Apunta el filósofo Javier Sábada que «la ética y sus modalidades morales se arrastran por los suelos. El dinero desaforado, el poder por el poder y la desinformación idiotizante reducen al mínimo el pensar y el compromiso. Habría que ser menos cobardes, más libertarios. Tendríamos que huir de lo tóxico».
Qué descripción tan dolorosamente cierta de lo que está ocurriendo hoy día en el seno de nuestra sociedad, porque nos va como anillo al dedo. Voy a centrarme en el seno del servicio público, en la problemática de la ausencia de ese conjunto de normas morales que rigen la conducta humana de la persona en cualquier ámbito de la vida. Y el político es uno de esos espacios en la que su observancia es prácticamente nula. Hoy día, para acabarla de rematar, la falta de diálogo y el permanente intento de deslegitimar al que piense diferente de «nosotros» está llevando a nuestro país a un estado de crispación que daña gravemente a nuestra de por sí enclenque democracia, y no se diga a la convivencia y a la salud emocional de la población. Es una locura cuanto corre en las redes sociales. Pero vuelvo al punto.
Dado el sitio que ocupa la ética tanto en el ánimo, como en la práctica del servicio público ¿se puede confiar en nuestras instituciones a cargo? ¿Hay garantías para llevar a cabo los proyectos tendientes a la generación del bien común? ¿Qué tanto podemos confiar en nuestras instituciones públicas? ¿Qué nos garantiza que logremos llevar a cabo nuestros proyectos de vida en el país? La ética como concepción valorativa de la vida, nos da luz respecto a lo que es bueno, obligatorio o justo. Se trata asimismo de un saber racional que permite orientar la acción de Gobierno y tomar decisiones en el largo plazo. En la práctica, coadyuva a la solventación de conflictos, crea puentes entre visones y posturas contrarias, además de innovar y generar soluciones cuando ni las autoridades ni lo que se ha hecho de manera consuetudinaria dan para ello. Su carácter reflexivo facilita la generación de acuerdos y la toma de decisiones con responsabilidad. La ética, lo destaco, nos ofrece un número de instrumentos, como son principios y códigos de conducta que nos llevan a la reflexión sobre los valores de la libertad, la igualdad, la democracia y la tolerancia.
¿Qué principios de la función pública son sustantivos en un código de ética?
El respeto ¿A qué? A la Constitución y a las leyes que de ella derivan ¿por qué? Porque en estos cuerpos jurídicos se establece la garantía de que en todas las fases del proceso de toma de decisiones o en el cumplimiento de los procedimientos administrativos, se respetarán los derechos a la defensa y al debido procedimiento.
La probidad, que no es más que actuar con rectitud, honradez y honestidad ¿Por qué? Porque bajo sus lineamientos lo que se procura es satisfacer el bien general y se desecha toda ventaja o provecho a título personal.
La eficiencia, que no es más que el brindar calidad en cada una de las funciones a cargo.
La idoneidad, o sea la aptitud técnica, legal y moral para el desempeño del cargo ¿cómo? capacitándose permanentemente para el debido cumplimiento de las funciones encomendadas.
La veracidad, es decir, la autenticidad en las relaciones funcionales, con ello la claridad en el desempeño está al margen de sospechas, dándole claridad a lo que hace.
Lealtad y obediencia a la institución ¿cómo? Cumpliendo a cabalidad con sus deberes acorde a las formalidades establecidas y denunciando arbitrariedades o ilegalidades manifiestas, contrarias a lo mandatado por el ordenamiento correspondiente.
Justicia y equidad, traducidas en la permanente disposición en el cumplimiento de sus funciones, otorgando lo que es debido.
Y lealtad al Estado de derecho, el funcionario le debe lealtad a la Constitución y a todo el orden jurídico que de ella emane.
De esta manera, la ética emerge como el fundamento cuya razón de ser es garantizar la integridad, la justicia y la responsabilidad en la toma de decisiones y en la ejecución de las acciones de parte de quienes gobiernan. Esta es la forma de generar confianza ciudadana y en consecuencia de fomentar un ambiente que propicia una mayor participación ciudadana y esto fortalece y sana nuestra democracia. Se garantiza que los recursos y los servicios públicos lleguen a sus destinatarios, que se distribuyan de manera más justa y equitativa y se abre el espacio para que las oportunidades de desarrollo y crecimiento en bienestar de la población, verdaderamente sea pareja. Y también el que se erradiquen la corrupción y su gemela, la impunidad.
