Cuando era niña y había algo que me asustaba, corría a refugiarme entre los brazos de mi madre, y con eso bastaba para que me invadiera una sensación de que ahí, en ese lugar tan cálido y amoroso, nada malo podía sucederme. Que maravilla es que una presencia te signifique tranquilidad, serenidad, quietud interior. Estar en paz te regala armonía, equilibrio emocional, espiritual y eso te lleva a un estado de felicidad inigualable. Mi infancia estuvo colmada de vivencias hermosas, que sin duda dejaron su impronta en mi manera de ser y de percibir el mundo del que soy parte. Mi madre se encargó de que yo fuera una niña alegre, bulliciosa, con un montón de sueños en la cabeza, con la imaginación a flor de piel. Me llevó de la mano fuertemente enlazada a la suya y luego cuando mis alas fueron lo suficientemente fuertes, me impulsó a usarlas y a volar.
Hoy día, infortunada e indignantemente, hay padres que solo lo son porque engendran, pero no se ocupan de sus hijos. Sus descendientes crecen como hierbitas silvestres, y con vacíos interiores que les dificultan realizarse como personas, a más de anidar sentimientos que no le sirven a un ser humano para tener conciencia de lo valiosa que es su vida y de cómo puede hacerla luminosa.
Y esto que he planteado, estimado leyente, ha traído como consecuencia la crisis existencial de millones de seres humanos, que deambulan pero no viven, y son presa de cuanto hace miserable la existencia, disculpa por la redundancia. Una formación rica en valores le da sentido a la vida, fortalece la relación contigo mismo y con todas las personas que son parte de la comunidad a la que perteneces. Vives en paz, y eso es una bendición.
La ansiedad, la soledad, la tristeza, son los males más dañinos de esta centuria y es bien difícil lidiar contra ellos. La sociedad de estos tiempos está enferma hasta el tuétano. Y si no hacemos algo contundente, el mundo, como dice un viejo tango, será una porquería.
La violencia en todas sus manifestaciones se ha ido adueñando de la vida de hombres y mujeres, sin distinción de posición socioeconómica ni académica, ni de credo religioso, y de todo el largo etcétera que le abre la puerta de par en par. La delincuencia está al alza, no se diga las adicciones a toda esa mugre que se tragan, que inhalan, que se inyectan, cada vez más niños y jóvenes. Da horror leer lo que se publica en los medios, dan nauseas la depravación que campea a lo largo y ancho del país y una profunda tristeza al ver a que infiernos está descendiendo el hombre.
Hay guerras, y dirán que siempre las ha habido, pues precisamente porque las ha habido y se conoce la devastación que provocan, debieran verse como una peste y no caer en su abismo. Ya basta, hagámonos cargo de la parte que nos toca, y trabajemos unidos para cerrarle el paso a esta hecatombe.
Hagamos nuestra la Cultura de Paz. La UNESCO la señala como un Imperativo para la Sociedad de nuestro tiempo. Estamos enfrentando retos descomunales, que van desde tensiones y conflictos políticos, hasta profundas crisis económicas y desigualdades que se agigantan. Derivado de esto, tenemos el deber de solventar estos problemas y trabajar para que el futuro sea armonioso y próspero.
La cultura de la paz, transcribo lo apuntado por la UNESCO, «se basa en la idea de que la paz no es simplemente la ausencia de conflicto armado, sino un estado positivo en el cual se promueve la justicia, la igualdad, el respeto mutuo y la cooperación. La cultura de paz se manifiesta en diferentes niveles: desde las relaciones personales y familiares hasta las interacciones a nivel internacional. Implica la resolución pacífica de conflictos, el respeto a los derechos humanos, la inclusión social y la promoción de la educación y la comprensión intercultural».
«La cultura de paz es esencial para prevenir conflictos violentos. Cuando las sociedades fomentan la comunicación abierta, la empatía y la resolución pacífica de disputas, se reduce la probabilidad de que los desacuerdos se conviertan en violencia. La paz es un requisito fundamental para el desarrollo sostenible. Los conflictos armados destruyen infraestructuras, interrumpen la producción y desplazan a poblaciones enteras. La cultura de paz defiende y protege los derechos humanos. Cuando se promueve la paz, se garantiza que todas las personas puedan disfrutar de sus derechos fundamentales, sin temor a la violencia o la discriminación. La diversidad es una característica inherente de nuestras sociedades modernas. Una cultura de paz abraza esta diversidad y promueve la inclusión de todas las personas, independientemente de su origen étnico, religión, género u orientación sexual. A nivel internacional, la diplomacia y el diálogo son herramientas poderosas cuando se trata de abordar los desafíos globales, como el cambio climático y la lucha contra el terrorismo».
¿Está fácil implementarla? No, pero tampoco imposible. Hay jinetes apocalípticos que tienen que combatirse y vencerse. Entre ellos, están la intolerancia enraizada en la irracionalidad, los mezquinos intereses políticos y económicos que se imponen tope en lo que tope, y la ausencia de voluntad para abrirse al diálogo que edifica.
Pues con todo y esto en contra hay que promover desde el espacio en que nos encontremos, la Cultura de paz. Los Gobiernos tienen el deber de incorporar valores como la empatía, y la tolerancia en sus sistemas educativos. Y los padres también deben asumir su responsabilidad de amor con sus vástagos. No se vale delegar la formación de estos a la escuela. Se trata de un binomio sine qua non que hay que recuperar, no está pasado de moda, ni es ninguna antigualla hacerse cargo de sus deberes.
También los medios de comunicación tienen un papel sustantivo para sembrar esta Cultura ¿Por qué? Porque forman opinión pública. El ejercicio de un periodismo ético y el dar a conocer eventos en los que la paz haya logrado desactivar un conflicto, es muy alentador.
La participación ciudadana, tan débil en países como el nuestro, debe impulsarse. La ciudadanía puede presionar a sus líderes para que implementen políticas públicas a favor de la convivencia. El sello distintivo de los países con más altos índices de bienestar generalizado se lo imprimen los gobernados que no son mirones de palo.
La cultura de paz es antropocéntrica, la persona es el magma, la paz se construye, enfatizo, desde lo individual, de ahí deviene la paz social, y esta es el mejor antídoto para parar en seco a la violencia. Las personas que están en paz consigo mismas no son conflictivas. Desde esa perspectiva, tienden un puente de plata con los demás. La paz es esencial para el desarrollo integral de los pueblos. Sin ella no puede haber prosperidad.
Abracemos esta Cultura de Paz, es el mejor camino para acceder a un mundo más equitativo, más justo y armonioso para las generaciones de hoy y de las que vendrán mañana. No es una utopía, está en nuestras manos construirlo. Que no nos gane la partida la desesperanza.
Seamos, como escribía el insigne poeta Amado Nervo, arquitectos de nuestro propio destino. Si queremos una patria grande, generosa, con oportunidades para todos, construyámosla. La paz es un aglutinante precioso.
Que tengan ustedes una Feliz Navidad. Démonos el regalo de recibir en nuestro corazón al Hijo de Dios, ejemplo de amor, de humildad y de paz.