Il faut cultiver notre jardin
Voltaire
Mis alumnos introducen el tema «La psicología humanista» con una referencia al humanismo renacentista; el bautizado por Ortega y Gasset como «la dictadura de los gramáticos». Humanismo que consiste en una vuelta a los clásicos, pero también en poner en el centro al hombre frente al medieval teocentrismo. Pienso en ese momento en la necesidad de que el humanismo tout court se imponga en todos los confines del planeta. Las guerras, en Ucrania y en Palestina, nos preocupan. Me gustaría ver «la paz perpetua kantiana» establecerse en todas las latitudes del planeta. El «homo homini lupus» de Plauto, Bacon y Hobbes lastima nuestras conciencias. ¿Por qué devorarnos unos a otros? Suena un tanto romántico. Pero ¿quién dijo que el romanticismo es deleznable?
En todas las disciplinas científico-sociales hay siempre un acento en el humanismo por parte de un puñado de contestatarios. Y no es la excepción la ciencia psicológica. Ya venían imponiendo su ley el psicoanálisis y el conductismo. El psicoanálisis llamando nuestra atención con la hipótesis de un inconsciente traicionero e incontrolable y el conductismo visualizando nuestro comportamiento en términos de «estímulo y respuesta» cual si fuéramos máquinas.
En este contexto, algunos psicólogos estadunidenses propusieron como objetivo, influidos por la dinámica filosófica de la fenomenología y del existencialismo, que el individuo se autorrealizara en la aceptación de sí mismo. Protestaron de ese modo contra un psicoanálisis que relativizaba el lado consciente del individuo y un conductismo que se identificaba con el mecanicismo. Frankl preconizó la logoterapia y con ella la promoción de la búsqueda de sentido en el consultorio. Maslow diseñó su pirámide de necesidades con el objeto de que aspiremos a la cúspide de dicha pirámide, es decir, a la autorrealización. Rogers invitó a los terapeutas a centrarse en el cliente. Y otros más sugirieron nuevos derroteros de cara a humanizar el proceso terapéutico.
Todo ello está bien. Lo celebro. Sin embargo, hay que tener cuidado de desligarse de los aportes de las otras dos fuerzas de la psicología: el psicoanálisis y el conductismo. Sin olvidar la contribución que puedan hacer otras corrientes o teorías psicológicas tales como la Gestalt o la psicología genética de Piaget. No se puede omitir el reconocimiento del pasado infantil en la atención al paciente. Tampoco se pueden despreciar los condicionamientos operantes que puedan ayudar a resolver ciertos trastornos psíquicos. Una alianza entre las tres fuerzas, respetando su especificidad, sin caer en eclecticismos baratos, puede contribuir a resolver nuestra disfuncionalidad.
El humanismo, por lo general, tiende a fomentar una visión optimista de la realidad humana. A veces nos recuerda al Cándido de Voltaire que cree con Leibniz que éste es el mejor mundo de los posibles. El mismo Voltaire, en tono irónico, concluyó: «no sé qué es la vida eterna, pero esta vida es una broma pesada», (citado por Schopenhauer). Un poco de realismo no nos viene mal para enfrentar la crudeza de la existencia.
El mismísimo presidente de la república preconiza el humanismo mexicano. Habrá que darle un contenido realista a esta expresión que no puede agotarse en la Cartilla Moral de Alfonso Reyes. La alusión al respeto es hoy más necesaria que nunca y la celebro. Empero, la descripción de la deshumanización imperante requiere de un tratamiento fino. El humanismo debe de dejar de estar de moda, porque la moda, a final de cuentas, es efímera.
Un buen ejercicio