¿La esperanza de México?

No, naturalmente que no. Ningún partido político puede ser la esperanza de México; es un absurdo pues choca con su naturaleza y no hay manera de reconciliar posturas, expectativas, ideologías, acciones, visión de futuro, confianza.

Nada más alejado de un pueblo que espera en la incertidumbre cotidiana más angustiante, que una entidad de poder que no lo incluye, salvo para aclamaciones públicas en marchas y plazas en su carácter de masa; también para ser el depositario de un discurso vacuo que lo privilegia en la palabra pero que lo excluye y lo disminuye en la realidad.

No, un partido político es una entidad del mal donde se diseñan las agendas en función de los intereses más mezquinos para acumular poder, privilegios, posesiones y dinero sin límite utilizando como recurso de logro cualquier método que tiene que ver con la mentira, la simulación, el abuso, la intimidación, la muerte. Lo peor, pues.

Ni el PRI, ni el PAN, ni el PRD, ni Morena, ningún partido político, pueden garantizar una cercanía impregnada de calidez con la ciudadanía. Históricamente el pueblo ha sido una entidad marginada, utilizada y manoseada por estas organizaciones sin que medie en ese acto el más mínimo acto de pudor.

Cualquier partido político —y el oficialista en el poder hoy, no es la excepción— ha sucumbido a la vocación de servicio que, dice, constituye la razón de ser en el mundo de la política. Su discurso, basado en un léxico mentiroso, falso, es el mejor ejemplo de lo que el imprescindible Octavio Paz, llamaba corrupción del lenguaje para beneficiarse con la trampa retórica de la que hace gala de manera tan pródiga.

En el pensamiento político global contemporáneo, prevalece la idea de que la esencia de la civilización constitucional moderna está contenida en algunos elementos cardinales, por ejemplo, la fijación de los límites del Estado, la distinción entre esfera pública y esfera privada, ambos componentes esenciales de la ciencia política de la actualidad en relación con el, digámoslo así, pueblo a quien, en efecto, debe brindarle esperanza.

Pero lo anterior, es algo que a los partidos políticos mexicanos no les pasa ni por asomo en su pensamiento de ínfimo desarrollo. Ni idea tienen acerca de lo que significa participar en la vida política de una nación para nutrir, enriqueciéndola, su vida cotidiana de su ciudadanía.

Desde el origen de su propia historia los partidos políticos mexicanos han definido idealmente sus principios de tal manera que no puedan ser afectados por la crítica ni por la percepción ciudadana. Bajo el escudo de bellísimos contenidos, llenos de lirismo, se propusieron privilegiar la imagen del pobre, del desposeído, del marginado, como objetivo primordial para elevarlo a la categoría de “primero los pobres”.

Nada de eso se corresponde con la realidad. Lo cierto es que un partido político se estructura con base en intereses de grupo. Se constituyeron para alcanzar grandes beneficios en todos los órdenes de la existencia. No es necesario mencionarlos, el lector los conoce todos y no me dejará mentir surgen las dirigencias políticas que gobiernan al país. Personajes de poca valía lideran estas organizaciones con status de Estado al que le deben rendir cuentas, agremiados o no, sin cuestionamiento de por medio.

De esos partidos han surgido, como dioses, caudillos convertidos en gobernantes que han impuesto gobiernos a capricho de ellos mismos o del grupo al que representan. Sin idea, sin rumbo, sin lógica para imponer políticas públicas que desafíen las exigencias del mundo para resolver a favor del pueblo los problemas que imperan en la sociedad gobernada.

Por eso, durante muchos años, he sostenido una postura de imperativo reclamo: la desaparición de los partidos políticos. México no los requiere, el ciudadano mexicano no los necesita. La democracia que no esté basada sólo en el número de votantes deberá entregarnos pronto la noticia de su destierro, mandándolos, si es necesario, al rancho de López Obrador.

Cuándo dejaremos de tener caudillos como éste último; o como Peña Nieto, Carlos Salinas, Luis Echeverría, ¿o toda la pléyade de caudillitos locales que es mejor no nombrar aquí? No necesitamos esos liderazgos inútiles que inventan el país que imaginan cada mañana que se despiertan en la comodidad y el confort de una posición que no los compromete para la vida de todos los días.

En el sistema político que tenemos en México, ¿cuándo un gobernante, de la jerarquía que sea, le dará importancia a un sistema de salud si no se enfrenta (aunque sea una sola vez) a las grandes carencias que se padecen en el nuestro: sin médicos suficientes, sin medicinas suficientes, ¿sin infraestructura suficiente para enfrentar los retos que le plantea una sociedad enferma y que no puede atender por incapacidad estructural y por un burocratismo empoderado, si no se atiende ahí porque sus privilegios le permiten asistir a una consulta privada?

¿Cuándo un gobernante, de la jerarquía que sea, podrá atender el problema de los feminicidos si sus mujeres no andan, por necesidad, solas en las calles de las ciudades exponiendo su vulnerabilidad a la vista del crimen organizado, a veces pareciera patrocinado desde el mismo Estado?

¿Cuándo un gobernante, de la jerarquía que sea, podrá calibrar adecuadamente el problema de los migrantes si no está con ellos para testificar los maltratos, las vejaciones, las humillaciones y todos los actos homofóbicos de que son víctimas en su tránsito por el territorio mexicano?

¿Cuándo un gobernante, de la jerarquía que sea, podrá padecer el impacto de las masacres recurrentes en todo el país, si su cabeza hueca sólo visualiza la estadística que le presenta su corte y que siempre dice que en el país no ocurre nada de eso?

Y todo ese mal viene de los partidos políticos donde el tránsito progresivo a la expresión de un pensamiento sistemático, racional, está vedado porque todos esos acontecimientos del mal sólo quedan documentados en asertos míticos y en el cuadro multiplicador de las opiniones sin valor.

La verdadera lucha política del país debe darse en el ciudadano, no el partido político, bajo la forma de una contienda que tenga por objeto la actuación de una conducta capaz de adecuarse a la comunidad de seres humanos libres.

Eso significaría una articulación manifiesta de la construcción de un orden que posibilite una verdadera esperanza para México.

San Juan del Cohetero, Coahuila, 1955. Músico, escritor, periodista, pintor, escultor, editor y laudero. Fue violinista de la Orquesta Sinfónica de Coahuila, de la Camerata de la Escuela Superior de Música y del grupo Voces y Cuerdas. Es autor de 20 libros de poesía, narrativa y ensayo. Su obra plástica y escultórica ha sido expuesta en varias ciudades del país. Es catedrático de literatura en la Facultad de Ciencia, Educación y Humanidades; de ciencias sociales en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas; de estética, historia y filosofía del arte en la Escuela de Artes Plásticas “Profesor Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila. También es catedrático de teología en la Universidad Internacional Euroamericana, con sede en España. Es editor de las revistas literarias El gancho y Molinos de viento. Recibió en 2010 el Doctorado Honoris Causa en Educación por parte de la Honorable Academia Mundial de la Educación. Es vicepresidente de la Corresponsalía Saltillo del Seminario de Cultura Mexicana y director de Casa del Arte.

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