El gran inquisidor ahora en México

El genial escritor ruso, Fiódor Dostoyevski, llamado padre del existencialismo, en su obra: Los hermanos Karamazov, coloca una leyenda magnífica: El gran Inquisidor. Su eco filosófico y político trasluce un tema siempre presente en la vida social de todo tipo de naciones y sistemas de Gobierno. Ivan Karamazov es quien problematiza: «Si Dios ha muerto, ¿está todo permitido?» relata un sueño a su hermano Aliosha, cuestionando si habrá una victoria final sobre el mal en el mundo, un nuevo paraíso.

El contexto del relato es el regreso del Mesías a la tierra en el siglo XVI, en plena época de la inquisición. Él resucita a una niña. El gran inquisidor, promotor de continuos autos de fe, conoce el hecho y decide apresar a «ese Cristo» que ha regresado haciendo milagros; argumenta que son mentiras esos prodigios supuestamente divinos. Cuando lo tiene a su disposición surge una lucha teológica que involucra las respuestas de Cristo a Satanás en el desierto. El inquisidor considera que el enorme error de Jesús fue haber tenido la arrogancia de rechazar aquellas tentaciones demoniacas, con ello entregó libertad a los hombres; quienes son impotentes para sobrellevarla. La jerarquía eclesial ha sabido «atar y desatar» lo peligroso de la libertad humana, corrigiendo esa fatal capacidad divina, más bien demoniaca.

El inquisidor interpela a Jesús «¿Eres Tú, en efecto?». Pero… «No hables, calla. ¿Qué podrías decirme? Demasiado lo sé. ¡No tienes derecho a añadir ni una sola palabra a lo que ya dijiste! ¿Por qué has venido a molestarnos? ¡Mañana te condenaré; perecerás en la hoguera como el peor de los herejes!» Sabemos mentir. «Respecto al poder que rechazaste te notifico: “Hemos corregido tu obra, fundándola sobre la autoridad”; “Llegamos a ser Césares ¡Y pensar que pudiste tú empuñar ese cetro!”»

El pueblo, anquilosado a obrar, se agolpa a su paso. Jesucristo con lento andar, con sonrisa de piedad en los labios, avanza al suplicio nuevamente; el amor abrasa su alma; de sus ojos fluye la fuerza en rayos ardientes que inflama el corazón de los hombres.

Si bien es una novela, nos invita a reflexionar sobre realidades latentes y sensibles en ámbitos políticos, mediáticos, asociaciones civiles e incluso educativos que fueron creados por idealistas buscando el bien común, pero al paso del tiempo se han transformado en monstruos codiciosos del poder económico y/o político.

En mi adolescencia tuve oportunidad de conocer a destacados panistas laguneros, y aunque jamás pertenecí a dicho partido (como tampoco me he afiliado a alguno) mi admiración por dicha institución iba más allá de su original contenido ideológico con el que comulgaba; lo que más me cautivaba era la vocación de sus integrantes; en especial por asombrosas damas que unían sus ideales con sus acciones, su pensamiento político colindaba con sus acciones caritativas, valientes mujeres que exponían abierta y públicamente con argumentos fundamentados su oposición a la corrupción priista y si ellas nunca pudieron ocupar cargos públicos fue debido a la parcialidad del árbitro electoral y al corporativismo sindical; pero su modelo de vida era honorable y muy respetable.

Tras observar el comportamiento de senadoras panistas en el parlamento mexicano esta semana, quienes sin ofrecer una sola propuesta y sin argumento alguno insultan, agreden, manipulan información falsa, callan a los que no están de acuerdo con ellas y con encono les aplauden quienes tienen su misma doctrina, me pregunté: ¿Qué ocurriría si Manuel Gómez Morin, insigne fundador del PAN volviera a la sede de este instituto político y buscara dialogar con sus líderes vertiéndoles los mismos ideales con los que formó ese partido? Seguramente su dirigencia actual, idéntico al gran inquisidor de Dostoyevski le repetirá aquellas mismas frases; lo destruiría e iría a Roma a quejarse de él. Se burlarían de su idealismo y le mostrarían cómo han logrado riquezas con gobernantes tan o más corruptos que aquellos que él combatía.

