El azote de la pobreza

A lo mejor ya lo he compartido en otros textos, pero me voy a permitir decirlo de nuevo, porque nunca ha dejado de impactarme. Mi madre odiaba la pobreza, la tenía aborrecida ¿sabe por qué? porque la vivió en carne propia. Me contaba, y los ojos le brillaban y la expresión de su rostro se endurecía: «Cuando tenía 7 años quedé huérfana junto con mis dos hermanos, nuestra mamá murió, y fuimos a vivir con un hermano de mi madre, mi abuelita fue a vivir allá también. Mi tío era mayordomo en la casa de los Alzuyeta, los dueños de la única tienda que había en Acapulco en aquel entonces —1915— y su mujer, Anastasia, lavaba ajeno. ¿Te imaginas? Y nosotros cuatro de arrimados. Cuando llegaban barcos al puerto, doña Tacha (Anastasia) corría al muelle, y no era la única, a gritar a los marineros que les dieran su ropa para lavarla. Los marineros les aventaban los “balotanes” —así le decían al montón de ropa— de trapos sucios. El compromiso era regresarlos ya limpios y planchados por la tarde. Ese día cenábamos pescado, les pagaban con los peces más chiquitos, los que no servían a la empacadora. Era noche de fiesta. Don Tadeo —el tío— no ganaba gran cosa, y para rematar, era muy mujeriego. Había mañanas que no había otra cosa para llevare a la panza, más que agua. Yo no sabía, a mis siete años, cómo le iba a hacer para no seguir en esa misma desgraciada suerte, pero lo que sí tenía bien claro es que así no quería vivir cuando fuera grande».

Y se cumplió a sí misma. ¿Sabe cómo? Trabajando y trabajando y trabajando. Primero trabajó en una sastrería como ayudante del ayudante, del ayudante del sastre, luego en una tiendita, después en la carretera vendiendo ropa a los hombres que construyeron la México-Acapulco, porque después de la independencia no se podía llegar al puerto más que en barco, desde Colima, y ahorró, ahorró siempre, era una disciplina, y juntó su «puntero», así le decían al dinerito ahorrado los pobres, y se fue a un pueblo chiquito cerca de Acapulco y puso una tienda, su tienda, y fue todo un éxito porque era la única que tenía refrigerador —de gas— toda una novedad en aquel ranchito perdido de Guerrero, ya que se podían vender refrescos y cervezas frías.

Combinaba la venta con la costura, hacía hasta vestidos de novia, cosía en la noche con un candil de petróleo, me contaba que amanecía con las fosas nasales negras de hollín. Cuando emigramos a Acapulco, ya tenía cuatro propiedades, un edificio de dos pisos en el centro, que fue el primero de aquellos rumbos y tres casitas en una colonia que todavía existe y existen las construcciones. En el edificio del centro crecí yo y está tan bien hecho, lo hizo un «maistro» de obras, don José Gutiérrez, que ha aguantado todos los temblores y los huracanes, Otis le hizo los mandados.

¿Sabe por qué le cuento todo eso? Porque mi madre nunca tuvo complejo de pobre, ni estaba atenida a que otros le dieran y vieran por ella, su mentalidad fue siempre de que ella podía hacerlo. Y no fue fácil, eran tiempos en que las mujeres eran poco menos que cero a la izquierda, y sin preparación académica, nomás llegó hasta cuarto año de primaria. Pero Dios no desampara a nadie. Era una mujer naturalmente sabia, que veía a lontananza y muy segura de sí misma. Creía en ella, en sus fuerzas, y era dueña de una voluntad inquebrantable.

Hoy día en el listado de ocho pasos que apuntan los expertos, para salir de la pobreza destaca en primer lugar, el cambio de mentalidad, subraya que es el más importante de todos, «salir de la pobreza mental».

La cultura de la dependencia eterna está enraizada hasta el tuétano en millones de compatriotas, y la han alimentado desde las altas esferas del Gobierno, es la manera más despreciable y mezquina de mantener a las personas encadenadas, esclavizadas a los «designios» del gobernante en turno. Con esas personas encorraladas se ganan elecciones, son los peones de las «victorias» para mantenerse en el poder hasta la consumación de los siglos. Y no hay forma de razonar con los esclavizados. Son fieles al Gobierno que les procura semejante opresión. No entienden que los buenos gobiernos son aquellos que generan condiciones para que haya empleos buenos y decentes que les permitan asegurar sus medios de vida. Aquellos que apoyan prácticas inclusivas y negocios sostenibles. Los que promueven mejores políticas públicas para que la gente viva acorde a su dignidad de ser humano.

