Después de un año de deambular en diferentes consultorios, incluyendo uno de cardiología, un paciente frisando los 30 años se quejaba de dolor leve pectoral y brazo izquierdo, intermitente y durante ese lapso después de haber gastado poco más de 50 mil pesos en diversos estudios, incluyendo radiografía de tórax electrocardiograma, dos ultrasonidos, uno reportando crecimiento de bazo y otro con bazo normal, una tomografía abdominal normal, una endoscopía gástrica reportando «gastritis», sin reportar várices esofágicas y después de recibir tres meses de tratamiento con omeprazol, casi 100% efectivo para gastritis, repitieron la endoscopía gástrica reportando nuevamente la «gastritis», además, entre múltiples medicamentos prescritos, entre ellos uno muy notable, que se llama indarzona, antirreumático que contiene un corticoide llamado dexametasona asociado con indometacina, ambos con el potencial de provocar gastritis medicamentosa y la dexametasona con el riesgo de provocar el síndrome de Cushing que puede desencadenar diabetes, hipertensión arterial, obesidad, disminución de defensas inmunológicas y con ello facilitar infecciones de leves a graves.
Y precisando, este hombre ya tenía tratamiento con metformina para el azúcar que se había elevado a 180 miligramos, y recibía losartan dizque por elevación de la presión arterial y había aumentado de peso. Es decir, la indarzona que había ingerido desde hace un año a dosis variables ya estaba provocando complicaciones.
Y lo más injusto de este caso: después de un año, de haberse gastado una verdadera fortuna para un trabajador como este, ni él, ni su desesperada familia contaban con un diagnóstico y pronóstico preciso de sus males, que en vez de mejorar habían empeorado por los efectos indeseables de los medicamentos que estaba ingiriendo.
Su preocupación principal seguía siendo el dolor del pecho y el brazo izquierdo, el cual había empeorado pues ahora los dolores también los sentía en otras regiones: cuello, espalda, piernas.
El interrogatorio minucioso y la exploración clínica ayudaron en correlación con todos los estudios comentados, a establecer la o las causas de sus males:
Tenía un negocio de pollería, vendía pollos destazados todos los días, con jornadas de sol a sol, y era zurdo predominante. Esto en parte explicaba el dolor en pecho y brazo izquierdo: agotamiento muscular, nada que ver con corazón el cual clínicamente y por electrocardiograma era normal. Además, era alcohólico, tomaba más de cuatro cervezas todos los días desde varios años antes, el alcohol puede provocar miositis (inflamación de músculos con dolor) y neuropatía que amplifica el dolor.
Por otra parte, tenía una hija de 10 años con una rara enfermedad, osteogénesis imperfecta, un trastorno genético en el cual los huesos se fracturan (se rompen) con facilidad. Algunas veces, los huesos se fracturan sin un motivo aparente. También puede causar músculos débiles, dientes quebradizos, una columna desviada y pérdida del sentido del oído.
Y precisamente, además de las actividades ya mencionadas de este hombre, todos los días tenía que cargar los 40 kilos de su hija para bañarla, darle de comer, o trasladarla de un lugar a otro.
Por todo lo anterior, si este hombre era capaz de trabajar de sol a sol para mantener a su familia, parece obvio suponer que no padecía en realidad ninguna enfermedad grave por así decirlo, en el sentido de la capacidad física. Un diabético descontrolado, por ejemplo, tiene muchas limitaciones físicas. Los trastornos psicosomáticos, la mayoría de las veces, no limitan la actividad física.
Y para rematar, después de un año de sentirse mal, de no contar con un diagnóstico preciso, haber gastado un mundo de dinero en relación a sus ingresos, nomás de pensar en padecer de algún mal que pudiera limitarlo o causarle la muerte, a este hombre le aumentaba la ansiedad tan solo de pensar en que su hija y su familia no tuvieran su apoyo, sentía que «el mundo le caía encima», y en un medio de pobreza cultural lo hacía persistir en el alcoholismo convirtiendo su vida en un círculo vicioso por demás nocivo emocional que incluía una neurosis familiar desgastante anímicamente.
Y lo peor, en el intento de controlar sus males, los medicamentos que estaba recibiendo empeoraban toda su sintomatología.
Y aún con sus limitaciones y su estado emocional, este hombre reaccionó favorablemente al explicar y exponerle mis puntos de vista referente a sus males: en primer lugar, que físicamente contaba con una capacidad bastante normal al lograr cumplir con su responsabilidad de mantener a su familia mediante un trabajo por demás «pesado» y asegurarle que el dolor del pecho y del brazo en realidad eran de origen muscular por agotamiento relacionado con el gran esfuerzo cotidiano y nada que ver con su corazón, afirmándole con bastante seguridad que era poco probable que un infarto cardiaco lo privara de seguir asistiendo a su familia.
Comprendió tan bien lo anterior que decidió confiar en mis proposiciones: sus males eran más emocionales que físicos, no corría peligro de muerte, podría seguir asistiendo a su familia, podía dejar de tomar medicamentos para la presión arterial y para su diabetes que eran provocadas por estrés y por la dexametasona y que solo debía tomar un par de medicamentos calmantes de sus dolores y un relajante suave del sistema nervioso.
Le agradó mi propuesta y después de un par de consultas en unos tres meses, había disminuido la ingestión de bebidas alcohólicas, su azúcar y su presión arterial se mantenían normales sin medicamentos, los dolores habían disminuido en un 80% al estar confiado en que eran por esfuerzo muscular y no de origen cardiaco.
La mejoría en realidad es consecuencia de haber perdido el miedo a morir, más que al par de medicamentos que se le indicaron.
Muchas personas pululan en los consultorios privados e institucionales con este tipo de problemas: enfermos sin diagnóstico definido a los cuales no se les toma en cuenta en su entorno psico-socio-económico.
Lea Yatrogenia