Mediocres y sinvergüenzas

Hoy día las democracias enfrentan a un enemigo que no viene del exterior, sino que se engendra y se alimenta en su interior. ¿Y quién es ese depredador? Es el poder, es el acceso al poder que arriba por la vía democrática y luego la pisotea y la envilece. Y en su nombre le jode la vida a la sociedad. ¿Cómo la ve?

Martín Caparrós, uno de los observadores más críticos de la política mundial, dice que: «Es brutal ver cómo un país se degrada, se deshace, y sentir que no podemos hacer nada, que nuestra generación ya no hace nada bueno, que la siguiente no parece mejor, que nadie o casi nadie quiere o puede hacer nada por ahora, que millones se desesperan por lo que hacen sus dirigentes y los siguen votando y todo cae». Y por supuesto que tiene razón.

Los ejemplos de esta hecatombe sobran. Los populismos de Colombia, con Petro, y el de casa, con López Obrador, son terribles, igual que la izquierda de Boric, en Chile. Es descorazonador ser testigos de cómo la política mexicana, y ya me centro en ella, se dirige hacia una mediocridad absoluta.

En The Financial Times, Janan Ganesh, escribió un texto en el que apunta que: «Las democracias occidentales tienen un problema de talento». Destaca que las personas con capacidad no ingresan al ámbito público en el número que se requiere porque la paga que reciben no compite con la que se ofrece en la iniciativa privada, a más de la exposición a la que están sujetos, los riesgos o bien la interrupción de sus carreras profesionales en el sector privado.

Por otro lado, persisten las causas de fondo que han impedido que el servicio público opere con la eficiencia y eficacia que debiera. ¿A qué me refiero? Al clientelismo y al populismo, los ganchos de los que por secula seculorum se han valido para ganar y mantenerse en el poder quienes lo han detentado. Bajo este esquema no se abordan los problemas estructurales a largo plazo. Las políticas públicas que se establecen y por ende las decisiones que se toman, le dan una patada a la eficiencia y al bienestar generalizado, y lo único que se busca es que sean populares.

Otra, la corrupción, desgraciada gárgola, está enraizada hasta el tuétano, bajo su férula la falta de transparencia y el nepotismo han crecido y podrido cuanto tocan. Y esto ha traído como consecuencia la desconfianza en las autoridades, y con ello, el debilitamiento de las instituciones democráticas.

Los gobiernos se caracterizan por prometer y no cumplir, y esto no contribuye a la  continuidad en las políticas y los consensos duraderos, lo que obstaculiza el desarrollo sostenible y por ende, el progreso. Y si a todo esto le suma la ausencia de educación y capacitación política de quienes ocupan los cargos públicos, pues tenemos el acabose.

El grueso de los políticos que llegan a la esfera pública no arriban por su preparación para el puesto, sino por pertenecer al grupo que los reparte. La improvisación es una maldición en la arena pública. Así se alimenta la mediocridad política. Los mejores ciudadanos no se quieren involucrar en política, por ello los mediocres hacen su agosto en las elecciones. Dado el panorama y la percepción de corrupción que se exhibe, prefieren participar en otros ámbitos de la sociedad en la que sienten que pueden contribuir a un cambio significativo.

Asimismo, no hay confianza en los partidos políticos, hay quienes los conciben como organizaciones manipuladoras y poco creíbles. De modo que prefieren otras alternativas para intervenir. Y ahora, para acabarla de rematar, la vinculan con violencia política, inseguridad personal, y hasta con riesgo de perder la vida. Entonces se enfocan a otros campos de acción, como el emprendimiento, la educación, la salud, las organizaciones de la sociedad civil.

Vuelvo a la mediocridad en el quehacer público. En México sabemos de eso. Lo vivimos todos los días. Hay una exhibición amarga de semejante toxicidad. Hoy tenemos un gobierno federal conformado, salvo honrosísimas excepciones, por personajes parcos, anodinos, obedientes a la dogmática, de hinojos ante quien ocupa la titularidad del Ejecutivo.

La izquierda gobernante se ha canteado por la mediocridad, son rehenes de su inconsciencia. El gabinete ha quedado bajo su impronta autócrata, y se aguantan o se van. Prefieren muchos de ellos, mandar al carajo sus títulos académicos, su experiencia, su propia historia, con tal de permanecer en el abrevadero.

 ¿Dónde quedaron la pretendida ejemplaridad y la honestidad con la que se vendió en 2018, a los mexicanos? El individuo dice una cosa y afirma lo contrario al día siguiente. Prometió transparencia y es el rey del ocultismo de cloaca. Retuerce leyes a conveniencia, llena de peones las instancias públicas. Insulta adversarios y periodistas que lo contradicen.

