En el seminario del ejercicio actual de la medicina, el doctor Fermín Valenzuela aborda el polémico tema de los medicamentos similares, siendo conveniente la divulgación de algunos interesantes puntos de vista, que permitirán a los pacientes decidir qué tipo de medicamentos eligen para el tratamiento de sus achaques.
Hasta el año 1997 en el sector público existían y aún existen, los medicamentos genéricos como tal, esto es, medicamentos que se expenden con su nombre genérico, así se prescriben hacia el interior de las instituciones y así se dispensan en las farmacias institucionales. Estos medicamentos genéricos no estaban sujetos a normas de control de calidad estrictas. Son los conocidos «marca patito» o «chafamex». Se adquieren por las instituciones de salud con base en el costo por unidad, lo que ha llevado a los fabricantes a una lucha feroz por tener el menor precio en las licitaciones y poder vender grandes volúmenes. La disminución en el costo por unidad llevó en el pasado a muchos laboratorios a utilizar materias primas de muy baja calidad y sistemas de producción poco controlados y de calidad no bien definida. La política de adquisición de insumos de las instituciones de salud era y sigue siendo la de contención del costo. ¿Y los pacientes? No importan. Importa el bajo costo de la atención, no la calidad.
A partir de 1997, con la entrada del Programa Nacional de Genéricos Intercambiables, entra al mercado farmacéutico mexicano otro tipo de medicamentos: medicamentos genéricos que han sido sometidos a pruebas de calidad en contra del innovador (original), con estándares bien definidos de intercambiabilidad. Los objetivos de este programa son el poder contar con medicamentos de calidad demostrada, a precios menores que los innovadores y los genéricos de marca. Lo que se pretendía era bajar los costos de los medicamentos en el mercado privado e incrementar la calidad de los mismos en el sector público. El programa de genéricos intercambiables ha traído ventajas de otra índole, como la revisión de conceptos terapéuticos, la cultura de calidad en la industria y a nivel de los consumidores, se ha generado conciencia del precio y costo de los insumos médicos además de su calidad, etcétera. Todo esto ha llevado incluso a la revisión cuidadosa por expertos independientes del cuadro básico de medicamentos, de manera que se racionalice el mismo. Sin embargo, este mismo programa abrió las puertas para la entrada de los «genéricos» al estilo chileno, sólo que aquí se llaman similares. O sea, aquí, las normas de calidad no funcionan.
En Chile existe un mercado muy grande de genéricos. En ese país, el 72% de los medicamentos que se venden son genéricos, pero no son genéricos intercambiables, sino sólo medicamentos manufacturados por laboratorios locales, que se expenden por el nombre genérico y cuyo registro es relativamente sencillo. Es una situación parecida a la que sucede en México con los medicamentos llamados «similares»; sin embargo, en Chile existe un sistema nacional de farmacovigilancia muy eficaz y existe la figura del farmacéutico, en el sentido tradicional del término, esto es, un profesional que atiende la farmacia, que orienta al paciente y que supervisa la prescripción del médico, incluso en Chile, la legislación sanitaria permite la sustitución de la receta, siempre y cuando esta sustitución sea realizada por un farmacéutico.
Probablemente, el ponente de este tema esté equivocado, porque aquí en México sí hay control de calidad como en la hermana república de Chile, o sea, la calidad aquí es «puro chile», a la mexicana. Prueba de lo anterior es la cloaca destapada recientemente en la Cofepris, cuya «solución» hasta el momento actual ha sido el despido de varios funcionarios de la citada dependencia.
El hecho de que existan medicamentos que se expenden con su nombre genérico, por un consorcio de empresas que tradicionalmente vendían sólo al sector público y que ahora han abierto una gran cadena de distribución en el mercado privado, reproduce los vicios que se tuvieron, y muchos aún persisten, en las instituciones públicas de salud. Estos vicios son las de abaratar el costo del producto final a como dé lugar, sacrificando incluso muchas veces la calidad del producto mismo. Esta política de contención de precios no contempla más que la existencia de producto a bajo precio con un margen de ganancia razonable. Esta aseveración no es gratuita, en años pasados se hicieron una serie de pruebas de calidad a productos provenientes de las farmacias de similares, los hallazgos, que nunca fueron divulgados a solicitud de las autoridades sanitarias, mostraban productos de calidad heterogénea, que en más del 50% de los casos no cumplían ni siquiera con las especificaciones de la Farmacopea Nacional. En la actualidad, según informes, algunos de los productos «similares» han sido ya incorporados como Genéricos Intercambiables, pero aún se dista mucho de tener todos los productos que se expenden por su red de farmacias.
Con estos datos, cada médico decide si prescribe medicamentos similares y los pacientes deciden si los ingieren.
¿Se logrará mejorar la calidad de los medicamentos y educar al gremio médico para hacer fármaco-vigilancia en cada uno de los enfermos a quienes prescribimos medicamentos? Como dijo el doctor «Staca Brown»: Está… en chino.
Lea Yatrogenia