A ritmo de tango

La democracia en Argentina cumple este año cuatro décadas de haberse restaurado. Raúl Alfonsín, del partido Unidad Cívica Radical (UCR), fue elegido presidente en 1983 después de casi ocho años de dictadura cívico-militar encabezada sucesivamente por los generales Rafael Videla, Roberto Viola, Leopoldo Galtieri y Reynaldo Bignone. A este periodo de terror se le denominó Proceso de Reorganización Nacional.

«El padre de la democracia moderna argentina» sería más tarde vicepresidente de la Internacional Socialista. La organización reformista lo reconoció, tras su fallecimiento en 2009, como uno de los pocos líderes que tuvieron el valor de «pronunciarse contra el Gobierno militar que derrocó a Isabel Perón en 1976». Alfonsín creó la Asamblea Permanente para los Derechos Humanos y defendió a los prisioneros políticos ante los tribunales.

De los 40 años de democracia argentina, alrededor de 28 los ha gobernado el Partido Justicialista, fundado en 1946 por el militar y político Juan Domingo Perón. El Pocho, como era conocido, ocupó la presidencia en tres ocasiones; la primera en 1946 y la última en el periodo 1973-74, cuando murió y lo sustituyó su esposa María Estela Martínez de Perón, pues era la número dos del Gobierno. Los únicos presidentes no peronistas, después de Alfonsín, han sido Fernando de la Rúa (UCR), quien renunció en medio de una crisis económica y social, y el empresario Mauricio Macri del partido derechista Propuesta Republicana, exmilitante del Partido Justicialista. El peronismo fue vencido el 19 de noviembre pasado por el extravagante Javier Milei, cuyo triunfo es calificado por The New York Times como «una victoria para la ultraderecha mundial».

Argentina está acostumbrado a este tipo de bandazos. El candidato oficialista Sergio Massa ganó las primarias a pesar de su desempeño como ministro de Economía del peronista Alberto Fernández. El aumento de precios rebasa ya el 140%, la pobreza afecta casi a la mitad de la población y el dólar se encuentra por las nubes.

Milei, al igual que Donald Trump, Jair Bolsonaro y Boris Johnson, es un político disruptivo. En su caso ha ido demasiado lejos, pues en sus peroratas incluso ha insultado al papa Francisco. Por otra parte, ha minimizado los abusos de la dictadura militar. Bolsonaro, aliado suyo, hizo lo mismo en Brasil, pero ninguno puede borrar la historia de represión y tortura que llevó a la tumba a millares de personas y a otras tantas a la desaparición.

Milei subirá a Argentina a la montaña rusa. El presidente electo pretende dolarizar la economía, desaparecer el banco central, eliminar los subsidios a los pobres, bajar los precios a los ricos, privatizar empresas públicas y recortar el gasto público. No con tijeras, sino con sierra. Su discurso contra la clase política caló hondo entre los votantes jóvenes. Sin embargo, medidas así son una incitación a la repulsa social. Fernando de la Rúa lo vivió en carne propia.

Los argentinos son un pueblo que, tras soportar dictaduras y Gobiernos venales y anodinos de todos los signos, ha dejado de intimidarse y no se lo piensa dos veces para salir a las calles y exigir la renuncia de sus autoridades. Milei está en las antípodas de Raúl Alfonsín y cerca de Abdalá Bucaram, el Loco, quien fue destituido por el Congreso de Ecuador siete meses después de haber tomado posesión. ¿El motivo? Incapacidad mental para gobernar. Los argentinos eligieron a su Loco. La pregunta es ¿cuánto tiempo lo soportarán?

El rostro de la derrota

El canto de sirena de la partidocracia, la oligarquía y un sector amplio de la prensa sedujo a Xóchitl Gálvez para aceptar la candidatura presidencial por el Frente Amplio (FA), sin calcular el riesgo de una derrota abrumadora. Tocar las puertas de Palacio Nacional y retar al hombre más poderoso del país hubiera sido, en otro tiempo, un acto suicida. Mas no ahora, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador a diario es objeto de críticas y burlas en plaza pública, charlas de café, medios de comunicación y redes sociales, algo propio en cualquier democracia. Gálvez perdió la oportunidad de vencer a Morena y a su caudillo en su terreno: la Ciudad de México. Hoy, a juzgar por la forma como el PAN, PRI y PRD decidieron la candidatura, ni el Gobierno capitalino le será asequible a las oposiciones en los próximos comicios.

Los chispazos de Gálvez los apagaron sus deslices y una confianza asentada sobre arena. Repudiar al líder priista Alejandro Moreno y después pavonearse con él, la humilla y disminuye. Los fallos en la organización de sus mítines —pasto para los caricaturistas— y el tono de sus discursos atraen a los buitres. Empezar la precampaña con la percepción pública perdida es el peor augurio. El peso de siglas partidistas desahuciadas vuelve imposible la tarea. La renuncia de liderazgos en el PRI y el PAN, agravada por la torpe dirección de Moreno y de Marko Cortés, así como la formación de alianzas y bloques, significa pérdida de votos. Ofrecer democracia y elegir candidatos a dedo genera decepción y socava los cimientos del frente opositor.

La política hidalguense es vista como una candidata sin fuerza, aislada y sin asideros ideológicos. La culpa no es de ella, sino de los partidos que la apoyan por haber abandonado el trabajo político en aras de la utilidad para sus burocracias. Dejar la iniciativa al presidente López Obrador en vez de actuar como oposición, lo han pagado caro. En realidad, nunca lo fueron, pues al fundirse en el Pacto por México de Peña Nieto, antecedente del FA, renunciaron a su compromiso con la ciudadanía y le allanaron el camino a Morena. La ausencia de Beatriz Paredes, la aspirante mejor calificada, es un mentís a la unidad proclamada por el FA de dientes afuera y una bofetada con guante blanco a las cúpulas partidistas.

Morena resolvió con menores sobresaltos las diferencias surgidas en la postulación de sus candidatos. Tanto para la presidencia de la república como para la jefatura de Gobierno de Ciudad de México y nueve gubernaturas. El FA y los poderes fácticos movieron desde un principio mal sus fichas. La apuesta obstinada por el fracaso de López Obrador, el crecimiento de Gálvez, la división en Morena y la adhesión a su causa de Movimiento Ciudadano, crearon la tormenta perfecta para la debacle. Claudia Sheinbaum, la «sucesora natural para mantener al país en la ruta de la 4T sin zigzagueos», ya es percibida como presidenta.

Del lado del FA, hasta los críticos más recalcitrantes de López Obrador y los simpatizantes menos pesimistas de Gálvez empiezan a advertir las debilidades y cortedad de miras de su favorita. La senadora con licencia posee atributos, pero no los necesarios para afrontar al partido en el poder y a un presidente fuerte y todavía bien calificado. Ver en el triunfo del ultraconservador argentino Javier Milei un ejemplo de lo que podría ocurrir en México el 2 de junio entrante es descabellado y equivale a una declaración anticipada de derrota.

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