Luces
La aparición del virus SARS-CoV-2 y la epidemia global en que finalmente derivó, contrario a lo que muchos pudieran pensar, también trajo aparejadas consecuencias positivas. La primera de ellas fue tomar verdadera conciencia de nuestra mortalidad. Experimentar en carne propia la certidumbre de que nuestro paso por la vida es efímero y que nos urge aprovechar cada día al máximo. Ya no porque lo leímos en una novela o lo percibimos al final de una película, sino porque el compañero de trabajo con quien reíamos, el vecino que nos brindó un poco de sal o el tío divertido que, pensábamos, nunca iba a morir, de pronto dejaron de acompañarnos. Es entonces que aceptamos la posibilidad de, mañana, ocupar su lugar. Asidos a esta realidad muchas personas aprovecharon la cuarentena para, en lugar de quejarse por las condiciones de confinamiento, compartir más con su familia y seres queridos. Una práctica desplazada generalmente por las tribulaciones en la oficina o la incesante búsqueda de mejoras materiales para nuestra existencia.
Asimismo, se comprobó con beneplácito que la tecnología y, en especial, las redes sociales, pueden ser aprovechadas para algo más que compartir caritas felices, presumir éxitos o estar al tanto de la vida de los demás. La modalidad home office ganó popularidad y demostró la importancia de mantenernos conectados, pero ahora sí, para generar un producto valedero. Se trata de producir en lugar de consumir. Escuelas, medios de comunicación, empresas, organismos gubernamentales y otras dependencias tuvieron que asumir la virtualidad como parte de sus labores cotidianas y servirse de ellas so pena de hundirse a causa de las limitantes impuestas por causa de la pandemia.
Las naciones, por primera vez, tuvieron que dejar a un lado sus ideologías, religiones e intereses económicos para unir fuerzas en contra de un enemigo común. La solidaridad estuvo presente en los equipos científicos interdisciplinarios que se crearon para hallar una vacuna contra la enfermedad. Y si bien los resultados no fueron positivos desde el inicio, hoy ya son varios los países —México incluido— que dieron luz verde a la aplicación del nuevo fármaco y se espera que, al menos en el país, para septiembre de 2021, toda la población esté vacunada.
Por otro lado, descubrimos que los verdaderos héroes ni vuelan ni usan capa, aunque sí parecen tener súper poderes. Lo comprobamos en el personal de salud que, día y noche, trabaja sin descanso en los hospitales para atender a los contagiados, a riesgo —y, en ocasiones, a costa— de su propia vida. Reconocer el sacrificio de doctores y enfermeras es lo menos que puede hacer la sociedad, y esperar que el gobierno haga otro tanto una vez terminada la crisis por la pandemia.
Pero no se trata solo de economía o salud. En Estados Unidos, la COVID-19 sirvió de instrumento político para convencer a los votantes de qué presidente debería guiarlos durante los próximos cuatro años. El demócrata Joe Biden logró manejar el tema del coronavirus y las medidas de seguridad para proteger la vida mucho mejor que su contrincante Donald Trump, cuyos desplantes y total desprecio por las cubrebocas sanitarias o respetar el distanciamiento social terminaron por costarle su lugar en la Casa Blanca. Y sí, es innegable que los decesos pasan el millón a nivel mundial y que todavía no estamos cerca del fin de esta epidemia, pero justo por tal motivo, es necesario seguir luchando y no dejar morir la esperanza.
Sombras
La aparición del virus SARS-CoV-2 y la epidemia global en que finalmente derivó, contrario a lo que muchos pudieran pensar, también trajo aparejadas consecuencias positivas. La primera de ellas fue tomar verdadera conciencia de nuestra mortalidad. Experimentar en carne propia la certidumbre de que nuestro paso por la vida es efímero y que nos urge aprovechar cada día al máximo. Ya no porque lo leímos en una novela o lo percibimos al final de una película, sino porque el compañero de trabajo con quien reíamos, el vecino que nos brindó un poco de sal o el tío divertido que, pensábamos, nunca iba a morir, de pronto dejaron de acompañarnos. Es entonces que aceptamos la posibilidad de, mañana, ocupar su lugar. Asidos a esta realidad muchas personas aprovecharon la cuarentena para, en lugar de quejarse por las condiciones de confinamiento, compartir más con su familia y seres queridos. Una práctica desplazada generalmente por las tribulaciones en la oficina o la incesante búsqueda de mejoras materiales para nuestra existencia.
Asimismo, se comprobó con beneplácito que la tecnología y, en especial, las redes sociales, pueden ser aprovechadas para algo más que compartir caritas felices, presumir éxitos o estar al tanto de la vida de los demás. La modalidad home office ganó popularidad y demostró la importancia de mantenernos conectados, pero ahora sí, para generar un producto valedero. Se trata de producir en lugar de consumir. Escuelas, medios de comunicación, empresas, organismos gubernamentales y otras dependencias tuvieron que asumir la virtualidad como parte de sus labores cotidianas y servirse de ellas so pena de hundirse a causa de las limitantes impuestas por causa de la pandemia.
Las naciones, por primera vez, tuvieron que dejar a un lado sus ideologías, religiones e intereses económicos para unir fuerzas en contra de un enemigo común. La solidaridad estuvo presente en los equipos científicos interdisciplinarios que se crearon para hallar una vacuna contra la enfermedad. Y si bien los resultados no fueron positivos desde el inicio, hoy ya son varios los países —México incluido— que dieron luz verde a la aplicación del nuevo fármaco y se espera que, al menos en el país, para septiembre de 2021, toda la población esté vacunada.
Por otro lado, descubrimos que los verdaderos héroes ni vuelan ni usan capa, aunque sí parecen tener súper poderes. Lo comprobamos en el personal de salud que, día y noche, trabaja sin descanso en los hospitales para atender a los contagiados, a riesgo —y, en ocasiones, a costa— de su propia vida. Reconocer el sacrificio de doctores y enfermeras es lo menos que puede hacer la sociedad, y esperar que el gobierno haga otro tanto una vez terminada la crisis por la pandemia.
Pero no se trata solo de economía o salud. En Estados Unidos, la COVID-19 sirvió de instrumento político para convencer a los votantes de qué presidente debería guiarlos durante los próximos cuatro años. El demócrata Joe Biden logró manejar el tema del coronavirus y las medidas de seguridad para proteger la vida mucho mejor que su contrincante Donald Trump, cuyos desplantes y total desprecio por las cubrebocas sanitarias o respetar el distanciamiento social terminaron por costarle su lugar en la Casa Blanca. Y sí, es innegable que los decesos pasan el millón a nivel mundial y que todavía no estamos cerca del fin de esta epidemia, pero justo por tal motivo, es necesario seguir luchando y no dejar morir la esperanza.