Los partidos han perdido mucho con el paso del tiempo. Los privilegios de la normalidad democrática se les volvieron en contra: lejos de la sociedad que dicen representar, con dirigencias muy por debajo de los desafíos de hoy día, electoreros y prestos a los beneficios institucionalizados sean prerrogativas o designaciones. Para la elección una de las pérdidas que más se van a requerir es la mística para defender el voto, atributo que al PAN le viene de origen, pero parece extraviado.
A pesar de su desprestigio, los partidos son indispensables y las reglas del juego les conceden un lugar fundamental en comicios y en la estructuración parlamentaria. Las elecciones en curso imponen a la oposición no sólo un reto monumental para competir en singulares condiciones de inequidad y de ilegalidad por la interferencia del presidente López Obrador y de todo el aparato de Gobierno, también por la presencia violenta e intimidante del crimen organizado.
En perspectiva, el rescate de los partidos, al menos circunstancial, es el voto ciudadano de los indignados, como muestran los comicios de 2021, que ha servido de contención al embate contra las instituciones de la democracia. Sin los ciudadanos sería realidad la devastación del régimen de división de poderes, la autonomía del INE, la independencia de la Corte y del Poder Judicial Federal, la desaparición de los órganos constitucionales autónomos y la exclusión de la pluralidad de la representación parlamentaria. Hoy día el valor y significado de la oposición tiene que ver con los ciudadanos, no con la destreza de los dirigentes partidistas; igual que sucederá el 2 de junio, potenciado con la base ciudadana que concita su candidata presidencial.
López Obrador aprendió de la elección intermedia que el clientelismo no le daba para ganar, volviéndolo peligroso en extremo. La inconformidad de las clases urbanas se hace sentir en las urnas sin que los instrumentos convencionales de medición lo muestren. El presidente está dispuesto a todo y para ello se sirve de una legislación electoral complaciente y un órgano electoral dividido y medroso hacia él y riguroso en extremo contra la oposición. Para bien, en el INE sobrevive una estructura electoral profesional altamente calificada, pero no hay garantía porque los retos de ahora son diferentes y gigantescos.
Una de las pérdidas del PAN y en cierta medida del PRD se refiere a su sentido cívico en la defensa del voto, pérdida que, en la circunstancia actual debiera ser de atención prioritaria. Una elección de Estado no sólo es inequidad y parcialidad de autoridades durante las campañas, también estará presente en la jornada electoral, además de los grupos criminales. El desborde cívico del domingo 19 de mayo anticipa que los ciudadanos saldrán a votar, pero no hay garantía de que los votos cuenten y se cuenten. No se trata sólo de un porcentaje de participación, que bien puede llegar a 65%, sino de que el voto se haga valer.
La observación electoral es pertinente, pero como en el pasado, los partidos opositores y sus estructuras de movilización deben desplegarse para la defensa formal del voto. Se entiende que la energía de la campaña se centre en que los ciudadanos salgan a votar, pero no es suficiente. Los votos se ganan, pero también se defienden, tarea principalmente de los partidos.
La oposición debe tomarse muy en serio la defensa de la elección. Al menos una tercera parte de los distritos se resolverán con una diferencia menor a 10% de los votos y algo semejante puede ocurrir en las entidades para la elección de senadores y ejecutivos locales. No serán pocos los resultados muy cerrados. Por el momento está muy competida la elección en la CDMX, Morelos, Veracruz y la de Puebla hacia allá apunta. No hay juego justo ni lugar para la confianza.
La defensa del voto demanda más que voluntad. Se requiere entender las reglas del juego y, particularmente, una eficaz organización territorial porque las impugnaciones deben documentarse casilla por casilla. Requiere de elementos de prueba fehacientes y convincentes en la valoración de los jueces electorales. Las pruebas testimoniales no son garantía, independientemente de la interferencia del presidente, que plantea una causal de impugnación genérica, documentable con las reiteradas violaciones a partir de las, en apariencia, inocuas reconvenciones del INE.
Es obligado votar el 2 de junio, pensar en lo subsecuente y considerar que las elecciones se defienden, se impugnan y se califican.
