La ausencia que uno no entiende

Llegado un momento somos más nuestros muertos que nuestros vivos. Con cada ser humano que muere, nosotros morimos un poco, es cierto; pero también es cierto que ellos comienzan a vivir en nosotros de un modo que jamás lo hicieron en vida (supongo que ha de ser porque no podemos defendernos de su ausencia como lo hacíamos de su presencia)

Eduardo Cohen

Fue la llegada del año 2000 en la que se avizoraban tiempos de cambio, unos lo veían con incertidumbre y cierto miedo, otros con una eterna confianza de que los cambios siempre son para bien. Siempre hay tiempos mejores suscribe la filosofía popular. En mi caso, se me presentaba la fortuna de estudiar en la universidad pública, el sorprendente destino me ponía en la UAdeC para estudiar en la Facultad de Jurisprudencia y, sin saberlo, me enfrentaba a grandes retos, pero también me bendecía con la amistad de tres hermanos.

La vida de estudiante universitario te abre caminos desconocidos, algunos indescifrables todavía. Y en esa mezcla de estudio, rebeldía, utopía y mucha energía me topé con Jorge Tobías en una protesta estudiantil. Teniendo un proyecto político universitario como pretexto fincamos una amistad en la que compartimos muchas ideas y acciones en la inmediatez —con todo lo que ello implica—.

Recuerdo una tarde pasada la hora de comida cuando llegamos a una privada en la calle de Juárez después de la Iglesia de San Francisco. Un hombre alto y corpulento nos recibió entre broma y broma —algunas más pesadas— pero la pena que le da llegar a la casa de un amigo se desvaneció con la mirada y la voz gentil de doña Gloria (la madre de Pancho, Abraham, Jorge y Gloria). Aquel hombre corpulento era el papa de Jorge y de mis otros dos amigos; Francisco Tobías Mahbub. Jorge y yo compaginamos siempre en muchas locuras.

Los estudios de universidad estaban por terminarse y por las mismas circunstancias de la búsqueda utópica por mejores condiciones de los estudiantes y por medio de maestros —en especial uno— que alentaban nuestras ideas, fui a dar con el particular del alcalde de Saltillo en ese entonces, quien para cierta sorpresa era Francisco Tobías Hernández, Pancho el hermano de Jorge. Al igual que con Jorge, a partir de ahí establecimos una amistad que nos ha llevado a diversos vaivenes, pero qué puedo decir, siempre he tenido de él una voz franca y un consejo, además que al día de hoy pudiera decir que nos compartimos favores (yo creo que él me ha ayudado más, pero es por decir). En un gran trayecto de mi vida profesional siempre he contado con él y sé que así seguirá siendo.

Seguimos caminando y en una reunión de trabajadores del estado, seleccionados para irnos a estudiar a la ciudad de Washington D.C. un diplomado, me enraíce con Abraham, el testarudo, pero el más idealista así que como podrán ver es con el que más discuto y sacamos proyectos —algunos solo quedan en el tintero— pero a nosotros por más que nos golpee la vida nunca nos quitan de nuestras miras el bien común, así que también es con el que más peleo.

Siempre platico más con don Pancho, recuerdo que un día le comenté que qué bonita se veía su esposa con el cabello plateado a lo cual me reprendió a manera de broma, pero con la sentencia de un viejo de antes. Con doña Gloria platicamos mucho Jorge y yo en nuestra época universitaria y ella como madre sabia, escuchaba y solo aconsejaba lo importante.

La química nacida en Guanajuato, quién realizó sus estudios escolares en la ciudad de Laredo y estudió en la universidad pública de Coahuila —ahí don Pancho la conoció—, dejó de existir en materia. Deja un gran legado: hijos de bien, nietos felices, un laboratorio que fundó con su esposo y que hasta hace poco cerró sus puertas. El 7 de julio de 1975 Laboratorios Victoria comenzó sus trabajos. Además de las personas que tocó con sus manos y que aconsejó con su alma y mente y que guardan un grato recuerdo.

Desgraciadamente, vivimos en un mundo revuelto donde creemos que todo es eterno o más bien, olvidamos aquellas pequeñas cosas que hacen la diferencia, nuestra diferencia sobre todo en un entorno de familia cuando por la cotidianidad o por la rapidez en la que vivimos damos por sentado algo o alguien a quien creemos que siempre va estar ahí… esa es la liquidez y estupidez de nuestras vidas.

A mis amigos: «puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda, o puedes hacer lo que a ella le gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir».

Aguascalientes, 1982. Cursó sus estudios de Licenciatura en Derecho en la Universidad Autónoma de Coahuila, posteriormente hizo sus estudios de maestría en Gobierno y Gestión Pública en la Universidad Complutense de Madrid. Labora en la administración pública estatal desde el año 2005. Es maestro de Teoría Política en la Facultad de Economía de la UA de C desde el año 2009. Ha sido observador electoral de la Organización de los Estados Americanos en misiones para Sudamérica, en la que participa como miembro de observadores para temas electorales.

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