¿Y México, apá…?

¿Cuáles son algunos de los síntomas que acusan el deterioro democrático de una nación? Tomaré un ejemplo, uno de trascendencia mundial del siglo pasado, y coincidirá usted conmigo, generoso, generosa leyente, que los componentes siguen siendo válidos: Una campaña electoral permanente, partidos que no son ni de izquierda, ni de derecha, sino «del pueblo», polarización y arengas abrevadas en el odio, políticos que al disentir son acusados de traición y un gobierno demagógico e irresponsable.

Estas son algunas de las manifestaciones que aperturaron el camino para que un maníaco autoritario como Adolfo Hitler, obtuviera la victoria electoral en 1933. Se desmoronó la República de Weimar, no obstante que en su mayoría, quienes la habitaban, eran gente culta. Resulta increíble que no vislumbraran la caída. Las fuentes históricas y periódicos de aquellos días dan cuenta de cómo los nazis pudieron hacerse del poder gracias a la colaboración de los supuestos garantes de la democracia, como son las instituciones del Estado, sus poderes, la clase política y… y la sociedad civil.

Hoy día, en nuestro país, hay signos inequívocos que nos están mostrando que nuestras instituciones, que nuestra organización política vertida en los contenidos de nuestra Carta Magna, están desmoronándose. Que hay un ataque feroz contra la división de poderes, que si de por sí los equilibrios para el ejercicio del poder público, sufren de anemia perniciosa, hoy es leucemia lo que los doblega. ¿De verdad, me cuestiono, a los mexicanos nos vale madres esta debacle? ¿De qué carambas estamos hechos, que todo se nos resbala?

Las políticas implementadas en materia económica, política, en seguridad, en salud, en educación, están conduciéndonos a una debacle de pronóstico catastrófico. Verbi gratia, el déficit fiscal que arrastramos —desde la pandemia— requerirá de recortes agresivos que afectarán el crecimiento del PIB, a más de que se volverá insostenible dado el nivel de endeudamiento que arrastra el país, a esto súmele las necesidades financieras de PEMEX —que es un cuerpo con gangrena hasta el tuétano mantenido a hue…— y el costo multibillonario de los programas asistencialistas a quienes constituyen el «pueblo bueno».

La crisis de constitucionalidad que embarga al país, no es cuento chino. Es verdaderamente peligroso estar haciendo reformas sobre las rodillas y en fast track. De continuar así, es un hecho tener a la tiranía adueñándose de nuestra nación. Celebro como mexicana, como ciudadana, el anuncio del INE de pausar la elección de juzgadores programada para el 25 de junio de 2025, hasta que se resuelvan los recursos interpuestos ante la autoridad judicial.

¿Qué clase de país queremos? ¿Por qué al grueso de los mexicanos no les importa enterarse aunque sea un poquito sobre aspectos básicos del orden jurídico que nos rige? No fue fácil convertirnos en país independiente, formalmente nacimos en 1821 como tal, pero tras esto hubo toda una odisea de repúblicas centralistas, federalistas, dos dictaduras, el 25 de mayo de 1911 concluyó la de Porfirio Díaz, y se fue porque no le quedó de otra ¿Y a partir de ahí ingresamos al paraíso terrenal?…. ¡No! Siguió la «dictadura» de los generalotes, a cual más se sentía con derechos para «dirigir» a México… y ¿ya con esto resolvimos el destino de la patria?… tampoco…y luego siguió la de un partido hegemónico, y en el 2000 la alternancia, y en el 2012 la vuelta del de siempre, y en el 2018 otra vez la alternancia, con un partido de izquierda y en 2024, que es ahora, repite la izquierda con 36 millones de votos a favor, 16 de la oposición y 37 millones de los indiferentes… ¿Qué ha cambiado? Nada, la cultura del mexicano promedio en torno a su papel como habitante y como ciudadano de este país, no se ha modificado un milímetro.

El abogado y sociólogo mexicano Pablo González Casanova, estudioso del tema, escribió que el Estado mexicano desarrolló una política paternalista-popular y a la vez, de «acuerdos y contrataciones» en las que se alternaban el uso de la represión con la concesión, de la ruptura con la negociación y el convenio.

Los grupos políticos y sociales, en sus relaciones con el Estado «tuvieron» que asimilar esa política y se volvió común y corriente. Se convirtió en «una especie de lenguaje mediante el cual, el Estado y la sociedad, o al menos una parte de ella, se comunicaban». Víctor Manuel Durand, por su parte, sostiene que, este hecho permitió al autoritarismo del sistema político mexicano «disfrazarse» bajo «un discurso y prácticas democráticas o pseudo democráticas».

