Las tripas de la culebra…

El populismo es el germen de la tiranía.
Roberto Cachanosky

Una característica intrínseca de los populistas es la aseveración en la que destacan que solo ellos representan a la ciudadanía —suelen llamarla «gente real»— y nadie más. Asimismo, niegan enfáticamente la legitimidad de sus adversarios para llegar al poder y subrayan que aquellos que no comparten su concepción de pueblo, son «sospechosos». Verbi gratia, Nigel Farage, político identificado como populista, exlíder del Partido de la Independencia del Reino Unido, afirmó durante la noche del referéndum que el Brexit había sido «una victoria para la verdadera gente del pueblo», lo que equivalía a decir que el 48% de votantes que querían permanecer en la Unión Europea no formaban parte del verdadero pueblo británico; en definitiva, que no eran auténticos ingleses. Igual a lo que dijo Trump en un mitin de campaña: «Lo más importante es la unificación de la gente porque los demás no significan nada». Nomás calibre el tamaño de la desmesura. El populista se arroga el derecho a decidir quiénes forman parte del pueblo real; de tal suerte que quien no comulgue con esos supuestos queda absolutamente excluido, aunque, como en el caso que les comento, tuvieran un acta de nacimiento británica o estadounidense que así lo consignara.

Cuando los populistas están en la oposición son críticos incisivos, permanentes, del gobierno en turno, y eso al final del día, no es criticable, es parte de una democracia. Lo que no se vale es aseverar que son los «únicos» que representan al «pueblo real» o a la «mayoría silenciosa», porque no es verdad. Los populistas tienen compulsión por personalizar y moralizar las diferencias o el conflicto político que se trate: «los otros», machacan, son los deshonestos, «los otros» son los sinvergüenzas. «Nosotros sí trabajamos para el pueblo», «los otros», son «los enemigos» de la nación, y ahí incluyen a tirios y troyanos que no les son proclives. Y con esto no quiero decir que todo lo que dicen los populistas sea mentira, en lo que no estoy de acuerdo es en su arrogancia al afirmar que solo ellos saben lo que ocurre en la sociedad y que la única verdad es la suya. Y no obstante, no es esto lo que más me preocupa del populismo, lo que sí me quita el sueño es su antipluralismo, porque es veneno para la democracia, y más para la de nuestro país, que está singularmente anémica. Su exclusión abarca dos niveles, por un lado, tratándose de la política de partidos, se ostentan como los únicos representantes legítimos del pueblo, de modo que todos los demás quedan fuera, y el otro nivel es esa porción del pueblo mismo que no comparte sus postulados. Y esta posición extrema conlleva a políticas identitarias excluyentes. Casi como la estrella de David que el régimen hitleriano ponía a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué trajo de bueno esto para el pueblo alemán? El populismo daña significativamente la cultura política democrática porque distorsiona la realidad.

Y Dios nos ampare cuando pierden las elecciones… ¿Cómo es posible que siendo los «únicos representantes moralmente legítimos del pueblo real no arrasen en las urnas? Desde esta perspectiva, sugiriendo que la «mayoría silenciosa es en realidad una «mayoría silenciada» por el régimen, si pudieran expresarse libremente, los populistas siempre detentarían el poder, dicho de otra manera, cuando los populistas pierden las elecciones es que las élites corruptas manipulan ladinamente el proceso… ¿Le suena familiar?… Cuando Trump se enfrentó a Hillary Clinton dejó abierta la posibilidad de aceptar la victoria electoral de ella, pero de inmediato, fiel a su estilo, puso en tela de juicio la integridad del sistema electoral norteamericano y sus prosélitos le compraron lo expresado, el 70% de ellos estaban convencidos de que si Hillary ganaba las elecciones sería porque el resultado había sido manipulado. Y bueno pues aquí tampoco cantamos mal las rancheras, tenemos ejemplo de lo mismo. Andrés Manuel López Obrador cuando perdió las presidenciales en 2006. Aseveró que la victoria de la derecha era moralmente imposible y que el único presidente legítimo era él. Y no me cabe duda de que ambos sistemas electorales pueden ser cuestionables, pero Trump ganó la elección con las reglas de ese sistema, y López Obrador se convirtió en titular del Ejecutivo en 2018 con los mismos lineamientos normativos que otrora descalificó. Pero vuelvo al punto. Lo que resulta incompatible con la democracia es la afirmación populista de que cuando «no ganamos, el sistema es corrupto». Con esta clase de desplantes los populistas socaban la confianza de la ciudadanía en las instituciones y en nada abonan al fortalecimiento de la cultura política de una nación.