Podrán decirme: «Los políticos de otros partidos hacen lo mismo» de acuerdo, sólo que ellos no presumen de inspiración y caridad cristiana. Me recuerda cuando Cristo predica a sus discípulos sobre escribas y fariseos: «…todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; pero no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, pero no hacen».

Espejo enturbiado y realidad ofuscada

Me miré en el espejo y observé que tenía muy sucia la cara. Empapé una esponja en jabón y con ella froté frenética y fuertemente el espejo, luego lo sequé y nuevamente lo restregué con firmeza. Volví a mirarme en él y descubrí que continuaba reflejando mi cara manchada. Repetí todas las operaciones antes descritas agregando detergentes químicos y este seguía reflejando mi cara sucia. Furioso rompí el espejo por inservible y al arrojar los pedazos a la basura, noté que, en ellos, neciamente seguía reflejándose mi cara mugrienta; hasta parecían burlarse de mí.

La única verdad es la realidad sentenció Aristóteles. El filósofo Hegel aseguraba: «Todo lo racional es real; y todo lo real es racional»; es decir, todo lo que existe conlleva el más alto grado de racionalidad posible, la realidad nunca desaparece, aunque se deje de creer en ella. Según Nietzsche: La realidad no es algo estático, permanente, inmutable; es devenir y cambio continuo siempre racional y razonable.

La lealtad humana tiene mucho que ver con la realidad social; estriba en poder observar las situaciones, y soltar el resentimiento, odio o sentimientos de dolor y enojo hacia los demás, entendiendo que hay una parte nuestra que se reconoce en un «espejo» que nos refleja el afuera imaginario. Así debemos aceptar que aquello que me molesta, irrita o quiero cambiar de la otra persona, también está dentro de mí. Que lo que el otro critica o juzga de mi persona, si me molesta o hiere, es algo que estoy reprimido en mí. A su vez, todo lo que me gusta de la otra persona, lo que amo en ella, también está dentro de mí. Por ello es posible que cuando reciba basura como regalo sea capaz de devolver flores. Generalmente en tu cara refleja tu actitud, llamar enemigos a quienes no comparten tus ideas son manchas más fuertes y oscuras que el melasma físico; es un trastorno indecoroso, ventajista que solamente quiere lo que yo quiero: ¿A que le tienen miedo quienes tratan de impedir ejercicios democráticos entre la población? ¿A que sea el pueblo quien decida?

Veamos algunos ejemplos de espejos enturbiados hoy aquí: En absoluto desprecio a la inteligencia de los ciudadanos lanzo diatribas, acusaciones falaces a mis adversarios políticos justamente de lo que he yo hecho antes como relaciones con grupos criminales, creación de empresas fantasma, vender bienes inmuebles ilegalmente construidos violando la ley inmobiliaria por una mafia amparada en cargos públicos. Lo peor es que quienes realizan dichas transgresiones aseguran poseer espíritu religioso e inspiración humanista; ellos acumulan harto hollín en el rostro negándose a asearlo, asegurando ser «perseguidos políticos» aunque las evidencias los hunden; «Él mismo empaña el espejo y siente que no esté claro», como rubricaría sor Juana Inés de la Cruz.

Burda publicación de supuestos cables secretos de una potencia mundial con información criminal grotescamente escritos en spanglish y publicados con la intención de destruir dignidades y decisiones populares; ridículamente sumando apoyo de grupos criminales enemigos entre sí, quienes olvidaron su odio y antagonismo y se unieron para apoyar a un candidato. Falta absoluta de inteligencia, solvencia ética, manifiesta falta de probidad tanto de quien los escribe como de quien los reenvía. Rechazada esa difamación por las autoridades de dicha nación y amparada la verdad por decisión judicial inapelable que ratifica el resultado electoral; se busca mantener enturbiado el espejo escondiendo la realidad.

Es muy válido y deseable un futuro diferente, pero en este momento se deben aceptar las cosas como son; es irracional no entender que ciertas disposiciones que eran reales en otras épocas ya ahora son irracionales, como la pena de muerte; la compra de conciencias en medios informativos y en elecciones o salir a pedir a los parlamentos de naciones beligerantes que sancionen y hasta invadan países que buscan dirigir su propio destino; como sucedió para México en 1860. Llamar a extranjeros para solucionar problemas internos del país, además de traición es ridiculez histórica.

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