«Los puestos de responsabilidad hacen a las personas nobles más grandes y valiosas, y a las personas malvadas más pequeñas y viles».
Jean de la Bruyère
Es innegable que estamos ante un cambio de época, y precisamente para poder entenderlo hay que ir, como decía el ilustre filósofo español Ortega y Gasset a la raíz de las cosas. Hoy se agudizan los sempiternos problemas de México, como resultado de un sistema político caduco, que ya dio de sí, y por eso es imperativa la necesidad de modificarlo. Hay razones que nos están diciendo que hay que trabajar en serio en la transformación de la política de nuestro país. Con un sistema como el actual no se han podido llevar a cabo los acuerdos políticos y sociales que demanda el México de hoy. Tampoco se han podido generar los proyectos nacionales que le darían un giro a la precariedad de millones de mexicanos encadenados al infausto e institucionalizado asistencialismo. Asimismo, ya es hora de limpiar el óxido a las fuerzas políticas actuales y a los ínclitos que las dizque encabezan.
Necesitamos un sistema político que si funcione, que resuelva un problema sustantivo —y no es el único—, como es el distanciamiento entre la clase política y la ciudadanía. Necesitamos cambiar nuestra mentalidad o vamos a seguir bregando en la torre de Babel hasta la consumación de los siglos. Eso, por un lado. Tenemos un deterioro de la democracia que debemos atender, y esto inició tiempo atrás, pero se hizo caso omiso. Hoy vivimos inmersos en una crisis de gobernación precisamente derivada de lo que el economista francés Thierry Malleret, denomina las «cuatro fuerzas dominantes»: la interdependencia, la aceleración, la complejidad y la transparencia. Este siglo XXI ya tiene muy poco que ver con las circunstancias que determinaron en el XIX y el XX el sistema político que hoy tenemos. Vivimos una especie de amurallamiento del pasado aferrado a no renovarse.
La transformación del sistema político demanda, principalmente, una inteligente y razonada reforma constitucional. Tenemos que adaptarla a las necesidades de esta centuria. Requerimos modificar el sistema electoral, incluyendo por supuesto partidos políticos y el fortalecimiento del árbitro, es decir del INE, los consejeros, por ejemplo, deben ser electos de otra manera, una en la que no le deban el cargo a legisladores de ningún color, y si se puede, es bien factible. Se tienen que cambiar la ley de partidos políticos para ponerle un hasta aquí a los cacicazgos internos, porque los han podrido, entre otros. También hay que entrarle al tema de los sindicatos, ahí también hay mucho que hacer, porque precisamente de lo que no se ocupan es de defender los derechos laborales de los agremiados, los lideretes se venden al mejor postor y lo que protegen son sus coimas, sus trinquetes, sus arreglos en lo oscuro, etc., que les rinden muy buenos$$$$$ dividendos. A propósito de…salió electo el brazo derecho de Romero Deschamps en Pemex…un intocable… ¡Que cochinero! Hay que cambiar mucho, se requieren nuevas reglas para dejar en el pretérito los viejos «abusos», son el combustible del caciquismo, del clientelismo, del populismo, de toda esa maldita amalgama que hacen a las dos gárgolas odiosas, la corrupción y la impunidad, invencibles. México las supura, hieden, agravian, lo tienen enfermo, gangrenado hasta el tuétano, y el grueso de los mexicanos ya se acostumbraron a vivir con ellas, es «normal». Es esencial institucionalizar un nuevo sentido de la política en la democracia mexicana, que no es más que la relación y el control de la ciudadanía sobre el Estado, que los gobernantes se le cuadren a su patrón, que no se les olvide ni por un instante a quien le deben el puesto y quienes les pagan por ello. Esto no forma parte de la cultura de los mexicanos. Esto es fundamental que lo hagan suyo las nuevas generaciones. Obviamente esto no prosperará nomás porque se apunte en la Carta Magna, si no porque así se los enseñen en su casa sus padres, y en la escuela lo machaquen los maestros a mañana, tarde y noche.
