Mi maestro de Lógica en la preparatoria nos decía que debíamos de ser críticos, pero que una crítica sin argumentos no servía para nada. Y por supuesto que tenía, tiene y tendrá razón siempre. Abrir la boca a tontas y a locas no tiene ningún sentido, salvo el de exponerte y quedar como un perfecto lerdo. No me cabe duda que estamos hechos para juzgar, nacimos en el seno de una sociedad en la que se juzga todo. Y en estos tiempos más, las redes, los medios de comunicación dan «parque» para hacerlo. Infortunadamente el debate sin sustancia ha ido a la alta y la opinión con sustento a la baja. No hay matices en lo que se expresa, la gritería del exabrupto se impone. No se es crítico cuando te permites que las vísceras avasallen al razonamiento, porque pierdes objetividad. Pero en el marketing político esto va de maravilla, se saca «provecho» de los mensajes huecos pero efectivos para ganarse el morbo del que los lee o los escucha. Se arman polémicas de pacotilla y entonces se le dedica más tiempo al vocerío que a poner en su sitio los absurdos.
Por otro lado, hay un criterio erróneo que domina, y que estriba en considerar que la crítica es algo negativo, y no tiene porque ser así, la crítica también tiene sentido positivo, cuando se hace de manera correcta. La crítica en política no es sinónimo de deslealtad. Yo estoy convencida de que cuando algo se hace mal, no se debe tener empacho en admitirlo. En un partido político es esencial ser autocríticos, eso nos fortalece y nos ayuda a salir airosos del problema. No me acuerdo donde lo leí que es mejor beneficiarse de la crítica que construye que arruinarse por un elogio falso. No saber escuchar nos lleva muchas veces a tomar decisiones equivocadas, y en política eso cuesta carísimo. Hay políticos que les encanta rodearse de aduladores, craso error. El político tiene que estar con los pies bien puestos en el suelo, no levitar, porque eso lo hace perder conciencia de la realidad. Esta es la razón por la que estoy cierta de que en Política no debe caerse en el error de decir sí a todo. Hay que tener los tamaños para decir NO, cuando haya que hacerlo, sentirse libre para reconocer que se está equivocado, porque continuar en ese derrotero va a acabar siendo perjudicial para la sociedad a quien se sirve. Hemos de ser muy cuidadosos cuando realizamos una crítica sobre determinadas decisiones políticas si no las acompañamos de alternativas de solución. Y cuando se es oposición hay que elevar el nivel de cuidado. Critica pero presenta un planteamiento de solventación.
Desde esta perspectiva, es importante que tengamos conciencia como integrantes de la sociedad lo que debe ser un político. Y no tiene mucha ciencia, nomás haya que apegarse al sentido común. Un político tiene que estar al tanto de lo que ocurre en la calle, solo así tendrá una idea clara de la realidad que se vive en ella y entonces será capaz de darle solución a lo que está generando el problema. No hay de otra. Y además bajarse del ladrillo al que infortunadamente se trepan muchos de ellos. Un buen representante es aquel que está a la altura de sus representados. Las actitudes de prepotencia los hacen odiosos .Y además exhiben su ausencia de luces en el tapanco.
Poder que ciega
¿Y a qué obedece estas actitudes? Puede haber un sinfín de motivos. Me centro en tres. Quizá se trata de alguien que no ha pasado por vicisitudes en su vida, porque le tocó todo planchado, y no conecta con la problemática del que siempre ha andado a pie. Otra sería que ha acumulado tanto poder, que se ciega y se le «olvida» de dónde viene y a quienes les debe el cargo. Y la tercera, porque detesta recibir críticas de su errado ejercicio del poder.