La fuente esencial de ingresos por antonomasia es el empleo fijo, es el que le permite a las personas y a sus familias ascender en la escala económica, hacerse de bienes, invertir en educación, en salud, en vivienda, en alimentos, para finiquitar el ciclo de pobreza intergeneracional que agobia a tantos y tantos mexicanos. El empleo informal no ofrece todos estos beneficios. Y es el que hoy día domina el mercado. Al mismo estado no le conviene, porque le significan evasión fiscal. Hoy día, hoy mismo, erradicar a la pobreza sigue siendo uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos. No se le debe dar tregua a la lucha contra la pobreza desde un punto de vista humanitario, ético. Estamos en pleno siglo XXI y no se ha podido alcanzar ese equilibrio social y económico tan importante para el desarrollo integral de los mexicanos en su totalidad. La desigualdad no solo daña el crecimiento económico, también afecta las relaciones sociales y aumenta las tensiones entre los habitantes de una misma nación. Y más cuando se acicatea este sentimiento desde el Gobierno en turno.

En este sexenio se vendió el que «primero los pobres». Y mire usted que los avances para tener una sociedad más equitativa en términos de distribución de riqueza, pues se quedó en palabras. Y también aquello de separar el poder económico del poder político. La Oxfam, una organización internacional integrada por 19 organizaciones no gubernamentales, en su último informe destaca que la desigualdad en México va a la alza.

Las cifras que presenta apuntan que el 8% de la riqueza de nuestro país se concentra en 14 súper ricos, Carlos Slim tiene el 4%. Hay 294 mil personas que acumulan el 60% de la riqueza de México. Dicho de otra manera, el 0.2% de la población posee 6 de cada 10 pesos de la riqueza nacional.

Otro dato, los más beneficiados de las ganancias generadas en la post pandemia fueron Slim y Germán Larrea. A contrario sensu, hay 46.8 millones de personas que viven en situación de pobreza y más de 9 millones ni siquiera saben si van poder comer al día siguiente. Y lea este otro dato: la extrema desigualdad en México obedece a transferencias masivas de riqueza del Gobierno, vía privatizaciones, concesiones, licencias y permisos a un grupo de millonarios, los últimos cuarenta años, pero también hace hincapié en que el Gobierno a cargo, no solo ha mantenido el proceso de acumulación y concentración, sino que lo ha aumentado.

Es innegable que el Gobierno de la 4T ha aumentado el gasto social respecto del sexenio de Peña Nieto. Aumentó un 30%, pero no ha logrado abatir la pobreza extrema. Según datos del Coneval, hoy día 46.8 millones de compatriotas viven en pobreza, es decir el 36.3% de la población total de México.

Hay medidas que no se han tomado para combatir la pobreza con contundencia: 1) Acabar con el hambre y la desnutrición, es elemental porque son causa de mortalidad infantil, pero también puede provocar una ralentización de su desarrollo físico e intelectual, consecuencias irreversibles que les acompañarán toda su vida. 2) Cobertura universal de la salud, la pobreza provoca que la población enferma no tenga recursos para acceder a determinados tratamientos y por otro lado, una alta incidencia de enfermedades en un territorio impide que este se desarrolle económicamente. Andamos en la calle de la amargura en la cobertura de este derecho. ¿Cómo en Dinamarca? 3) Adaptación al cambio climático. Ni siquiera hay conciencia sobre esto. Los desastres naturales —incrementados por los efectos del cambio climático acarrean pérdidas de cultivos, ganado e infraestructuras. Ergo, hay una reducción drástica de la producción de alimentos básicos. ¿A quién daña más? a la población más pobre. 4) Acceso universal a la educación de calidad. Sabemos que es el instrumento más importante para romper el círculo de la pobreza, porque le da luz al pensamiento y esto cambia la visión del mundo y las expectativas de las personas. ¿Y cómo andamos? Reprobados. ¿Y qué? Me falta espacio para abundar, pero aquí lo dejo.

Por eso me duele tanto lo acaecido el pasado 2 de junio. El grueso de los mexicanos no tenemos ni idea de lo que es la democracia, y no me refiero al concepto político de la misma —que tampoco—, sino a la democracia como forma de vida.

Si lo tuviéramos, otro gallo nos cantaba. Fuéramos un país más parejo, con menos inequidades y con autoridades comprometidas con sus representados

Ah… y erradicar la pobreza no depende nada más del Gobierno, también de lo que estemos dispuestos cada uno de nosotros como miembros de la misma comunidad en la que habitan tantos marginados materiales e intelectuales, a contribuir. Se llama solidaridad. Este valor es el que ha hecho grandes a mujeres y hombres de otras latitudes, como Finlandia, por ejemplo.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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