En el siglo XVIII los liberales franceses observaron que la concepción jurídico-religiosa del Estado obstaculizaba el desarrollo de la sociedad humana y fue entonces cuando la concepción de Estado laico surgió como una manifestación sociopolítica, al colocar en el centro de toda atención al individuo, su libertad de conciencia, de pensamiento y de decisión. El Estado laico no solamente nació como un asunto histórico, sino como el sustento de una relación de respeto, igualdad y tolerancia. La fraternidad es una salida solidaria de posición política —aunque parte de la moral es una posición de colectividad—.
Antonio Gramsci, conocido como el «marxista de las superestructuras», parte de la concepción donde el Estado es creado por un bloque hegemónico, que es la base de toda sociedad y que incluye a las fuerzas de producción y a sus relaciones sociales. Por otra parte, afirma que el Estado se encuentra constituido por una superestructura que, sustenta una ideología, corriente constituida por instituciones, sistemas de ideas, doctrinas y creencias de una sociedad.
La idea de laicidad en México no sólo surgió como una postura de retórica liberal, sino como un principio que garantizara el desarrollo de las capacidades del individuo y el avance de la sociedad hacia la justicia social, la igualdad de oportunidades y la democracia. Gramsci esgrime en su planteamiento que al Estado se le atribuye el poder de las clases dominantes que someten a las demás en el modo de producción capitalista; pero ese sometimiento no es sólo por el control de los aparatos de Estado, dicho poder oligárquico, está dado fundamentalmente por la estructura jurídica y por la «hegemonía cultural» que las clases dominantes, logran ejercer sobre las clases sometidas por medio del dominio del sistema educativo, de las instituciones religiosas y, desde mediados del siglo XX, de los medios de comunicación.
A través de estos medios, las clases dominantes «educan» a los dominados para que estos vivan su sometimiento y la supremacía de las primeras surge como algo natural y conveniente, inhibiendo así su potencialidad de transformación social del individuo. Desde esta perspectiva, el laicismo integral es sólo letra muerta, ya que el Estado solamente es un aparato de las oligarquías dominantes que no concibe una igualdad plena.
Sería prudente cuestionarnos si realmente hoy en día existe un Estado laico en México (de manera integral), ya que actualmente la concordia y la solidaridad no se ejerce, se manipula con acciones asistencialistas, que no hacen al individuo sujeto de su propio desarrollo y de la historia. Resultaría necesario retomar las ideas de Gramsci, ya que fue él, quien nos evocó la posibilidad de la transformación social, no sólo desde las luchas obreras y campesinas, sino también desde la organización social.
El Estado laico debe generar condiciones jurídicas para la organización ciudadana apartidista y partidista, a efecto de enfrentar los intereses creados por grupos de poder fáctico que, al menos en México, han obstaculizado el progreso y la distribución equitativa de la riqueza, porque la laicidad es incongruente si no se garantiza la igualdad, noción que no se otorga de manera gratuita, sino con el impulso de la organización popular y ciudadana como un derecho humano individual y colectivo.
La transformación de México y la superación de sus problemas actuales es viable si parte de una democracia participativa y no sólo desde una democracia representativa, que no garantiza la igualdad de oportunidades, sino de una democracia que respalde la lucha por una sociedad más justa, sin privilegios gratuitos que atenten a la sociedad y al concepto de Estado laico que históricamente ha costado mucho mantener en nuestro país.