Máynez, el instrumento
Suele decirse que no hay que lidiar con el can, sino con su dueño, aplicable a la candidatura de MC. Revelador de los tres debates, con mayor claridad en el último, es la pasta de la que está hecha cada una de las opciones en la elección presidencial. Cada cual ratifica qué es y qué representa.
De ganar y tener mayoría constitucional, Claudia acabaría con el régimen democrático, como se ha propuesto el presidente. La candidata del oficialismo es transparente, nadie puede darse al engaño; al igual que su mentor niega lo que generaciones de mexicanos han edificado: la división de poderes; los contrapesos institucionales; el pacto federal; la constitucionalidad de los actos de autoridad y de las leyes; la pluralidad en los órganos legislativos; la independencia judicial; la transparencia y rendición de cuentas; una economía al margen del monopolio y la justa concurrencia de particulares, así como el respeto irrestricto a la libertad de expresión y a quien analiza, critica o disiente. Persistiría la complacencia y connivencia con el crimen organizado, el uso patrimonialista del Gobierno, el empleo de la justicia penal con objetivos políticos, la militarización de la vida pública y el sometimiento a las pulsiones xenofóbicas del vecino del norte.
Debe decirse que hay empatía y afinidades conceptuales y políticas de la candidata Xóchitl Gálvez con los partidos, pero es el país lo que define la coalición en su Gobierno, incluso, según sus palabras, hay sitio para los mejores naranjas y morenos. Como bien dice Máynez, en todos los partidos hay buenos y malos, aunque el elogio a Ebrard no vale después de propiciar el penoso sometimiento del país en el Gobierno de Trump.
El triunfo de Xóchitl sería semejante al de López Obrador. El respaldo para ganar no vendrá de adhesiones hacia su proyecto, sino que será resultado del rechazo al adversario. También fundado temor a lo que representa y se propone como se mostró en la movilización ciudadana. El presidente traicionó la confianza de muchos. El México de ahora es más corrupto, desigual y violento que el que recibió, además está profundamente dividido y con amplios sectores de la población sometidos al oprobio del clientelismo, con élites corruptas y acomodaticias. Las malas decisiones han provocado centenares de miles de fallecimientos como ocurrió en la pandemia; también por la entrega del país al crimen han ocasionado casi 190 mil asesinatos y más de 50 mil desaparecidos.
Máynez adquiere relieve, aunque él no es jugador, sino pieza; Dante Delgado manda. Es una figura que hace el trabajo encomendado, una suerte de sicario contra la candidata opositora. Engaña a quien se deja y tiene por objetivo dividir al voto opositor. El perfil de los seguidores de Máynez no corresponde al que revela la discutible consulta universitaria; los de él son los proclives a la frivolidad digital. La base electoral es tan frágil como lo que los seduce y atrae, no advierten que quien concita adhesión son desastre en el ejercicio del poder, como prueba el engañabobos gobernador de Nuevo León, Samuel García, un estado hundido en la corrupción, la violencia y, por si fuera poco, decidido a fondear la campaña de su esposa para ganar Monterrey y, en su momento, reproducirse en el poder por el menos noble de los caminos y común de los dictadores.
Máynez cumple con creces porque tiene talento y falta de escrúpulos, justo a la medida de Dante Delgado quien hizo de MC un proyecto para López Obrador. Los resultados de la elección de 2021 y la pasada del Estado de México consignan la funcionalidad hacia el proyecto de destrucción democrática.
Son interesantes las respuestas de las tres opciones a la idea de terminar con la representación proporcional. Lo razonable lo dijo Xóchitl, se trata de igualar el respaldo del voto con la presencia parlamentaria que el oficialismo quiere acabar al pretender la sobre representación, contraria a la pluralidad y a lo más básico de la democracia, que el voto determine qué debe representar cada fuerza.
Lo dicho por Máynez fue deplorable porque es legislador; si no entiende el sistema de representación su lugar está fuera de la política o, seguramente, sí entiende, y aunque eliminar la representación proporcional sería fatal para MC resulta mejor cumplir la encomienda de dividir y confundir el voto opositor. Efectivamente el juego no es de él, sino de quien lo promovió e impuso.