Querido nieto Julián: Como el eco del mar en un caracol, sentí tus gritos dominicales en TSM. Fueron dos, pero detrás de cada uno, apreciamos la pasión de tu alma verdiblanca, esa que estaba como prisionera, esa que es en cada uno, naturaleza exclusiva, irrepetible y autosuficiente.
Ahí parecía que se encontraba el fantasma de Gabriel García Márquez (1927-2014) que dijo: «La vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarlo».
El futbol nuestro, el lagunero, hijo, es producto de una tropa de paisanos aguerridos, que parecían ser escogidos por tener doble corazón. Esos niños como tú ahora, vimos a Esteban Méndez, el portero más elegante de la segunda división.
A Perico Borrego, a Lalo Castro, a Crí Crí Fernández, a Jaime y Enrique Yassin, a Raúl Saucedo, a Simón Gómez, al Tejón García, al Tepa Gómez, a Panduro Mora, al Chero Aldrete y entre todos ellos sus astros, Ramón Romero, volante de gran clase y Luis «Gato» Gómez, que se adueñó de toda la pradera derecha.
Fueron llegando unos y yéndose otros, porque el futbol, mi Julián, es como un río cuyo caudal no se detiene. Con Pito Pérez vino el campeonato en 1968 y el ascenso tan deseado, y estaban Rubén Villalpando, Jesús Ramírez, Mario Cordero, Romero, Perico Salinas, Celedonio Mora, que era un carrilero de alto nivel por izquierda, Rudy Alvarez, Garcidueñas, el goleador Lupercio, Coyota Fernández, Raúl Herrera, Pato Villarreal. Y como la vida, el futbol es también de altibajos.
En primera hubo temporadas muy malas y si acaso levantó el ánimo el equipo de José Antonio Roca, con Peruci, JA Rodríguez, Loza, Pedro Soto, Pierucci, Onnis, Micó y otros.
Después la franquicia se vendió a Anuar Maccise, que se la llevó a Neza. Pasaron años tristes y vacíos. El estadio se avejentó y si pasabas cerca, parecía que emitía llantos de soledad, hasta que llegó la tropa de Pepe Díaz Couder, quien con su Puma Rodríguez y Fernando de la Rosa, eran como el arco y la flecha y nació Santos, que robusteció Salvador Necochea, descubridor de Ramón Ramírez que jugaba en Tepic.
El mismo Salvador compró la franquicia de Ángeles de Puebla y volvió la primera división y el futbol. Todo lo que vino luego fue evolutivo, porque de campañas irregulares, con el apoyo de José Muguerza y la cervecería, tu equipo pasó a ser un competidor real y vimos un desfile de grandes jugadores: Adomaitis, Apud, Zambrano, Jared, Vuoso, Benítez, Pony Ruiz, Altamirano, Galindo, Ortiz, Castillo, Caballero, Gabriel, España, Rubio, Pedro Muñoz. Muchos. Hemos tenido de todo.
Desde un estadio viejo a uno de excelencia, con una gran cantera e instalaciones. Hemos vivido liguillas y campeonatos, se ha disfrutado de grandes espectáculos y hechos inolvidables, aunque nada como el primer título en 1996, con Alfredo Tena. Igual, hubo frentazos y tiempos de irregularidad.
El futbol es así, como la vida misma y hoy, esas emociones nos permiten delimitar en la exaltación, nuestro propio territorio.
Hoy somos gente que tiene la necesidad de compartir un entusiasmo, ese que habíamos olvidado, ese que suele tener todo escritor, que es un animal territorial.
Entusiasmo y fe, esa que destilan tus ojos cuando miras después de un gol, esa sonrisa que es como estocada perpendicular con muerte acelerada al toro de las angustias.