Es que nos gane la ausencia

Hoy no voy a escribir sobre política, la Semana Mayor, me enseñó mi madre, que eran días para la reflexión y el recogimiento, para darnos un viaje a nuestro interior y encontrarnos con Él en nuestro corazón, y entonces pedirle perdón por nuestros yerros y fortaleza para no volver a cometerlos, y Él nos abrazaría y entonces nuestra alma, nuestro espíritu, todo cuanto éramos volvería a estar limpio por dentro y por fuera.

Me formó una mujer creyente, convencida de que Dios es la fuerza inagotable para enfrentar cualquier mal, y que es tan grande, tan magnánimo, que nos ama a pesar de todas nuestras imperfecciones humanas. Tanto nos ama que envió a su propio Hijo a vivir como hombre, a sentir como tal, y a enseñarnos a perdonar… aunque lo hayan vilipendiado y dado muerte como a un vulgar ladrón. Entre dos lo colocaron, Dimas y Gestas.

De niña no entendía del todo lo que me decía mi madre al respecto, con la edad se ampliaron mis luces y ahora en mi adultez, me emociona recordar su fe y su amor infinito por el Todopoderoso. Es otro de los muchos legados que me dejó mi Rosario, a creer en Dios con todo mi ser.

Hay un soneto, cuya autoría se viene discutiendo, pero quien lo haya escrito, expresa en mucho lo que yo siento, déjeme compartírselo: 

No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte, clavado en una cruz y escarnecido. Muéveme ver tu cuerpo tan herido, muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.

Son tiempos difíciles los que hoy se viven, y lo manifestemos o no, nos afectan a todos, directa o indirectamente, por eso los invito muy respetuosamente a quienes hagan favor de leerme que nos demos un espacio para conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Para los cristianos esta Semana Mayor sintetiza el misterio de la redención divina del género humano

Son tres eventos principales los que enmarcan esta Semana: la entrada de Jesús en Jerusalén —domingo de Ramos, la Pasión y Muerte de Jesús— jueves por la noche, y el viernes santo y la Resurrección, que conocemos como Domingo de Pascua.

Esta conmemoración es una invitación a que realicemos profundas reflexiones sobre cómo estamos llevando nuestra vida y cómo debiéramos vivirla. Todos tenemos una misión en la vida, como padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana, abuelo, abuela, profesionista, estudiante, trabajador, religioso, etc., pero existe un común denominador, y todos estamos llamados a cumplirla ¿cómo? haciendo el bien a los demás y respetando nuestros valores en los hechos, porque de lengua, como reza el viejo adagio, me como un taco.

¿Fácil? No, no está fácil, nunca lo ha estado, y entre más adoradores de lo material nos hacemos, se vuelve más cuesta arriba. También nos cansamos, se nos va el ánimo o nos agravian las críticas de terceros. A veces las personas que más amamos no nos entienden, nos hieren. Pero el ejemplo de Cristo debe levantarnos, nunca se rindió ante las adversidades. Incluso a todos a quienes lo dañaron, lo crucificaron, los perdonó.

¿Por qué no podemos hacerlo nosotros? Ese es el momento supremo en la vida de Jesucristo. Y luego su triunfo sobre la muerte y el pecado se convierte en garantía de vida de la iglesia y de nuestra salvación. ¿Qué más lección de magnanimidad queremos? Que forma tan grandiosa de reconciliar el cielo y la tierra, de sellar una alianza con sangre derramada por amor.

Esto tiene que conmovernos. Hoy el mundo agoniza de desamor, cada día dejamos de ser humanos y nos vamos convirtiendo en bestias, con perdón de las bestias. Crímenes de sangre dan para la nota roja de todos los diarios impresos y digitales, para exhibirlos en los noticieros televisivos y de la radio, en redes no se diga…

Las guerras ya las vemos en la televisión, la de Rusia y Ucrania, la del Medio Oriente… ¿cuántas más? Y la violencia desatada como un demonio rabioso destruyendo familias, comunidades, pueblos enteros. El odio en todas sus manifestaciones. Y las adicciones que destruyen hasta la muerte a quienes se convierten en sus dependientes, la delincuencia más organizada que nunca, burlándose de la autoridad en su cara, envileciendo y/o asesinando gente, amparada en la impunidad. Somos una sociedad en decadencia, y cuando esto sucede se acaba, así cayó Roma, cuando su sociedad se volvió permisiva hasta la ignominia.

¿Qué están aprendiendo los jóvenes? ¿A vivir de lo instantáneo, de lo intranscendente, de lo volátil, del aquí y el ahora, sin medir consecuencias? La juventud se acaba, los bríos y sentirse lo non plus ultra, también… ¿Y qué queda? ¿Un cascarón hueco? ¿Un vacío que no se llena con nada?

Yo también fui joven, me tocó la época de los hippies, la de oro de la mariguana y los hongos alucinógenos, la del «amor y paz», las primicias del polvo blanco que deja idiota a la gente. Y estuve en reuniones en las que te ofrecían y nunca me dio ni siquiera por probarlas. Les tenía pánico. Y además no las necesitaba, yo traía la cabeza llena de sueños, de cosas por realizar, hambre de ser y de hacer… y lo más importante, llevaba los valores aprendidos en casa, bien prendidos por dentro. Hoy los jóvenes están tan solos, muchos son huérfanos con padres vivos, en todos los niveles socioeconómicos.

Dejo el «yoyo», me extralimité. Aprovechemos estos días para vivirlos en familia, para dialogar con quienes amamos, hagamos ese alto en el camino. Me queda claro que para muchos solo son días de diversión, de descanso, pero hagamos el esfuerzo y permitámonos ese reencuentro con los nuestros. La vida no la tiene uno comprada, no lo olvidemos. Recuerden que la muerte agarra parejo, viejos y jóvenes, bonitos y feos.

La muerte de Jesús debiera ser el acicate para desprendernos de cuanto nos hemos endilgado como lastres, la soberbia, la vanidad, la avaricia, entre otras. Yo sé que vencerlas no está fácil, y menos si no lo intentamos. Iniciemos una práctica que mucho bien nos hará como seres gregarios que somos, vámonos con la tolerancia, la concordia, la generosidad, el perdón, la armonía, la paz. Démosle sentido a nuestra vida, encontremos el verdadero propósito de nuestra estancia sobre la faz de la tierra. Dios está en el corazón de todos y cada uno de nosotros, todos somos iguales ante Él, Él no hace distingos. Reconozcamos nuestras humanas faltas ente Él, su misericordia es infinita.

Si aprendiéramos a ser humildes como Cristo, seríamos bien distintos. Me conmueve el lavatorio de pies que se realiza el jueves santo. Nos da cátedra de la verdadera grandeza, esa grandeza que se mide por nuestra capacidad de servir a los demás. Y es que ser grande no es solazarse en la arrogancia de ser servido por otros, sino todo lo contrario. Y cuando se sirve, debe hacerse con desinterés y generosidad. Nos dejó una extraordinaria lección de humildad. La humildad es verdaderamente una virtud de seres fuera de serie. Vivamos una semana santa plena en el amor de Cristo, que nos inunde enteros su bondad, su sencillez.

Reaprendamos o aprendamos a que nunca es tarde para empezar, a que Dios nos regala un montón de oportunidades de hacer reconsideraciones en nuestra existencia. Esta conmemoración del paso por la tierra de su unigénito, que vino a morir por nosotros para que nos fueran perdonados nuestros pecados, debe ser motivo de agradecimiento por parte nuestra. Seamos mejores personas. Se puede. Y sean felices por favor.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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