Genialidad y locura en el juego ciencia

De nueva cuenta el ajedrez no fue incluido en los Juegos Olímpicos. Pese a que más de 650 millones de personas lo practican en el mundo, sigue ausente de la justa olímpica. Es verdad que el ajedrez tiene sus propias olimpiadas, pero es insuficiente. El ajedrez desarrolla las habilidades mentales como ningún otro juego. Éste y otros argumentos se pueden esgrimir para pugnar por su incorporación a los Juegos Olímpicos. Quizá el escaso derroche de esfuerzo físico juegue en contra de que forme parte de dichas competencias. También puede ser que el hecho de no ser un deporte espectáculo influye en el Comité Olímpico Internacional (COI) para negar su presencia en los juegos de marras. Aunque no debemos olvidar que en tiempos de Guerra Fría hubo épicas batallas, por ejemplo, entre el norteamericano Fischer y el soviético Spassky. Además, posteriormente, Kasparov acaparó la atención con sus duelos frente a la computadora Deep Blue.

Estamos ante un juego que desarrolla la genialidad del individuo en grado sumo. Recuerdo que hace algún tiempo un simpático científico se quejaba amargamente de por qué, si él era un genio, no podía pertenecer al Sistema Nacional de Investigadores. Yo le respondí con cierto sarcasmo: «no olvides que todo genio es incomprendido, pero no todo incomprendido es un genio». La genialidad es excepcional. Y es verdad que los genios suelen ser marginados de las instituciones y de la vida en general. Los grandes maestros del ajedrez han sido genios y, muchos de ellos, incomprendidos. Esta incomprensión juega en contra de la cordura de estos competidores.

A lo largo de mi vida he contado con la suerte de leer varias novelas en torno al ajedrez. Recuerdo cuatro a bote pronto: Novela de ajedrez de Stefan Zweig, La diagonal Alekhine de Arthur Larrue, Gambito de dama de Walter Tevis y la celebrada La defensa de Vladimir Nabokov. Esta última lleva mano sobre las demás debido a la pluma excelsa de Nabokov, pero también a que expresa de modo inigualable esa terrible realidad: a veces la genialidad conduce a la locura. La novela de Nabokov ha sido llevada a la pantalla bajo el nombre de The Luzhin Defence o, en español, La estrategia de Luzhin, con una actuación impresionante de Emily Watson.

La novela y la cinta narran la historia de un gran maestro del ajedrez, perturbado mentalmente, y su relación con una joven que conoce en un torneo de ajedrez en Italia. El chico Luzhin era raro desde pequeño, incluso antes de aficionarse al juego ciencia. El padre de Luzhin, un escritor mediocre, llama a nuestro juego «un juego de dioses» (p. 43), y vaya que lo es, si tomamos en cuenta los poderes que despliega. Se trata de matar al rey. La tía funge como mentora del pequeño Luzhin en el ajedrez, pero el ajedrez es, desgraciadamente, una cosa inestable que desestabiliza las mentes que se atreven a jugarlo. Será realmente el «anciano caballero de las flores» quien lo motive a incursionar de manera decidida en este juego: «vas a llegar lejos», le dice (p. 57). Pronto Luzhin pasará de ser un niño prodigio a un maestro.

Pero el agotamiento sobreviene. Son 18 años de torneos. Y también llega el amor a su vida. Ya cerca de la partida crucial contra Turati, el campeón del mundo, conoce a dicha musa. Ambos se enamoran. La madre de la muchacha se opone a la unión, pues piensa que Luzhin es «un individuo taciturno y peligroso» (p. 117). Abandona la partida, sufre un colapso, no precisamente de ballena, diría Capulina, y se deschaveta. «Los periódicos publicaron la noticia de que Luzhin había sufrido una crisis nerviosa antes de terminar la partida decisiva…» (p. 158). El resto de la novela nos presenta el deterioro creciente de nuestro héroe y los desvelos de la que se convertirá en su mujer para intentar rescatarlo del ajedrez y de la locura. Su obsesión por el ajedrez y por la partida que quedó pendiente con Turati se acrecienta. Deberá encontrar la «defensa» adecuada para vencer, si se presentara la ocasión, al campeón italiano. «En los últimos días todos sus pensamientos habían girado en torno al ajedrez, pero aún se resistía… no obstante, sólo era capaz de pensar en imágenes de ajedrez, y su mente funcionaba como si estuviera sentado ante un tablero» (p. 247). El suicidio será la salida. «Pero Alexander Ivánovich ya no existía» (p. 261). Así termina la novela. El filme, como casi siempre, nos ofrece un final feliz. Su esposa, Natalie, encuentra un papel donde Luzhin ha redactado la estrategia de defensa que la llevará a vencer a Turati. Natalie juega por Luzhin y sale victoriosa.

Locura denota irracionalidad, descontrol, anormalidad, fuga de la realidad, etcétera. Algunas veces, el desarrollo excepcional de la racionalidad puede llevarnos a la locura. Al ingenioso hidalgo «del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro». Quizá esto sucede porque se nos olvida que somos racionalidades sentientes y si queremos sobrevivir hemos de manejar los sentimientos. En la novela, algunas circunstancias juegan en contra de Luzhin. Destaca la mala influencia del que llegará a ser su tutor y apoderado, Valentinov. Pero Nabokov parece sugerir que es el ajedrez el que orilla al protagonista de la historia a convertirse en un ser obsesivo y disfuncional. El «ábrete sésamo» lo podríamos encontrar en aquella frase: «entre la cordura y la locura se desata la creatividad». Hemos de mantener ese difícil equilibrio para crear, construir y darle jaque mate al rey.

Referencia:

Nabokov, Vladimir, La defensa, Trad. de Sergio Pitol, Anagrama, Col. Compactos, No. 190, 3ª. edición, Barcelona, 2018.

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