Muerte en futbol veterano

Llevo 64 años jugando futbol ininterrumpidamente, desde que empecé a patear la de gajos a los 13 años. De chamaco jugaba encantado, beisbol con pelota de hule, natación silvestre en albercas naturales del par de arroyos de mi pueblo huasteco de Solís de Allende. De Temapache, le hacíamos al Tarzán en los matorrales y árboles centenarios aledaños, vago además en canicas trompo, valero y charpe, todas estas actividades humanas con riesgo de lesiones imprevisibles de leves a graves.

Recuerdo una vez, jugando a los gallos con las grandes y bellas hojas de malango, le amarrábamos una cuchilla bien afilada al tallo de la hoja y de frente, con la mano lanzábamos nuestro «gallo» en cruce con el contrario frente a frente: una vez la navaja de mi gallo le hizo una herida de unos dos centímetros en el dorso de la mano derecha con la que mi contrario, un sobrino, lanzó su gallo en contra del mío.

En el futbol son frecuentes las contusiones, escoriaciones en rodillas o piernas, y menos frecuentes, las fracturas. De jóvenes la capacidad de resistencia y recuperación son óptimas. Y en Torreón, en 1971, usaba cubrebocas del hospital donde estaba haciendo mi residencia de medicina interna. Con frecuencia coincidían las tolvaneras norteñas, durante los juegos de futbol, en ocasiones se suspendía temporalmente el juego, no se veía la de gajos.

Pero, cuando la fuerza mengua… pasados los 60… el riesgo de lesiones aumenta, nuestros reflejos, nuestra capacidad cardiopulmonar, el sistema musculoesquelético, ya tienen la factura del reloj, nuestra capacidad de los mecanismos de equilibrio metabólico y fisiológico (capacidad de homeostasis) también ha menguado.

Todo este deterioro degenerativo evolucionista ha ido cerrando en forma lenta y progresiva y en grado variable nuestras arterias que nutren a todos los órganos del oxígeno y energía vitales, que dependen del flujo de la sangre a todos nuestros órganos. Resultado: nos exponemos a lesiones graves, en la medida en que conozcamos nuestro potencial y nuestras limitaciones físicas y mentales y esencialmente estas últimas, nuestro potencial para coordinar y administrar nuestras limitaciones físicas cardiopulmonares y musculoesqueléticas en este deporte de choque de mucha capacidad aeróbica, deporte antes llamado «el juego del hombre», pero que ahora lo juegan bellas y graciosas damas.

Es obvio que siendo el futbol un juego de choque y competencia física aeróbica estamos más expuestos a eventos cardiovasculares fatales como ha venido sucediendo desde hace varias décadas en que se forjaron las diferentes ligas de veteranos.

Rememorando a ciertos compañeros de equipo:

Uno de ellos, sesentón, había sido operado de corazón, un bypas, es decir vivía con un puente coronario, con buena calidad de vida, regresó a las canchas, me tocó intercambiar pases y toques de balón lo que hacía mesuradamente durante varias temporadas, se retiró y finalmente murió.

Un colega, jugaba softbol, un sábado durante un juego del festivalazo (veteranos), se sintió agitado con opresión en el pecho, dejó el juego, el domingo fue a comer con su familia y el lunes por la mañana, aún fue a dar clase en la escuela de medicina con cierta disnea leve (falta de aire), a medio día se presentó a mi consultorio, clínicamente su disnea sugería un infarto, con la presión arterial y su frecuencia cardíaca hacia la baja y un electrocardiograma y enzimas cardíacas confirmaron un infarto agudo no complicado, sobrevivió otros seis años y murió de un cáncer de riñón que se diseminó a cerebro.

Un caluroso sábado, hace mas de cinco años, un compañero pidió su cambio porque ya «bofeaba» y yo era no refuerzo, sino el único «desfuerzo» que había, me pidieron entrar por él, pero cuando salió lo vi pálido, sudoroso, disneico y transparente, y en vez de entrar a jugar decidí revisarlo (siempre porto mi maletín de médico en mi coche), con presión baja, supuse un infarto. Tenía IMSS y estábamos a unas cuadras de esa clínica, donde confirmaron su infarto. Se recuperó, volvió a jugar.

Otro caso, hace más de 10 años, también compañero de juego, yo estaba de central y el de lateral derecho, siempre aguerrido, de pronto lo vi flaquear, agitado. Si te cansaste pide tu cambio, le dije, poco antes de terminar el primer tiempo. No, es que comí mole antes de jugar y me siento indigesto. Si aceptó su cambio, y le dije en seguida que termine el juego te reviso. Lo busqué en el intermedio. Se fue a su casa. El lunes siguiente se presentó en mi consultorio porque la «indigestión» continuaba. Un electrocardiograma y unas enzimas cardiacas confirmaron un infarto leve no complicado. Se recuperó, volvió a jugar sofbol y futbol. Hace unos días acudió a mi consultorio. Ya se retiró del futbol y softbol, solo trabaja en oficina.

Un sábado, yo andaba con un equipo de softbol por las mañanas y futbol por las tardes de sábado. Un caluroso sábado, un compañero pegó un batazo corto, para sencillo, lo quiso hacer doble y se tuvo que barrer en segunda: ¡out! Pero no se pudo levantar. Lo revisé en el colchón de segunda base y al descubrir su pecho y abdomen encontré una bolsa de diálisis. Era mi paciente diabético, le había perdido la pista, le encontraron daño y tenía diálisis peritoneal ambulatoria. Sobrevivió, solo fue golpe de calor por deshidratación, murió un par de años después por el daño renal.

Hace unas cinco semanas, con un calor infernal, observé como bufaba un contrincante al respirar, en un arranque de buenas a primeras se quedó parado y bruscamente cayó. Retumbó el piso, lo asistí: pálido y sudoroso, consciente, pero tenía confusión mental: desorientado en tiempo, espacio y persona, con la presión alta 160-110, corazón acelerado y arrítmico todo esto sugería un golpe de calor con deshidratación, pero había que descartar un infarto cardíaco en evolución por lo que fue llevado a su institución de salud. Hace poco lo encontré otra vez como contrincante: no estaba infartado, ni andaba de parranda, fue un golpe de calor que superó satisfactoriamente.

Concretando: todos estos sucesos son multifactoriales, no es el futbol en sí la causa directa y única, sino que se aúnan: la edad con su respectiva arterioesclerosis cerebral y cardíaca en grado variable para cada individuo, si fuman o no, si entrenan o no, el peso corporal, la actitud mental a la hora de participar en un juego: ¿por hacer deporte, forzosamente ganarle al enemigo, eliminar el estrés de la semana, convivir y «conbeber» con los amigos, por frustraciones deportivas o emocionales y hacer a edad madura lo que no se logró en la juventud?. No estigmaticemos al futbol ni a los que todavía lo jugamos. «Haiga sido como haiga sido, finalmente moriremos».

Continuamos la próxima con un dramático caso de infarto en el césped.

Lea Yatrogenia

Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Veracruzana (1964-1968). En 1971, hizo un año de residencia en medicina interna en la clínica del IMSS de Torreón, Coahuila. Residencia en medicina interna en el Centro Médico Nacional del IMSS (1972-1974). Por diez años trabajó como médico internista en la clínica del IMSS en Poza Rica Veracruz (1975-1985). Lleva treinta y siete años de consulta privada en medicina interna (1975 a la fecha). Es colaborador del periódico La Opinión de Poza Rica con la columna Yatrogenia (daños provocados por el médico), de opinión médica y de orientación al público, publicada tres veces por semana desde 1986.

Deja un comentario