Conducirse con ética en el ejercicio de la función pública, en estos tiempos en que ser pillastres está enraizado, infortunadamente, en el desempeño de muchos servidores públicos, incluso que lo han hecho un modus vivendi, no es tarea simple. De ahí la relevancia de atender un problema que se está comiendo a nuestro país. Porque aquí, como dice el viejo adagio, «hasta el más chimuelo masca riel».
¿Cómo nos deshacemos de la serpiente? La tarea no es simple, las conductas huérfanas de ética en el sector público, no se engendran ahí, ya vienen en potencia, y simplemente ahí se desatan… ¿Cuándo? cuando desde casa no te dieron una formación con valores y principios éticos. Si te los inculcaron, te los arraigaron, los viviste en la conducta de tus padres, te enseñaron a que son imprescindibles como el aire que respiras o como el agua que bebes, es muy difícil sucumbir al llamado de la corrupción. Porque ahí está el blindaje. Es corrupto quien quiere serlo. Sé de qué estoy hablando. Llevo ya un buen número de años en el servicio público y esto lo tengo comprobado. Y subrayo, la ética no sólo debe conocerse sino poseerse.
Únicamente los principios bien sembrados se pueden convertir en freno para no actuar en detrimento del bien público. De entrada, el servidor público debe tener claridad respecto a la conducta con la que se desarrolla y tener los arrestos de someterse a prueba diariamente, porque es muy común darse cuenta cómo la actitud de servicio se sustituye por un oportunismo con el que se busca obtener ventajas tope en lo que tope y sea como sea. Es ahí en donde la conciencia debe convertirse en un «estate quieto» y ni un paso más porque vas a caer en la desgraciada práctica que ha ido pudriendo a nuestro país.
No hay que perder de vista, como lo he venido apuntando, que la disciplina filosófica de la ética solo es un instrumento que apoya como guía de orientación a los servidores públicos sobre los deberes inherentes de la conducta y de su desempeño, destacando los valores que ya destaqué en párrafos anteriores, que deben normar su actuación como servidor público
Por ejemplo, en el Código de Ética Profesional de la Auditoría Superior de la Federación, se apunta que su propósito es impulsar, fortalecer y consolidar una cultura de respeto hacia los más altos valores éticos en que debe sustentarse la gestión gubernamental. Ergo, si esto se observa, mejorará de forma significativa el desempeño de este organismo, toda vez que sus funcionarios se ceñirán a sus parámetros, pero en esto tendrá mucho que ver el que su actividad de fiscalizadores esté sustentada en sus valores éticos como individuos.
Dicho de otra manera, los códigos de ética son un instrumento que sirven para promocionar y fomentar los valores pero no son un fin, son los principios éticos de quienes los aplican los que los hacen eficaces.
Como bien lo expresa la filósofa española Adela Cortina: «Una confianza no se logra sólo multiplicando los controles, sino reforzando los hábitos y las convicciones. Esta tarea es la que compete a una ética de la administración pública: la de generar convicciones, forjar hábitos, desde los valores y las metas que justifican su existencia…».
No basta, asimismo, con que las instituciones públicas cuenten con personas «buenas» para funcionar correctamente, se necesita también que posean sabiduría, inteligencia emocional, autoridad y firmeza para resolver los problemas a los que se enfrentan diariamente. Y algo bien importante, al tomar una decisión, se asumen las consecuencias de ese ejercicio de libertad. No se vale culpar otros, ni limpiarse con ellos, si se equivoca. No es ético.
Si en México no tenemos los arrestos los ciudadanos para exigir un comportamiento ético a los servidores públicos —por supuesto revisando el nuestro primero— estaremos condenando al país a la decadencia generalizada, a que niños y jóvenes más todos los que vendrán, vivan como parias, no solo por la miseria material sino por la interior que se cargarán a cuestas. Nada más pondere el tamaño de la vileza de nuestra irresponsabilidad, para llamarla de manera educada. Tenemos un compromiso de honor y de amor con nuestra patria, asumámoslo. Este año tendremos la oportunidad de iniciar el trayecto, porque no va darse de la noche a la mañana. Que nos quede bien claro.