Una de las razones que tuve para afiliarme al partido en el que milito desde hace casi 30 años, es precisamente porque siempre he podido expresar lo que pienso con libertad. No voy a decirles que me aplauden, me he ganado ojerizas y verdaderas antipatías por esta forma de decir las cosas, de frente y sin darle vueltas a la glorieta. Mis puntos de vista procuro siempre que sean objetivos, he aprendido en el devenir del tiempo y de la experiencia que los años y el trajín me han enseñado a ser critica propositiva. Y no es fácil, pero se aprende si hay voluntad y genuino deseo de asimilarlo. También, y lo digo abiertamente, agradezco a quienes tienen diferentes puntos de vista diferentes a los míos que me los hagan saber, porque me llevan a la reflexión, porque me ayudan a tener más amplio el panorama, e incluso porque hasta me sacan del error en ocasiones. Para que un político crezca y le sirva a la sociedad debe estar asesorado por alguien que sea capaz de decirle que está equivocado y que le ofrezca una alternativa de solución eficaz y adecuada al caso concreto. El problema es cuando el susodicho no admite la ayuda por no convenir a sus intereses, es decir, porque le importa un bledo hacer bien las cosas y lo único que ve en el cargo es servirse del mismo para seguir medrando.
Es una bendición cuando uno tiene pasión por la política aprender a tener un pensamiento crítico y reflexivo, porque es la forma de crecer como persona y como servidor público. Infortunadamente esto no es primario para muchos.
Es esencial ser autocríticos en un partido político, es una de las maneras más eficaces de no perder contacto con la realidad y mejorar lo que se está haciendo o de plano desechar lo que se hace mal. Y aplica, por supuesto, para un Gobierno de cualquier nivel. Es fundamental que se acepte que la labor no se está llevando a cabo como debiera y comprender con humildad que la razón no la traes inmersa en tu persona. Y que equivocarse es de humanos y de sabios, como se apunta, corregir.
La oposición
Apunto otro aspecto que me parece sustantivo. No debemos perder de vista que ser oposición es más fácil que gobernar, para decirlo en términos coloquiales, no es lo mismo ver torear que andan toreando. Y quien hoy tiene a su cargo el Gobierno de este país, cuando fue oposición dijo muchas cosas, fue crítico acérrimo del régimen, pero ahora, mucho de lo que señaló con dedo flamígero como inaceptable, es precisamente lo que le está caracterizando a su Gobierno. Resulta muy fácil olvidarse de que no todo puede ni debe hacerse desde la óptica partidista. Un país requiere de estadistas para ser grande, y eso es parte de lo que nos tiene en esta suerte, la ausencia de estos. Y no confundamos estadistas con salvadores de la patria, ni caudillos de horca y cuchilla. De esos sobran, y en México hemos tenido de a montón per secula seculorum. No más, ojalá que este que hoy pernocta en palacio y que se autodefine como puro y blanco, sea el último. Hay demasiada soberbia e inflexibilidad para el dialogo, de modo que las condiciones para acceder a la crítica, son sueño guajiro.
En una entrevista que le hicieron al talentoso académico español Esteban Antxustegi, sobre el tema precisamente, contestó lo siguiente: «Es evidente. Cuando la gente critica a los políticos, muchas veces con razón, aunque nos duela porque son un ciudadano más, lo hace porque echa en falta a los líderes. Aquellos que no están pendientes del aparato de su partido, sino que piensan en su país. Hay muchos ejemplos y muchos perdieron las elecciones, como Churchill después de gestionar la victoria de la Segunda Guerra Mundial. Echo en falta esos políticos de grandes miras. Los políticos son reflejo de una sociedad que se mira al ombligo, que va más a lo suyo, pero bueno, creo en ella, creo que las ideas de una política con mayúsculas son fundamentales y espero que eso avance».
Ojalá que los mexicanos entendamos con claridad y a la brevedad, que por serlo —denominador común—, tenemos que aprender a convivir con nuestras naturales diferencias, porque eso no nos convierte en enemigos. Y en los Gobiernos también. Que aunque se tengan proyectos distintos con sello partidista, se tiene que tener la inteligencia y la humildad de acordar proyectos compartidos. ¿Por qué? Porque México es más grande que cualquier ideología o prisma partidista. Y bienvenida la crítica que nos abra la puerta al abrazo entrañable con la razón, con la justicia y con el bien de todos.