Las ocho características más relevantes que debe tener un buen Gobierno, según la Comisión Económica y Social para Asia y el Pacífico de las Naciones Unidas, son las siguientes:
Participación: directa o a través de intermediarios, instituciones o representantes legítimos. La participación informada y bien organizada implica la libertad de expresión y la organización de la sociedad civil.
Esto es esencial, y el Gobierno debe ser el promotor número uno de esta participación informada. En nuestro país, tristemente, no existe una cultura cívica, por eso a millones de mexicanos les importa una pura y dos con sal el ejercicio del poder público. Ese desinterés se engendró en la ausencia del civismo en las asignaturas escolares. Un día lo sacaron y nadie dijo nada. Y el ribete fue que en casa también muchos padres de familia se lavaron sus manos, con la «excusa» de que para eso mandaban a sus hijos a la escuela, para que se los enseñaran. A muchos compatriotas no les importa la política porque nadie les ha enseñado la importancia que tiene esta disciplina en el desarrollo de las instituciones democráticas que le dan fortaleza a una nación. Por ende, les tiene muy sin cuidado quien llega a los cargos públicos de elección popular, cuando debiera ser prioridad, toda vez que son quienes van a decidir por la población, en su calidad de representantes de esta. Y ni siquiera viendo la realidad se inmutan. Participar como ciudadanos en nuestra comunidad es un deber, organizar nuestra participación es de sentido común, no hay forma más efectiva de influir en las decisiones que nos atañen. Ya es hora de despertar del letargo. Un buen Gobierno, subrayo, promueve la participación de los gobernados, crea puentes de vinculación con estos, atiende, escucha, se ocupa y de esa realidad nacen sus políticas públicas.
Legalidad: el marco legal ha de ser justo e imparcial, con protección de los derechos humanos de todos, especialmente de las minorías; esto implica un poder judicial independiente e imparcial.
Es esencial la observancia de la ley para que haya orden en la comunidad. Los buenos Gobiernos se encargan de observar y hacer que se observen las normas jurídicas que rigen la vida pública del país y las que reconocen y garantizan los derechos de los gobernados. Tristemente, como David Noel, el rector emérito del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, lo señala, la impunidad y la inobservancia del estado de derecho son el origen de todos los males que padece este país. Y es que cuando no se respetan las leyes, empezando por el primer obligado a hacerlo, que es el Gobierno, hay más corrupción, y en consecuencia se genera más desigualdad social y con ello violencia e inseguridad. Hoy día la inseguridad ocupa el sitio número uno en el listado de los problemas que están afectando severamente a nuestro país. Hay regiones amplísimas del territorio nacional dominadas por el crimen organizado, son sus cuarteles centrales, y siguen avanzando de manera devastadora, envileciendo la existencia de millones de personas que tienen la desgracia de habitar ahí. No hay día de Dios que no se cometan crímenes de sangre, patrimoniales, etc., y la autoridad destaca por su ineficiencia, como si no existiera. Se creó una Guardia Nacional que no opera, que no está preparada para salvaguardar la seguridad pública, ni para realizar trabajos de inteligencia e investigación, entre otras funciones que se le asignaron. Las pruebas están a la vista.
Transparencia: se refiere a que la toma de decisiones respete las normas y leyes establecidas y que la información (accesible y entendible) estará disponible para todas las personas afectadas.
Es esencial que la información pública sea eso, pública, que todo el mundo pueda consultarla. Tenemos derecho a estar informados del manejo de nuestros recursos —el Gobierno no tiene recursos, los que existen provienen del bolsillo de los mexicanos— y de la actuación de los funcionarios públicos. Los institutos de acceso a la información, por eso se crearon, para servirse de ellos si los Gobiernos se niegan a proporcionarla. La transparencia es uno de los grandes logros en materia administrativa. Es la manera más efectiva de control de los gobernados a sus gobernantes y de sancionarlos judicial o legalmente sino cumplen sus promesas electorales. Gobierno que la evita no es buen Gobierno.