Hay una opinión generalizada que afirma que los partidos políticos populistas son esencialmente de protesta y que la protesta, al final del día, no sirve para gobernar, y tiene lógica, no se puede protestar contra sí mismo, y más aún cuando se valen de la retórica antielitista, porque ellos se convierten en una élite, les guste o no. ¿Qué no? Miremos a nuestro derredor, en casa y allende las fronteras. Cuando los populistas obtienen mayorías suficientes en las cámaras del Legislativo, se abocan a construir regímenes que parecen democráticos, pero desvergonzadamente diseñados para perpetuarse en el poder, con el estribillo de que son los únicos representantes moralmente legítimos del pueblo real. Lo primero que hacen es pasarse por debajo de las extremidades inferiores la división de poderes. Ejemplo, Hungría y Polonia. Uno de los primeros cambios que introdujeron Viktor Orbán y su partido tras llegar al poder en 2010 fue reformar la Ley de Servicio Civil para poder poner a sus incondicionales, suprimiendo la disposición de que debían de ser personas apartidistas. Tanto el Fidesz en Hungría como el Partido de la Ley y la Justicia (PIS), de Jaroslaw Kaczynski en Polonia, ordenaron la eliminación de la independencia del poder judicial… Se hicieron de los líderes de los medios de comunicación y se estableció que los periodistas no podían informar de manera que los intereses de la nación (o sea, del partido en el gobierno) se vieran perjudicados. Y todo el que criticara estas disposiciones era señalado y calificado de colaboracionista de las élites corruptas o, directamente de traidor —Kaczynski hablaba de «polacos de la peor calaña» que «llevan la traición en su ADN»—. Y bueno, el resultado está a la vista, los partidos populistas crean un Estado a su conveniencia. Compulse esto con lo que ocurre hoy en México. Toda esa caterva lee y aplica el mismo manual.

Hay otra singularidad que en menor o mayor cuantía se presenta en esta especie. Aun cuando llegan al poder, verbi gratia, Hugo Chávez, siempre estaba como plañidera refiriéndose a las oscuras maquinaciones de oposición operando contra él. Y el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, que nunca logró superar su comportamiento de bravucón callejero del barrio estambulí de Kasimpasa, presentándose siempre con la armadura de luchador del pueblo contra las fuerzas invisibles y visibles del mal. Ahora échele una ojeada al de Palacio Nacional… ¡Que mañaneras! Las arengas que desborda y las banderas en las que se envuelve: semidiós, patriarca, tlatoani, salvador, iluminati, el santo contra Frankenstein, benefactor de la humanidad…

Y la repartidera de recursos… perdón, apoyos, para mantener sosegado al «pueblo sabio». Aquí se disfrazan de programas asistencialistas ad perpetuam. La práctica no es nueva, el PRI la instituyó y la sigue usando y en Coahuila les sigue dando «victorias electorales». Y el de Macuspana como egresado de las mismas filas se las sabe de todas, todas. Se «compran» lealtades. Los populistas, y usted lo tiene a la vista, estimado lector, lectora, cometen los mismos pecados que les restregaban en la cara a las élites del sistema que declaran han venido a «transformar»… Todo lo reprobable que hacían los anteriores lo repiten a pie juntillas. La diferencia está en que en el sistema corrupto tricolor está consciente de ello, se sabe que su actuar huérfano de ética es en beneficio propio y le maquillan la pudrición, pero los populistas no, ellos justifican «moralmente» su actuación, y se presentan como impolutos, más diáfanos que la Inmaculada. Ni a cuál irle. Nuestro país vive hoy una crisis política sin precedente… El populismo ya lo conocemos, en sus «aguas» fangosas ha discurrido la vida de la república, pero esto que tenemos hoy ya debiera ocuparnos a todos, partidistas y apartidistas, porque si el barco se hunde, el ahogo es parejo. Al país hoy, lo «desgobierna» un fanático, y su peligrosidad estriba en que desde su perspectiva solo sus puntos de vista son válidos y no respeta ni transige con opiniones diferentes a las suyas, y lo rodea un séquito de incondicionales, expertos en genuflexión, para decirlo de manera educada.

A ver si los partidos de oposición entienden que dispersos y cuidando nomás su parcela no le sirven a México. Hay mucha responsabilidad en esta debacle, de parte suya, porque se han negado a entender la verdadera esencia de la democracia, que es pactar y no matarse entre sí. Hay momentos en los que se debe de conciliar y consensuar para que la democracia sobreviva. Igual que cualquier planta, demanda ser abonada, podada, fumigada y regada para que sane, crezca y se fortalezca. López conoce las miserias humanas, le han sido muy útiles para su ascenso. A López el naufragio le va de perlas, pero para la oposición, si lo consiente, será su Waterloo… y para México… no quiero ni siquiera pensarlo. Me basta con ver lo que ha hecho en otros pueblos un régimen como el que pretende implantar en nuestra patria… Ah… y de su consulta del 1 de agosto se ríe y se carcajea… Los mexicanos debiéramos estar furiosos, tiró nuestro dinero a la basura… Y eso fue lo de menos, es al país al que está lanzando a la deriva.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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