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Otra pandemia recorre el mundo, «el virus» del «qué dirán». Las redes sociales nos transforman. Demandan habilidades inéditas, abren puertas hasta hace un tiempo inimaginables. Han expandido nuestra realidad y en ello nos han dado un alcance inmediato del mundo. ¿Cómo entenderlas? El enfoque cuantitativo expresa que, si algo existe, debe poder medirse; el cualitativo dice que si algo existe debe de tener un significado; el de las redes sociales diría que, si algo existe, debe estar en las redes —y se nutre de la aprobación de los otros—. Nuestra nueva prueba de realidad es la pantalla, no lo que sucede fuera de ella.

Hace unos días, la diputada de Morena Valentina Batres Guadarrama participaba virtualmente en una de las sesiones del Congreso de la Ciudad de México. De pronto se «desdobla»: se levanta, pero su imagen queda fija en la pantalla. El hecho se propagó en las redes sociales como una simulación de la legisladora, crear una realidad a partir de lo que vemos en la pantalla. La aludida explicó que todo se debió a un error técnico y a su impericia en el entorno digital. Podemos o no creerle. Me cuesta trabajo pensar que el error le salió tan bien que dejó un fondo de pantalla donde luce en actitud de poner atención. El punto va más allá de un acto de ilusionismo, hemos pasado al culto de la representación digital como forma de ser.

Mario Vargas Llosa alude a Guy Debord en La civilización del espectáculo —el segundo escribió un ensayo similar: La sociedad del espectáculo— y reconoce su coincidencia en que hemos pasado de vivir a representar. La vida contemporánea vista como un gran escenario donde nosotros somos los actores y (yo añado) administramos la realidad que queremos mostrar al mundo. La verborragia presidencial matutina es una muestra de ello.

Nunca como ahora la sociedad está más comunicada. Compartimos más información en un día que la que se llegó a compartir en décadas. Las redes sociales son un vehículo a través del cual experimentamos mucho del poder de la tecnología en nuestra vida diaria. Para millones, esto ha constituido la formación de nuevos hábitos que han llegado a la adicción. De ello se ocupa el documental The Social Dilemma, en el que varios excolaboradores de grandes empresas tecnológicas confiesan su preocupación por haber desatado una bestia sin control.

El documental subraya que las redes sociales están destruyendo el tejido social y han provocado, con sus noticias falsas, la polarización, el encono, sin que los individuos afectados sospechen. Presenta también un mundo donde la realidad es construida para cada persona, para cada grupo social, desde ordenadores centrales con inteligencia artificial, con fines egoístas de ganar dinero, a partir de un profundo conocimiento de nuestra información, gustos y fobias. Un modelo perverso que cada día es más preciso y una sociedad a merced de fines no siempre éticos. La fragilidad humana expuesta en todo su esplendor. ¿Qué hay de cierto en esto?

Conversé con Alejandro Servín, experto en el tema. «Nada nuevo bajo el sol», me dice, «estos amigos (los del documental) se fusilaron la tesis del libro Social Media is Bullshit, de B. J. Mendelson», editado hace ocho años. The Social Dilemma alerta a la gente de lo que parece ser el «efecto de la aguja hipodérmica» de los 70, en la que se dramatizaba la posibilidad de manipular masas con propaganda, como si a la sociedad se le inyectara una sustancia poderosa.

Sin menoscabo de la fuerza persuasiva de las redes sociales, no estamos indefensos, contamos con «poder de agencia», entendido en el ámbito de la filosofía y la sociología como la facultad que tenemos las personas que interactuamos en un sistema social para tomar decisiones más allá de una tecnología determinista e hiperpoderosa. Nuestra generación y las venideras tienen el reto de que el mundo representado en el espectáculo de las redes sociales no opaque al mundo. Considerando que ya no hablamos de universos «real» y «digital», de «on-line» y «off-line» sino un nuevo «on-life», el reto no es menor.

El hombre primitivo creó herramientas de piedra y máscaras para representar mundos. De ellas se valió para hacer acciones que generaron consecuencias (deseables o no). Las redes sociales nos regresan a esa posibilidad cavernaria.

No es el instrumento, es el uso.

Fuente: Reforma

Columnista.

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