Yo no sé usted, pero a mí siempre me han resultado aborrecibles los caudillos, los «salvadores» de la patria, los que se perciben como iluminados, y se sienten destinados a enarbolar «causas» que les cambiarán el destino a sus pueblos. De ahí sin duda que mi rechazo, a la vez, de esa ciega inclinación ante la «autoridad» de algún personajazo al que le ponderen en forma excesiva los méritos que pueda tener como persona. Y en este país parece que no nos hemos podido librar de la proclividad casi genética de adorar lentejuelas y cuentas de vidrio, como de las que se valieron los lagartos españoles para ponernos la bota en el pescuezo durante 300 años. Es fecha que la siguen usando la caterva de ca… que han dizque gobernado a nuestro país. Y como encuentran seguidores, de los tres sectores, en los ricos complicidad a cambio de «salvaguardar» sus interese$$$$, en la clase media por valemadristas y en la de los más pobres, lealtad supina a cambio de prebendas, que por cierto jamás los han sacado ni los sacarán de su marginación.
Cada ensalzamiento de las obras realizadas por un gobernante, me cae como aceite de ricino en ayunas. ¿Por qué aplaudirles por lo que por obligación les corresponde hacer y con dinero nuestro? Es como darle las gracias al cajero, como dicen por ahí, cuando vamos a sacar nuestro billete. A esta ceguera se le conoce como culto a la personalidad. Su base teórica se sustenta en el concepto idealista de la historia de que el curso de esta no lo determina la acción de las masas del pueblo, sino los deseos y la voluntad de los grandes hombres —caudillos, militares, ideólogos, etc—. Se trata de atribuirles un valor absoluto al papel de estas «eminencias» de la Historia. Y fíjese que ironía, uno de los grandes «cultos» instaurados fue el de José Stalin en la Rusia comunista, totalmente adverso a la filosofía de la transformación que ocurre por la obra de las masas trabajadoras, que sostiene la revolución socialista. La democracia es la única que puede cambiarle el rumbo a un pueblo, pero no la de fachada, la de diatriba. Y vaya que eso lo sabemos en México, donde andamos tan escasos de su distinguida presencia. A lo largo de nuestra Historia hemos tenido todo un desfile de individuos que llegados al poder enseñan el cobre del que están hechos, joden a México a diestra y siniestra y viven a todo dar en la más absoluta de las impunidades. Y hasta hay pueblos, calles, puentes, plazas que llevan sus nombres. Es el colmo de la desfachatez de los que autorizan y de los que toleran.
Hablemos de este fenómeno con puntualidad. ¿Qué es el culto a la personalidad? Lo describen como un fenómeno masivo de seguidismo, adulación y obediencia permanente a un individuo que se erige líder de un movimiento determinado en el ámbito, por lo menos, de un país. Este culto implica actitud acrítica de sus seguidores, y por la descalificación, mínimo, a quienes no obedecen. Incluso se instauran actividades ritualizadas. ¿Cómo ve? Sus principales características son la generación de unidad entre las masas. Hoy día cuentan con los medios más modernos para hacerlo, televisión, radio, redes sociales, mañaneras…gulp… Así se hacen conocidos ante millones de personas. Y están presentes a mañana, tarde y noche. Cuando se enferman, porque también se enferman, hoy el Covid está de moda. ¿Será verdad será mentira? Entonces sale alguno de sus corifeos a representarlo. Y el enfermo de Covid manda twitter en los que afirma que su corazón está al 100. Y los líderes, hasta a quienes les ha dicho que son traidores a la patria un diablal de veces, se suman a desearle pronta recuperación. Qué bonito ¿verdad?
El ínclito es más largo que la avenida Insurgentes de la ciudad de México, apunto el símil solo para ejemplificar su colmillo. Es un manipulador innato, sabe por dónde llegarle a la gente, conoce sus pareceres. Se convierte en apóstol de los pobres, y es enfático cuando dice que primero los pobres. Y destina un billetal de los impuestos para «resarcirlos», pero siguen igual. ¿Y qué? Son felices con la dádiva, pero eso no es lo más deleznable, les hace creer que se lo deben a él, como si saliera de su bolsillo. Aunque estén establecidos en la Constitución de la República. Siempre añade una carga emocional a medidas políticas. Nada transmite más emociones que una cara de carne y hueso. Entonces la usa para ello y además sabe darle coba a los escuchas… «pueblo sabio…».