Otro aspecto que es urgente que se deseche porque ha sido la peor maldición del sistema político vetusto que nos rige, es ubicar al poder Ejecutivo en su sitio, es decir, en el mismo nivel de los otros dos que también creó el Poder Constituyente, es decir, del Legislativo y del Judicial. El sistema político vigente se constituyó en torno al Poder Ejecutivo, vía una acumulación de poder impresionante. Bajo estos lineamientos se ha privilegiado el liderazgo y el activismo del presidente de la República, de tal suerte que los otros dos fueron quedando sometidos. Esto ha sido y es una verdadera desgracia para el país. ¿Por qué? Porque no existe el equilibrio de, y donde no hay este balance de fuerzas hay corrupción y un diablal de impunidad. Y para acabar de corolar el des…barajuste, los mexicanos no le dan ninguna importancia, podrían atenuarlo en las urnas no dándole la mayoría al mismo partido del presidente. Pero aquí se lo entregan en charola de plata, 70 años al PRI y ahora a Morena. ¿Cuál transformación en este escenario? ¿Se puede resolver? Claro. ¿Cómo? Cediéndole facultades a los otros dos poderes constitucionales y con esto recobraría la legitimidad el sistema y la propia el presidente. El resultado sería un esquema político de pesos y contrapesos en la vida institucional. Se acaba el tlatoani, asume su papel de Siervo de la Nación, como lo definió don José María Morelos y Pavón. Paso a otro punto. México necesita un Congreso en el que permee la pluralidad de visiones y de ideas, uno en el que los legisladores de los distintos partidos políticos se vean obligados a la discusión inteligente para llegar a acuerdos en favor de los mexicanos, no de su grupo parlamentario, ni de su partido. ¿Cómo? Enterándose de quien es quien cuando le tocan la puerta para pedirle el voto, no por el papelito, volante o flyer… sino porque revise su currícula, su trayectoria de vida, y determine con pleno conocimiento de causa si tiene el perfil para ser su representante. Ya verá usted cómo mejora el nivel de diputados, y a los partidos les presionas para que envíen a los mejores a las candidaturas. Eso por un lado y por otro, imponiéndoles la obligación de estar por lo menos dos veces al mes directa, personalmente, no por terceros, con sus representados en el distrito por el que contendieron, informándoles sobre su quehacer en la Cámara, sobre iniciativas que se están discutiendo, propuestas de sus representados que pueden convertirse en Iniciativas de ley. Haciendo también visitas periódicas a escuelas de los tres niveles académicos para que niños y jóvenes vayan enterándose de que existen y que hacen y aprendan a distinguir entre el trabajo de un diputado y un alcalde. Y a quien no cumpla, que se le descuente el día. Verá usted sino empiezan a cambiar su mentalidad las dos partes, representantes y representados.
La democracia es una palabra muy mencionada, llevada y traída…pero ¿cómo es una sociedad en la impera la democracia? En primer lugar, los ciudadanos tienen una situación de igualdad frente a la ley, es decir la posibilidad auténtica de defender sus derechos fundamentales frente a la autoridad y otros ciudadanos; dos, cuando se vive con la confianza de que existen instituciones autónomas y totalmente independientes del Gobierno en turno que son un contrapeso real del mismo y con capacidad crítica para generar opinión pública y tres, donde hay una prensa libre, plural, critica y diversa. Por supuesto que hay más que apuntar al respecto, pero el espacio se acaba.
México nos necesita a todos los mexicanos, sin excepción, para generar esta transformación que nos beneficiaría como nación. Necesitamos entender que tenemos que vivir juntos a pesar de que pensemos diferente, los seres humanos no fuimos hechos como robots, se nos dio inteligencia y libre albedrío, entonces aprendamos que no somos lobos esteparios, que nacimos para vivir en comunidad, que es en ella donde tenemos que poner cada uno los talentos distintos que tenemos, y la voluntad para que se dé la convivencia. De nosotros depende también el tipo de gobernantes que queremos, pero para ello, insisto, subrayo, que tenemos que estudiar, que aprender, que preguntar, que aclarar, que dialogar, que conocer el espacio del que somos parte, para poder elegir a quienes queremos que nos sirvan desde el ámbito público. Enterémonos de cuáles son sus funciones, sus facultades… sino, ¿qué vamos a exigirles? Y también, también es relevante que sepamos cuáles son nuestros derechos y nuestros deberes como mexicanos y como ciudadanos. No son fáciles las transformaciones, demandan disciplina, fuerza de voluntad, y en este caso en lo particular, mucho amor por México.