México, según el último informe anual presentado por Transparencia Internacional, el organismo que evalúa las diferentes variables para determinar el índice de corrupción entre 180 territorios alrededor del mundo, es uno de los países más corruptos. Sudán es el más corrupto y Dinamarca el menos.
Cabe subrayar que entre los países mejor calificados, se invierte más en salud, tienen mayor capacidad de proporcionar cobertura en este ámbito tan esencial para el bienestar integral de la población, y menos propensión a pasar por encima de las normas democráticas. Según Transparencia Internacional, su índice toma muy en cuenta, cuán habituales son el soborno, la malversación, el nepotismo, el tráfico de influencias, la evasión fiscal, las extorsiones, la prevaricación, el caciquismo, el compadrazgo, el padrinazgo, la cooptación, entre otras «lindezas», y también si las leyes que existen para combatir la corrupción realmente se aplican. Le invito respetuosamente, generoso lector, a pasar por este tamiz la realidad de nuestro país y usted concluya cómo andamos.
La corrupción es un mal, es una enfermedad, veámosla así, y como mal que es causa daños, mata, sí, mata. Inhibe el desarrollo de los pueblos, vulnera gravemente la institucionalidad democrática, genera desconfianza de los gobernados a los gobernantes, mina la formación de valores ciudadanos y propicia otros engendros de corrupción como son la administrativa y la económica; y con esto agrava la pobreza y le da el tiro de gracia a la seguridad pública. Otra consecuencia nefasta es que tiende una barrera de obstáculos para que personas que con su participación podrían ser excelentes servidores públicos, no puedan llegar. Me explico, el medio para acceder al cargo público de elección es por ministerio de ley, a través de la postulación de un partido político, hoy día esos organismos que le cuestan una millonada a los mexicanos, están convertidos en verdaderas mafias, en las que se privilegian «lealtades» no capacidades, de tal suerte que no llegan los idóneos, sino todo lo contrario. Es deleznable cómo ha ido fortaleciéndose un clima social de engaño, de mentira, de simulaciones, en el que todo se tasa en función del billete y del poder, y se va desvaneciendo, esfumando en la nada, la esencia de lo que es un sistema democrático.
Necesitamos líderes honestos, y empecemos por modificar el concepto que se tiene en este país de lo que esto significa, porque aquí a quienes se «celebra» es a los «vivos», a los que «compran» voluntades con dádivas, con componendas, con concesiones, y con toda suerte de trafiques, que dependen del «comprador» de favores, porque en ello tiene mucho que ver el estatus socioeconómico. Y el «traficante» de favores si no le entra al mugrero es un pendejo, disculpe usted la palabrota. Pero además de gente con calidad moral, se requiere que tengan capacidad para el desempeño del cargo, capacidad para llevar a México por una vía distinta, cuyo destino sea el bienestar generalizado, no el del gobernante, su parentela y la recua de lame patas que le rinde vasallaje. El servidor público debe tener con claridad meridiana a quién sirve, quien lo llevó al puesto, quien le paga, y no perder de vista la temporalidad a la que está sujeto. La corrupción ha llegado a estos niveles de porquería en México porque no se le ha detenido, hoy es práctica común. Los mexicanos nos acostumbramos a que nos roben los infelices que gobiernan y estos encantados de la vida. Sus conductas debieran ser ejemplares, pero si sus patrones no les exigimos, van a seguir hasta la consumación de los siglos en detrimento de los que ya estamos y quienes llegarán después. La ética en la política no está pasada de moda, los gobernantes están obligados a someterse a su imperio. No hay otra manera de legitimarse ante la opinión pública. Los gobiernos tienen el deber jurídico de rendir cuentas, no es discrecional, en todos los niveles del ámbito público, abarca a los tres poderes, federales y locales, y nosotros, como sociedad civil, tenemos el derecho y el deber de exigirlo, para «tener el país que queremos debemos de querer al país que tenemos» —leí en algún texto esta frase, no es mía, pero comulgo con ella— , de modo que aboquémonos a construirlo, se vale criticar, pero es más eficaz proponer soluciones. Las sanciones para los pillastres que aprovechándose del cargo público se vean involucrados en actos de corrupción, deben ser más duras que para un ciudadano común. Es un imperativo establecer un código de ética para la función pública, pero también una campaña fuerte, inteligente, dirigida los mexicanos para que tomemos conciencia de la necesidad de la ética para la supervivencia de la democracia, como es sensibilizarnos hacia los derechos humanos, al respeto a la dignidad de la persona humana que todos nos debemos y al medio ambiente, que medio mundo se le antoja como asunto secundario.