El pueblo de México los fue adoptando a fuer de verlos transitar, y se convirtieron en elementos de una cultura política autoritaria muy peculiar, de rasgos oligárquicos y populares, de acuerdo con González Casanova. Y es fecha, que siguen imperando. De modo, que quizá por esto, al grueso de los mexicanos le vale queso el que en tan solo un mes los seudo legisladores tomboleros haya reformado, con la mano en la cintura, con instrucciones de callarse y acatar, hasta con faltas de ortografía —pecata minuta— más de 10 artículos de los 136 de la Constitución de la República. Como tampoco les importa la mayoría artificial que impera en la flamante Cámara de diputados, más la comprada o amenazada —para alcanzarla— en la Cámara de senadores.

¿Cómo se explica la pasividad, el desinterés de millones de compatriotas, en torno a quienes se les otorga una representación en el Poder Legislativo? Le voy a compartir un párrafo textual de la pluma de Hannah Arendt, la filósofa alemana, reconocida como una de las ensayistas políticas más influyentes del siglo XX. «Mientras el pueblo en todas las grandes revoluciones lucha por la verdadera representación, el populacho siempre gritará en favor del “hombre fuerte”, del “gran líder”. El populacho es incapaz de participar en la contienda electoral; sólo conoce la aclamación o la lapidación». Fuerte ¿no?

He sido candidata en diferentes ocasiones a un cargo de elección popular, de modo que no es platicado, me consta que lo que priva, es la «inmediatez de la oferta». Toqué un día una puerta en mi campaña para diputada federal, en una casa de una colonia de clase media alta, una señora entreabrió la puerta, era la persona que ayudaba con la limpieza, no me dejó ni hablar, no se me ha olvidado lo que me dijo: En mi casa somos nueve votos ¿a cuánto los pagas?…nos va bien en las elecciones, agarra uno billete…»

Es toda una historia. Una historia que se repite y se repite y se repite. ¿Y los demás? ¿Los que sí han tenido acceso a una educación que sí influye en la visión que se tiene de país, como para ocuparse de que este avance, no de que permanezca varado en lo que ya se sabe y requete sabe que está mal? ¿Por qué también de entre esos, hay millones que no se ocupan? ¿Por qué la desidia?

Me queda claro que en una sociedad compleja no existe una cultura política homogénea, porque en su interior respiran un número X de subculturas políticas que generan comportamientos políticos diferenciados, no obstante hay elementos comunes con alcance general. Y ese es el punto. Desde mi óptica, la educación es uno de esos elementos y juega un papel sine qua non, y esa es la que en nuestro país no se toca. Y no se toca, porque cuando se imparte de calidad, con la responsabilidad y el compromiso de que se trata de un elemento que hace libres a las personas, pues se convierten en una amenaza a los intereses creados.

Y resalto algo. Yo estudié solamente pre-escolar y la primaria en escuelas particulares, de monjas y laica. De ahí en adelante, toda mi instrucción corrió en la escuela pública. Y tuve maestros de excelencia, que contribuyeron no solamente a mi formación académica sino como persona, como ciudadana, como mexicana. Mis mentores no fueron profesores a secas, en ellos encontré mentes brillantes, espíritus generosos, que se esmeraban en transmitir lo mejor de sí mismos. ¿En qué momento el magisterio mandó al demonio su misión educadora? ¿Por qué hoy día ya no hay transmisores como los que prepararon a mi generación? La democracia se nutre de participación ciudadana, es un elemento sustantivo de la misma. Las clases de civismo que recibimos los de mi edad cuando fuimos niños marcaron una diferencia abismal, con lo que hoy se tiene en el ámbito de la participación en los asuntos públicos. La mayoría de los mexicanos estima que no son de su incumbencia, y mire que tenemos.

De esta «ausencia» han ido agarrando fuerza en nuestro país los gobiernos populistas, autoritarios, los ladrones metidos a políticos que no tienen, ni les importa tener conocimiento alguno sobre la disciplina por antonomasia, que es la política, para servir a tu comunidad, los pueblos sometidos al yugo de la dádiva y además aplaudiendo y cooperando o se les acaba, la sociedad contemplativa acostumbrada a lavarse las manos como Poncio Pilato hasta que llega el día que el agua llega más arriba de los aparejos, pero ya es demasiado tarde hasta para corcovear, de los ricos sin principios que se unen al clan de los despatriados que «hacen negocios» —los gobernantes— a costa del bienestar de los cautivos que pagan impuestos…y hoy día hasta con la delincuencia organizada…

¿De verdad, es el país que queremos? ¿No nos aterran los índices de criminalidad que tiene nuestro país? ¿No nos dice nada la crueldad, la insania emocional con la que se cometen los delitos de sangre? ¿Nos debemos quedar inmutables ante la ausencia de principios y valores éticos que está permeando en las nuevas generaciones? ¿Hemos ponderado el tamaño del daño que esto nos significa como sociedad? ¿Habrá algo que nos importe, que nos sacuda a los mexicanos, que nos libere del desgraciado pacto firmado con la indiferencia?

México se está desmoronando… nosotros somos México.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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