Vance, conservadurismo—¡Pop!

El tiempo apremia. Últimos dos garabatos rumbo al noviembre gringo. Acá ya tuvimos lo propio. ¡Yaa! Ahora hay que ver con qué marida esto. Ya conocemos fértiles relatos sobre «los dos candidatos». ¿Y los running mates… los vicepresidentes? Pues acá vamos, con vocación de anecdotario y radiografía… y por orden alfabético. «Vance»: primera entrega de dos.

El binomio que escolta —extrañamente, a primera vista— a Donald Trump. Toca desgranarlo un poquito. O más. ¿Pues qué traes, J.D. Vance? ¿De dónde vienes y a dónde vas?

Clima

El pequeño Middletown de la zona metropolitana de Cincinnati llevaba viento pesado en agosto del 84. Nueve días después del nacimiento de James David, fue cuando a Reagan le dio por aventar —con la creencia del micrófono apagado la cuenta regresiva para bombardear a los «rusos» en ¡cinco! minutos. Ay. Eran días donde la subrepticia diplomacia estadounidense acordaba resoplidos de armas químicas con Saddam Hussein… en oscuras cavernas. Como la atmósfera global.

Mientras que la Iron Lady británica daba golpes de mesa y esquivaba esquirlas irlandesas, otra de las damas férreas de aquellos efervescentes años caería. En el atardecer de la Noche de Brujas de 1984… los dos escoltas de la primera ministra de la India —Indira Gandhi—, la arrinconaron en el patio de la residencia oficial para vaciar sus pistolas.

En las salas de cine, un fisicoculturista se transformaba en Terminator y —otros tipos—, encabezados por Bill Murray, hallaban la forma de atrapar fantasmas. Tierra de catarinas y venados de cola blanca, el estado de Ohio recibía los efluvios del lago Erie a la par de un chiquillo cachetón que le agarraba la onda a esas tierras. Se apellidaba como el papá (Bowman). Pero —ante la «escapada»— pronto asumiría el nombre de sus abuelos maternos: los verdaderos guías de linaje Vance.

Una niña afgana de ojos hipnóticos observaba desde todas las portadas de National Geographic. Y Diana de Gales bailaba con John Travolta en un fiestón de la Casa Blanca. Un príncipe observaba, cabizbajo. The Police —no la verdadera «ley»/ley— eran la banda a seguir. También Bruce Springsteen y su «Born in the U.S.A.» Ese es el contexto del joven James David. ¿Vance?

Por una fe

Político. Cuarentero «veterano» de la Marina. Y «emprendedor» de folletito. JD Vance asciende a la vicecandidatura como senador junior por Ohio. Hace dos años se batió a seis puntos contra el demócrata y «representativo» Tim Ryan. La ventaja oficial en 53% lo colocó en el juniorado del Senado para 2023. Ni se imaginaba lo que venía, ¿no? Yo digo.

De los 19 a los 23: este chavo se arrojó con más indiferencia que patriotismo a la infantería de Marina de los EE. UU. El cuerpo de Marines ha de haberle ayudado a definir su sitio. Un descendiente de kentuckians de cepa con residencia en el Midwest y acento materno… mejor ser «Cabo» en la Guerra de Irak, que las filas inclementes de las grises pistas de acero que se desprenden entre Columbus o Cleveland. Toca, a veces, alejarse de lo Hillbilly. Eso: la poca educación, los modales bajos, el gusto roído. También las pocas letras. El hillbilly es el gringo más rústico. El rural. El pueblerino más arriba de Tejas. Que no es redneck.

Más tarde se enroló en la universidad estatal de Ohio, semillero de agronomía y mecánica. De la chistera iba a extraer doble licenciatura: Ciencias Políticas y Filosofía. Todo con respectivo republicanismo según cátedra. Y con la suficiente recomendación para lo siguiente: la Escuela de Leyes de Yale, de donde salió volando —con novia— y con título de doctor en jurisprudencia. New Haven le planteó una forma y un motivo. Todo empezaba con Usha: su compañera y pareja.

Republicano aparte, con Usha Chilukuri —nacida de académicos indios en San Diego— iba a contraer matrimonio poco después, en 2014. Y en Kentucky, territorio hillbilly de la estirpe materna. La ceremonia —experimental— contó con lectura bíblica y la presencia de un gurú. El hinduismo se fundía con un cristianismo confuso. De extracción evangélico—protestante, JD ha estado «inquieto». Así fue como en 2019 hizo oficial su conversión —e inmersión— al catolicismo. Y bueno, eh. Con relación al poder… solamente dos personajes de esta raigambre han sido natural e históricamente católicos: John F. Kennedy y Joe Biden… ¿¡demócratas!? Pero ya, ya, su elegido santo protector fue san Agustín. Y hoy ya son tres hijos de la superfamilia Vance. Esa cuyo patriarca fue confeso admirador del acento con telón Arkansas de Bill Clinton y de la dinámica paternal de Barack Obama. ¡Oquéi!