Asimismo, es relevante mantenernos al tanto de las acciones del Gobierno, son asunto nuestro porque sus consecuencias negativas o positivas, nos afectan a todos. Los medios de comunicación tienen el deber de comunicarlas, pero sin alharacas, nomás como son, sin que la autoridad los limite por hacerlo. Los medios de comunicación al servicio del Gobierno en turno, vía las cantidades millonarias que se les «asignan», no han contribuido en nada al fortalecimiento del conocimiento de la verdad. Por eso vivimos en mundos paralelos. Por eso el alelamiento de los mexicanos, por eso es tan desvergonzada la manipulación ejercida por merolicos y manipuladores que desde el sitial de privilegio cuenten sus versiones con la mano en la cintura, teniendo a su disposición la televisión, la radio, la prensa y hoy hasta las redes sociales. Con billetes de por medio bailan al son que les manden.
Hoy más que nunca es de vital importancia invertir en educación, es la única vía que abre la cabeza para que entre la luz, es la que te cambia la visión de las cosas, del mundo que te rodea, es la que impulsa tus anhelos y tus sueños, es la que alimenta los valores espirituales, los morales, los cívicos, para aspirar a un mundo mejor, uno en el que la cultura de la transparencia y la honestidad, dejen de ser mito y se conviertan en destellante realidad. Se tiene que fomentar el hábito de la lectura, en los países desarrollados es asignatura sine qua non. Ahí están Finlandia, Singapur, Dinamarca, Canadá, Alemania. Primer mundo. Sí funciona. La desgraciada corrupción en esos linderos es infinitamente menor. Aquí en México vamos como los cangrejos. Tómese el tiempo para revisar el presupuesto para el 2022 enviado por el presidente López Obrador a la Cámara de Diputados. Le adelanto. El 67% del gasto a los sectores de comunicaciones, energético y transporte, destinado a sus obras prioritarias, léase Tren Maya y la refinería Dos Bocas. En contraste, para vivienda y servicios comunitarios lo destinado en el proyecto representará el 20.6%, mientras que los sectores salud y educación pública apenas recibirán 1.7% y 1.8% del gasto federal, respectivamente.
Soy una convencida de que todas nuestras dificultades sociales, políticas, económicas, administrativas, etc. irían a la baja de manera impresionante si se invierte en educación, en educación de calidad, con formación ética, con una fuerte dosis de educación cívica —lo que se imparte hoy es un remedo—, con maestros altamente capacitados para transmitir no solo conocimientos, sino con su ejemplo cuanto las nuevas generaciones requieren para ser mexicanos íntegros, casados con el compromiso de esforzarse por hacer de su país el mejor lugar del mundo para vivir, poniendo lo mejor de sí mismos para cumplir con sus obligaciones con pulcritud y honestidad, que no le tengan miedo a llamar a las cosas por su nombre, a expresar inconformidades acompañadas de soluciones, pensando no solo en lo que sea bueno para ellos, sino también para la comunidad de la que son parte sustantiva, buscando siempre las alternativas para ser mejores en lo que hacen y con un profundo respeto por la ley.
Y habrá que tener también un programa para reeducar a los adultos, una gran campaña, hay conductas que también tenemos que modificar, por el bien de este país. Como por ejemplo, aprender a dejar de ser mirones de palo. Y una cosa más, cursos de ética pública para quienes quieran ingresar al servicio público, antes y durante el tiempo que dure su encargo, con carácter obligatorio. Y ya para concluir, para combatir a esta gárgola de porquería que es la corrupción, se necesita que participemos todos. El cuerpo necesita sanearse completo. Y esto no va a darse por arte de magia ni por mandato divino, es bien terrenal el remedio.