La primera bomba atómica de la historia fue probada un 16 de julio de 1945 en el desierto de Nuevo Mexico en Estados Unidos. La explosión considerada como «exitosa» fue la culminación de años de investigaciones de EE. UU., que bajo el «Proyecto Manhattan», se desarrolló desde el año 1939 con un grupo de científicos de las universidades de Columbia, Princeton y California. Robert Oppenheimer, el físico líder del proyecto, atestiguó la prueba y al ver la explosión citó un antiguo texto hinduista, el Bhagavad Gita, y dijo: «Ahora me he convertido en la muerte, destructora de mundos».
Era una bomba de plutonio similar a la que tres semanas más tarde fue lanzada sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, causando la muerte de 220 mil personas, la mayor parte de ellos incinerados de inmediato, desaparecidos por la ola de calor. A partir de entonces, el poder nuclear desbocó el desarrollo de más armas nucleares, cada una más potente que la anterior. Estados Unidos y la entonces Unión Soviética se embarcaron en una carrera que no se ha detenido y a la que luego se sumaron China, Francia, Corea del Norte, Inglaterra, India, Pakistán e Israel, todos con suficientes bombas para destruir 100 veces nuestro planeta.
Es por eso que en 1947, Albert Einstein, Robert Oppenheimer y otros científicos que ayudaron a crear las primeras armas nucleares, luego del final de la Segunda Guerra Mundial y sus graves consecuencias, los expertos concibieron una manera de alertar al mundo entero de ésta y otras catástrofes. Así es que crearon el «reloj del fin del mundo», uno en donde la medianoche representaría el apocalipsis. Y aunque la cuenta regresiva no es vinculante con algún hecho particular, es decir, no se liberarán los jinetes del apocalipsis, lo que sí quiere representar es que se podrían desatar desastres naturales o una guerra nuclear cuando marque la medianoche.
Este reloj del apocalipsis, mueve sus minutos y segundos luego del consenso al que llegan una Junta de Ciencia y Seguridad compuesta por expertos que evalúan las posibilidades de un probable «apocalipsis». Lo hacen, mediante un análisis geopolítico sólido, el referente de las principales amenazas a las que se enfrenta la humanidad. Y bueno, pues resulta que estos relojeros, se reunieron hace unas semanas y decidieron moverlo a tan solo 90 segundos de la media noche, las 23:58:30 horas, a tan solo 90 segundos del apocalipsis, ese que acabará con la civilización como la conocemos.
Las manecillas del reloj se pararon en esta hora crítica a raíz de La Tierra se acerca al apocalipsis por la amenaza nuclear en la guerra de Rusia contra Ucrania, así como el asalto de Hamás del 7 de octubre en Israel y el conflicto en la Franja de Gaza, el empeoramiento de los desastres relacionados con el clima y el peligro de la inteligencia artificial.
«El año pasado, expresamos una intensa preocupación al mover el reloj a 90 segundos para la medianoche, lo más cerca que ha estado de una catástrofe mundial», dijo Rachel Bronson, directora general del grupo. «Los riesgos del año pasado continúan con una veracidad intacta y siguen dando forma a este año».
La situación actual, dicen, es incluso peor que la de 1953, cuando el reloj marcó las 23:58:00 horas durante la Guerra Fría, cuando tanto los soviéticos como los estadounidenses realizaron sus primeras pruebas con armas termonucleares. «El Reloj del Juicio Final continúa flotando peligrosamente, recordándonos cuánto trabajo se necesita hacer para garantizar un planeta más seguro y saludable. Debemos continuar alejando de la medianoche las manecillas del reloj», dijo Bronson.
Ellos aseguran que el reloj, por supuesto, es una metáfora que nos recuerda los tiempos de la guerra fría en donde los riesgos de una aniquilación nuclear global en un abrir y cerrar de ojos estuvo a la vuelta de la esquina. Hoy, con un reloj que parece no detenerse, es prudente citar a Javier Pérez de Cuellar, secretario general de la ONU en plena guerra fría, cuando dijo: «Hoy, el apocalipsis ha dejado de ser una mera referencia bíblica para convertirse en una posibilidad muy real. Nunca antes, en el acontecer humano se nos había colocado tan al límite, entre la catástrofe y la supervivencia».