Un puente: «ese» libro

Dos años después, su pluma parió una memoria… de alcances cinematográficos. Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis provocaría gran movimiento. Esta historia de epitafio y elegía con densa y bochornosa hondura norteamericana iba a la pantalla vía Netflix en 2020. ¡Y con gran elenco!

Con tres Globos de Oro, la camaleónica Amy Adams será Bev, madre de JD. Sin piel de dálmata, la gran Glenn Close encarnará a Bonnie/Mamaw… la entrañable abuela. El ahora candidato a la vicepresidencia fue interpretado por el joven y prometedor Gabriel Basso —cazador de OVNIs en Super 8 y arquitecto solar en The Kings of Summer—… buen favor le hizo. La película pasó con más indiferencia que estrellitas. A pesar de la buena «dirección» y una banda sonora de Hans Zimmer… la Memoria de Vance quedó en la raya con una entrada de 39 MDD frente a los 45 MDD que costó el largometraje. Todo al filo. Pero claro el relato. Verbi gracia: la madre, sus drogas, la abuela, la universidad.

Expreso crítico de Trump mientras hilaba sus memorias, llegó a llamar —en aquel 2016— a su actual mate-boss como: «un Hitler americano». Pero algo pasó en cinco años. De forma radical. Un golpe de timón que llevó al propio Donald Trump a elegirlo como compañero de fórmula. Todo por consejo de sus dos hijos mayores (Donald Jr y Eric). Lo que nunca disculpó JD: «¡Cómo Mike Pence permitió que Trump perdiera contra Biden!»

¿Vicepresidente?

Como segundo al mando en la tercera campaña de Trump, JD Vance proviene de las atmósferas legislativas para ocupar la sucesión y «la silla de John Adams». Lleva Ohio en las espaldas. Su «jefe» trae un híbrido neoyorquino con tufillo a Florida.

Elon Musk inyecta a las arcas de la campaña y no baja de «patriota» a Vance. Tras de sí, el joven senador republicano carga la responsabilidad de las mascotas felinas que ni él mismo pudo engullirse en el famoso debate Harris-Trump. Ni migrantes. Ni haitianos. Ni en Ohio. Y después del «avionazo» en el que el expresidente de tonos cítricos no quiso comparecer… por fin el 1 de octubre se hizo realidad el debate entre los running mates: Vance y Walz, frente a frente. Así. CBS registró una suerte de «empate civilizado». Incluso el New York Times, el Wall Street Journal, Los Angeles Times y USA Today lo enmarcaron como «ligero» ganador.

Y es que bien guardó el despliegue de agenda, como cartera que uno sabe desaliñada. No surgió el concepto de «Diablo» que hoy se posa sobre las universidades —y hasta sobre Kamala—, y que enarbola el binomio republicano. Ni las sospechas alrededor del FBI. ¿Y por qué no de la CIA… ahhh?

JD Vance, así, se ha consolidado como el running mate republicano por excelencia. Y más artilugios de actualización. Se trata de la nueva ala nacionalista y conservadora del partido. La guardia de la religión, la identidad y la cultura. Como inexperto populista de derechas, ha consumido: lo más incisivo de Giorgia Meloni en Italia; la demagogia postmilitar que emitió Bolsonaro en Brasil; y la contundente retórica que ya emprende Javier Milei en Argentina. La vigilancia electoral estadounidense se relaja al grado de no observar del todo un neonacionalismo «postliberal» que bien puede —no mañana, ni pasado— mutar en un núcleo fascista. Las posturas son: criminalización del aborto, negación al matrimonio entre personas del mismo sexo, desaprobación del control de armas como derecho, condena a la excesiva ayuda a Ucrania que Biden tejió en su administración… y lo más «original» de este creador de políticas públicas republicanas: ataque a la creciente costumbre de los Sin/Hijos: una opción tan personal como adherida a las campañas medioambientales. Para JD Vance, el antinatalismo representa lo peor de las sociedades emergentes norteamericanas. Y los moralismos llueven —y nievan— como plaga egipcio-hebrea. Tampoco hay que olvidar el agresivo señalamiento que derrumba: el derecho de adopción por parte de parejas transgénero. ¿Y del divorcio?… pues ya decimos «nada».

El «joven» —y rotundo— Vance asegura que los demócratas son el combustible oligarca que da energía a tantas mujeres solteras —Cat/Ladies—, «señoritas-con-gatos… miserables. Que con su propia vida y elecciones personales quieren que el resto del país sea “así” de miserable». Ay, James. ¿Por qué? Y no contento, delinea su discurso con la aseveración: «los demócratas antifamilia y sin-hijos son sociópatas». Y, propone: se les deberían de cobrar más impuestos —por no gastar en «eso»— [y] como «castigo» por lo que están haciendo.

Y ya. Es una idea… un muestrario de la agenda que carga este muchacho del Midwest republicano. La idea es masticar este mapa y cotejarlo con lo que recientemente tomó silla en nuestro Palacio Nacional. ¿Cómo será?

Toca reflexionar. En el siguiente número: Tim Walz (D).

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