Y los baños de pureza: «nosotros no somos iguales a los que estaban antes…», «se acabaron los conservadores…» Uyyy…si la lengua dice lo que sea, y éste de hoy es un boquiflojo… ¿Se acabaron? «No’mbre», que se van a acabar, sus filas están llenas de lo más «puro» del PRI, del PAN, del PRD… su movimiento fue recogiendo todo el cascajo. El mismo se graduó con «honores» en el PRI. Es su alma mater.
El culto a la personalidad es típico de los regímenes totalitarios. Hay una «inclinación natural» del iluminati a no tener que reconocer errores ni rendir cuentas a nadie, ya que toda la autoridad se concentra en su persona. Aborrece cualquier entidad que le merme terreno. Tiende a desaparecerlas, empieza hablando pestes de ellas, de sus integrantes, pregona que son corruptos, pero nomás de lengua, a través de sus mozos de espadas en el Congreso de la «Desunión» les merma de manera importante recursos que son necesarios para su operación, y si hay cambio en sus Consejos se aferra a meter a sus incondicionales a la de a fuerza, y si no le sale el tiro, entonces los inmoviliza. Y se retuerce de ira cuando otro de los poderes, de su mismo nivel, no le permite intromisiones.
Derivado de todo esto, no sorprende que el «caudillo» termine estableciendo un régimen dictatorial, arraigado en una ideología política conocida, pero interpretada a su manera, y que resulta atractiva para un número importante de la población. El fanático político que es por lo general el que lo sigue, participa del culto a la personalidad con singular emoción, piensa en su líder como un ser fuera de este mundo, al que le atribuye fuerzas y talentos bien fregones, y ligado estrechamente con el devenir de la patria. Y es que a fuerza de machacar a través de su maquinaria propagandística de que se trata de un ser único, hay quienes le compran la idea de que solo con él y con nadie más el país se transforma. Y no hay poder humano que convenza a un fanático de lo contrario. No obstante, tarde o temprano estas técnicas de polarización y culto a la personalidad no le van a servir para navegar eternamente con la bandera de azote de los conservadores neoliberales. Y sobre todo con el actuar de muchos de los del primer círculo.
Pasemos revista a lo nefasto de un culto a la personalidad. ¿Cómo va a ser sano para un país tener esto? Igualar la figura del líder con la patria. Confundir gobierno, partido de gobierno y la voluntad del líder. Tratar de imponer una ideología política en particular, la del líder. Afirmar que las críticas al líder son inadmisibles y que disentir es traición a la patria. Tener un partido único y dedicarse a insultar a partidos de oposición que le resulten particularmente incómodos. Persecución y vendettas por rencores personales del «líder». Pretender eliminar la división de poderes y burlarse del estado de Derecho pasando por encima del mismo o enviando verdaderas sandeces como Iniciativas de ley, entre otras «lindezas» El arribo de este tipo de líderes mesiánicos al poder no es asunto nuevo. Hay un largo listado y con ellos las tragedias causadas a sus pueblos. La Historia tiene registro de lo que puede convertirse un gobierno en manos de un tipo ensoberbecido en la creencia absoluta de su autosuficiencia y el poder concentrado en su sola persona. Ejemplos históricos: En seis años, bajo la batuta de Hitler fueron asesinadas en Alemania y en otros países bajo su control, entre 11 y 14 millones de personas. Otro, bajo el mandato de Vladímir Lenin fueron asesinados por motivos políticos más de un millón de personas. Y hay más, Stalin, Mussolini, Gadafi, Fidel Castro.
El tipo no está jugando, ni la cumbamba que lo vitorea. Ya tuvimos y lo repito, tres dictaduras, dos que fueron verdaderos baños de sangre y la tercera que impuso un sistema que no se acaba de morir y que parece nos inyectó una dosis mortal de desamor a la única patria que tenemos, porque solo así se explica la complicidad de unos, el valemadrismo de otros y la postración aceptada de millones a ser bocabajeados hasta la consumación de los siglos y no levantar un dedo para cambiar semejante destino. El dictador bananero va de frente y no se quita. Si no somos capaces quienes disentimos, de acordar llevar en unidad y con grandeza, pensando en el bien común, a personas pensantes, capaces, honestas y comprometidas probadas, a la presidencia de la República y al Congreso de la Unión, no valemos un clavo, ni merecemos ser mexicanos.