corazón de Nueva York—, en 2003 se descifra el genoma humano, el nacimiento del Facebook en 2009 y en 2010 el iPad, en 2020 la plaga del COVID-19, que vino a recordarnos que somos chiquititos…
Estamos viviendo en el seno de una sociedad en la que la diversidad cultural va in crescendo, de ahí la relevancia de promover el respeto entre nosotros, este principio tiene validez universal. Aprendamos a vivir bajo sus lineamientos, con el respeto se fortalece la convivencia, se nutre la tolerancia, se promueven la innovación y la creatividad porque se desarrolla la capacidad de dialogar con personas con perspectivas distintas. La cultura comunitaria propicia la inclusión, la pluralidad, nos devuelve nuestro ser gregario, redivivo nuestra naturaleza intrínseca. La cultura comunitaria tiende puentes para transitar con civilidad y consideración, aprendemos a dar y a recibir.
Hay cambios socioculturales y económicos que nos están cimbrando: el desempleo, la pobreza, el hacinamiento, el avance feroz de la delincuencia, la contaminación ambiental, la soledad y el abandono de adultos mayores, la trata de personas, el empleo de niños, la desintegración familiar… ¿O no?
La influencia de la cultura es trascendental en la vida comunitaria. Nosotros la hacemos. Hay evidencias. Está la religión, que ha moldeado la moral y los valores de una sociedad. La manera de educar y formar a los hijos, también deja su impronta en el colectivo social. Hoy día el fenómeno de la globalización ha empujado cambios sociales que tienen que ver con la movilidad, el aprendizaje en línea y abierto, etc., y traen consecuencias que impactan y que hay que aprender a lidiar con ellas.
El ser humano es reacio a romper paradigmas, porque ello implica la pérdida de tradiciones y prácticas establecidas durante mucho tiempo, pues hoy día más vale prepararse para ello, y asumirlas como algo positivo que va a contribuir a una mejor marcha del mundo. Los cambios, en estos tiempos, lo subrayo, son meteóricos, y su impacto se da en todos los ámbitos del quehacer humano, en lo económico, en lo político, en lo social, en lo académico, hasta en la manera en que nos relacionamos con los demás.
La tecnología y la comunicación desarrollados, han hecho que estemos conectados con el de al lado y allende los mares nomás con presionar una tecla. Las fronteras van dejando de ser geográficas, el fenómeno de la internacionalización es realidad cotidiana. Esto sin duda ha movido los ejes mundiales del poder. Lo estamos viviendo. Estamos ante el resurgimiento de potencias asiáticas y la decadencia de otros que dictaban las reglas con la mano en la cintura. Esto apertura caminos para la gestión inteligente de liderazgos empresariales, políticos y sociales, acordes a la dinámica del siglo XXI.
También esta centuria se tiene que preparar para bien llevar el cambio demográfico. La gente vive más, esto significa que a diferencia de otras épocas, el número de adultos mayores va a la alza, y esto modifica la dinámica familiar y las relaciones intergeneracionales. Por otro lado, el fenómeno de la migración ya está influyendo en la composición étnica y por supuesto en la cultura de un número importante de países.
Cabe destacar, porque no es asunto menor, que la igualdad de género está contribuyendo de manera significativa al cambio de patrones culturales y sociales. Cada vez hay más mujeres en espacios en los que se toman decisiones que impulsan el desarrollo de una nación. El talento no es privativo de un género, es asunto de personas. El empoderamiento femenino es ya un hecho. Otro aspecto relevante, es el avance en la concientización de la sostenibilidad y protección del medio ambiente. Todavía no se da como quisiéramos, pero la semilla está prendiendo. Que nos quede claro que no hay otro planeta para mudarse, el único que tenemos es este, la Tierra. De modo que hay que cuidarla y salvarla de los depredadores que en nombre del desarrollo le han hecho un daño inconmensurable. El uso de energías renovables, la agricultura sostenible, la reducción de residuos, son la alternativa.
El cambio social y cultural es imparable. La tecnología va de frente y no se quita, es factible que haya transformaciones más drásticas que las que hoy estamos viviendo. La inteligencia artificial… ¿Qué nos depara? ¿Se va a engullir nuestra humanidad? No sé, ni siquiera la entiendo del todo.
Lo que sí sé es que tenemos el deber, todos, de poner lo mejor de nosotros mismos en lo que hagamos. Contribuir a que el mundo sea más justo y equitativo es de gente con principios y valores éticos. Sembremos una cultura de paz, de comprensión y de entendimiento. Bajo su égida, el futuro de las generaciones venideras, será luminoso y alentador.