La mentira reina en su gobierno. Mentir, debiera de ser motivo de pérdida del cargo. Pero ni se paran las mentiras ni le ha costado a nadie el puesto. ¿Cuánto más de esto estamos los mexicanos dispuestos a soportar? ¿Cuánta mentira aguanta una democracia? ¿Somos una sociedad civil acobardada? ¿No soñamos con una clase política con valores y con grandeza de miras y compromiso? El hombre de palacio nacional no tiene ningún respeto ni por el interés general, ni por el bien común, es protagonista de una regresión democrática y de un desprecio a todas luces por el orden jurídico.

Y esto puede acabar mal, dicen que la soga se revienta por lo más delgado. Todos los días polariza y divide a los mexicanos, y eso se va volviendo insostenible. De verdad que el poder enloquece a algunos especímenes. Pero ¿qué pasa con nosotros? ¿De qué material estamos hechos?

Un gran problema que arrastra la clase política es que no miran hacia afuera, hacia las demandas más sentidas de la sociedad, y cuando lo hacen fracasan ¿por qué? porque desconocen esa realidad o porque simple y llanamente no saben el cómo resolverla. Y la gente reclama, nomás reparemos, verbi gratia, en la toma de vías públicas por parte de la gente para invocar la intervención de la autoridad en la solución de un problema concreto, pero no sabe cobrarles el desempeño errado. Y la triste y frustrante realidad es que a pesar de su incompetencia, la autoridad se ampara en la amnesia ciudadana y se plantan como candidatos en la siguiente elección, y los votan a favor. Esto pervierte a la democracia.

La mediocridad y la corrupción deforman el valor de la política. Hoy día, México está pagando un precio muy alto por esa disociación. Vuelvo al punto, la mediocridad y la corrupción pudren cuanto tocan. Esto sucede, como apunta el politólogo Alain Denault, cuando «los mediocres toman el poder».

De acuerdo a su juicio, la razón de peso que explica el fenómeno es que el propio sistema político está diseñado para que no lleguen los más brillantes y preparados, sino los que den menos problemas al statu quo. «En los políticos actuales está la naturaleza de lo mediocre. Pero ser mediocre no es equivalente a ser incompetente. Sino en ser del montón, no destacar. Lo que desaparece es la mente crítica. La política y las ideas han ido desapareciendo en favor de lo que los manuales de gestión llaman resolución de problemas y lo que se busca es una solución inmediata a un problema inmediato, que excluye cualquier pensamiento a largo plazo». ¿Serán los títulos académicos los que hacen a un buen político?

«El primer ministro sueco es soldador», comenta el politólogo Víctor Lapuente, profesor de Ciencia Política en la universidad de Gotemburgo, quien sostiene que el nivel de formación no tiene necesariamente que ver con la mediocridad o no de nuestros políticos. «En todo caso las habilidades para ser político no tienen que ser las mismas que para el ámbito académico».

En México tuvimos un presidente con títulos académicos nacionales e internacionales y con un índice de inteligencia muy alto, pero perverso hasta el tuétano. ¿Entonces? No bastan los lauros universitarios, también se requieren principios y valores éticos y sentido común, y conocimiento de la realidad. ¿O no?

A estas alturas, ya debemos tener claro que gran parte del deterioro viene de la corrupción. La politóloga española Giselle García Hipola expresa al respecto que: «Cualquier país soporta el índice de corrupción política que es capaz de soportar. Nos da envidia un país en el que dimite un ministro por copiar  una tesis doctoral, pero es que en esa sociedad copiar es intolerable. Todos tenemos responsabilidad en el descrédito de las instituciones».

Casi lloro cuando leí esto. En México no se renuncia por esto, todo lo contrario. Y remata la académica: «También como sociedad nos tenemos que mirar en el espejo antes de echar toda la culpa a los políticos».

Órale… la política está desprestigiada, pues sí, no se puede tapar el sol con un dedo ¿Y qué vamos a hacer al respecto, como ciudadanos? ¿Seguir tolerando que nos gobiernen rufianes con títulos o sin títulos universitarios, y sin pringa de vergüenza ni preparación ad hoc para el desempeño del cargo? Ese es el desafío, compatriotas. A ver si nos ocupamos en esta elección ya iniciada de informarnos siquiera un poquito respecto a las trayectorias y méritos de los ínclitos que pretenden ser nuestros representantes en el ejecutivo y el legislativo federal, y aquí en Coahuila, en lo municipal. Nos haríamos un gran favor.

Licenciada en Derecho, egresada de la UNAM. Posee varios diplomados, entre los que destacan Análisis Político, en la UIA; El debate nacional, en UANL; Formación de educadores para la democracia, en el IFE; Psicología de género y procuración de justicia. Colabora en Espacio 4, Vanguardia y en otros medios de comunicación.

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