Unidad nacional

La historia, la asimetría y la desconfianza marcan el ritmo y el compás de la relación entre México y Estados Unidos. El gigante impone sus reglas e intereses, apoya dictaduras y traiciona a aliados según su conveniencia; no solo en América, sino en el mundo. A nuestro país no le queda más que adaptarse a las circunstancias, siempre cambiantes, aprovechar al máximo su vecindad con la mayor economía del mundo —devoradora no únicamente de bienes, productos y servicios, sino también de drogas— y evitar abusos hasta donde le sea posible. Mientras el Estado tenga respaldo popular, autoridad y fuerza política, estará en mejores condiciones de resguardar el interés y la soberanía nacionales. El recelo entre los vecinos es mutuo, pero se necesitan el uno al otro. La posición de México es fundamental para la seguridad del imperio.

Cualquier cosa que Estados Unidos emprenda a favor o en contra de México repercute en su territorio. El rescate de la economía por la crisis de 1994, autorizado por el presidente Bill Clinton con la oposición del Congreso, no fue para salvar a Ernesto Zedillo ni al Gobierno, sino para proteger del colapso a su país. El acuerdo migratorio ofrecido por la administración de George W. Bush a Vicente Fox para legalizar a millones de connacionales se esfumó con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Virginia. Bush inventaría después el cuento de las armas químicas en Irak para derrocar a Sadam Husein y desatar la «guerra contra el terror» en la cual embarcó a España y Reino Unido. En política nada está escrito. Menos ahora, cuando buena parte del mundo está en ebullición. China y Rusia pesan más cada día.

En este contexto, el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, reprochó a toro pasado la estrategia de «abrazos» que el expresidente Andrés Manuel López Obrador siguió con la delincuencia organizada. Asimismo, criticó el rechazo de una ayuda por 32 millones de dólares para reorganizar el sistema de seguridad en nuestro país. El diplomático, quien se desempeñó como secretario del Interior en el primer periodo de Barack Obama, atribuye la declinación de fondos a razones puramente ideológicas, sin tomar en cuenta los principios de un país soberano y de una sociedad históricamente agraviada.

Justamente fue en la administración de Obama cuando se implementó la «Operación rápido y furioso», la cual consistía en vender armas a carteles mexicanos. El Gobierno de Felipe Calderón, amigo de Estados Unidos, fue olímpicamente ignorado. La idea era seguir el rastro de los fusiles y pistolas para llegar a los capos. La táctica fracasó en redondo, lo mismo que otras desarrolladas previamente por la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (AFT, por sus siglas en inglés). La huella de las armas se perdió, muchas aparecieron en lugares donde ocurrieron balaceras y matanzas. La debilidad del presidente Calderón, cuyo zar antidrogas era Genaro García Luna, le impidió subir el tono de la protesta.

Estados Unidos ayudaría mejor a México —y a sí mismo— si combatiera el consumo de drogas y el tráfico de armas con el mismo ahínco que dedica a perseguir a los migrantes, cuyas aportaciones a su economía y cultura son incomparables frente a los males que la demagogia incendiaria del presidente electo Donald Trump les atribuye. Claudia Sheinbaum debe hacer uso de su intuición, inteligencia y carácter para afrontar al fanfarrón. La mejor manera de taparle la boca es con una estrategia de seguridad eficaz, basada en la inteligencia, la atención de las causas que generan violencia, pero, sobre todo, en la unidad nacional.

Pantomima panista

El machismo se impuso de nuevo en el PAN. No solo eso, también el fraude y la simulación. Si el sucesor de Marko Cortés hubiera sido alguien de la talla de Carlos Castillo Peraza o incluso de la fogosidad de Felipe Calderón, el partido que antaño simbolizó la oposición más congruente y sólida tendría alguna posibilidad de recuperarse del fracaso de las elecciones de junio pasado. Pero qué va, la cúpula optó por la peor de las opciones. Jorge Romero representa el continuismo de presidencias abyectas, mediocres y personalistas. El ciclo lo inició Gustavo Madero, firmante del Pacto por México que avaló las reformas neoliberales de Enrique Peña Nieto. Ricardo Anaya provocó la derrota del PAN en las elecciones presidenciales de 2018 con él como candidato. Cortés es el causante de la debacle del 2 de junio por su alianza con el PRI.

La mejor alternativa para dirigir el PAN era Adriana Dávila, mujer inteligente, por su autonomía, valor y por tener las mejores propuestas para un partido decadente, desconectado de la realidad y distante de su militancia. El desplome de la votación demanda con urgencia formar nuevos cuadros e incorporar ideas frescas. En 85 años de historia, Acción Nacional ha sido presidido solo por varones. Cecilia Romero cubrió un interinato de dos meses en 2014. En el PRI, la única dirigente electa para un periodo completo fue Beatriz Paredes. María de los Ángeles Moreno, Dulce María Sauri, Carolina Monroy y Claudia Ruiz Massieu cubrieron suplencias.

El PRD también ha sido capitaneado por mujeres: Amalia García, quien sucedió a Cuauhtémoc Cárdenas antes de ser gobernadora de Zacatecas, y Rosario Robles. El Partido Verde lo lidera Karen Castrejón. El caso más relevante es el de Morena. María Luisa Alcalde, preside, a sus 37 años, la fuerza política más importante del país. A los 25 fue diputada federal y después secretaria del Trabajo y de Gobernación. Su tarea actual consiste en elevar la militancia de Morena de 2.5 a 10 millones en los cuatro próximos años, con un trabajo de puerta por puerta y una base de 36 millones de votos emitidos por Claudia Sheinbaum.

Romero fue elegido en un proceso desairado, donde apenas votó una cuarta parte de los 277 mil afiliados, la mayoría de los cuales (148 mil) son mujeres, y entre denuncias de fraude. Si el PAN deseaba atraer el voto femenino y el de otros sectores, y afianzar a una figura, otra opción para dirigirlo era Xóchitl Gálvez. La excandidata presidencial le aportó al PAN 9.1 millones de los votos. Adriana Dávila se opuso al frente con el PRI y el PRD. Tampoco estuvo de acuerdo con la alianza en Coahuila para la gubernatura, en 2023, y censuró a Cortés por el canjear votos por posiciones y prebendas, en su mayoría. La exdiputada tlaxcalteca calificó el pacto de vergonzoso, en una gira proselitista por Torreón.

El PAN recurrió a la misma pantomima del PRI. Si este modificó sus estatutos de espaldas a la militancia para extender a un tercer periodo la presidencia de Alejandro Moreno, aquel simuló una elección para dejar el control en las mismas manos. La jactanciosa declaración de Romero, de ser «el único partido que renovó su dirigencia a través de su militancia», es un insulto para el panismo. Acción Nacional desaprovechó la oportunidad de ponerse a tono con los tiempos del país, donde las mujeres son protagonistas. Dávila u otra del mismo perfil podría haber plantado cara al Gobierno de la presidenta Sheinbaum, quien, en un dos por tres, bajó a Romero del pedestal de los idiotas.

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