Sensibilidad: las instituciones y procesos tratan de servir a todos los interesados en un plazo razonable.
Es fundamental que un Gobierno la tenga, debe exigirse a quienes lo conformen. De ahí la relevancia de elegir con inteligencia a quienes ocupan una posición en un Gobierno de cualquier nivel —federal, estatal o municipal—, sin ella no hay puente de plata entre gobernantes y gobernados. Hay quienes llegados al cargo pierden piso, como se dice coloquialmente, y sienten que ni el aire que respiran los merece. Gobernar es servir, y servir con lo mejor que se tiene como persona, porque son personas a quienes te debes. A esas personas se les debe el puesto. Tratarlas con todo el respeto que se merecen es regla número uno. Resolver sus demandas en tiempo y forma, y no traerlos de Herodes a Pilatos, como se dice coloquialmente. Tratar a los demás como te gusta que te traten debiera ser norma en el servicio público.
Consenso: la buena gobernanza requiere la mediación de diferentes intereses para alcanzar un amplio consenso en la sociedad. También requiere una perspectiva amplia y a largo plazo para alcanzar el desarrollo humano sostenible; esto ha de ser resultado de una comprensión de los contextos históricos, culturales y sociales de una sociedad o comunidad. Un buen Gobierno sabe llegar a consensos que desembocan en acuerdos. Cuando su prioridad es servir se escuchan con respeto otros puntos de vista de la problemática o el asunto en cuestión, y se es capaz de tomar las mejores decisiones a favor de sus gobernados. La arrogancia y la necedad deben desecharse cuando se sientan en una mesa, a construir. Nadie tiene la razón inmersa en su persona. Un buen Gobierno sabe conjugar en plural. Hoy día como hace falta aprender a tocar la misma música con instrumentos distintos, como sucede con una Filarmónica, eso se llama armonía.
Equidad: una sociedad del bienestar depende de que todos sus miembros sean considerados y no se sientan excluidos. Esto requiere que todos los grupos, pero especialmente a los más vulnerables, tengan la oportunidad de mejorar o mantener su bienestar.
Un buen Gobierno, gobierna para todos, sin distingos, respeta los derechos fundamentales de sus gobernados, se esmera en generar condiciones para que todo el mundo se sienta incluido y respetado.
Eficiencia y eficacia: uso de los recursos disponibles para cubrir las necesidades de la sociedad; el concepto de eficiencia en el contexto del buen Gobierno también se refiere al uso sostenible de los recursos naturales y la protección del medio ambiente.
Hay mucho que trabajar en esta asignatura. Un buen Gobierno hace de la eficiencia y la eficacia sus patrones normativos, y entonces no busca excusas ni cuenta mentiras para justificar sus fallas, algunas más que fallas parecen perversiones. Por principio, es un Gobierno que no promete lo que sabe que no se va a cumplir, porque eso es burlarse de la confianza que le otorgaron en las urnas.
Responsabilidad: la rendición de cuentas es un requisito primordial del buen Gobierno. No sólo las instituciones gubernamentales, sino también el sector privado y las organizaciones de la sociedad civil deben ser responsables ante el público y sus actores institucionales. Una organización es responsable ante aquellos que se verán afectados por sus decisiones o acciones. La responsabilidad no se puede cumplir sin la transparencia y el imperio de la ley. El Estado es el responsable número uno del diseño y de la gestión de las políticas públicas y, sobre todo, de sus resultados, por ello es necesario un Gobierno que decida los planes, programas o proyectos, y que se haga cargo de sus decisiones. Se trata de una responsabilidad que no puede soslayarse de cara a la sociedad.
Son tiempos de tomar decisiones poniendo el bien común por delante, por encima de intereses personales. Hay un paradigma a romper, y estriba en empezar a pensar en los demás. Y esto es para todos, gobernantes y gobernados, el egoísmo en el que se viene cayendo, nos está convirtiendo en caníbales, y no se vale, es ir en contra de nuestra naturaleza gregaria, de esa que describió magistralmente el genio prodigioso de Aristóteles.