La sociedad entre el PRI y el PAN es de larga data: empezó en 1988, cuando el segundo avaló la elección fraudulenta de Carlos Salinas de Gortari. La maquinaria del Estado pasó por encima de Cuauhtémoc Cárdenas, postulado por una coalición de izquierda bajo el paraguas del Frente Democrático Nacional (precedente del PRD), y Manuel de Jesús Clouthier, el célebre Maquío, expresidente del Consejo Coordinador Empresarial, quien representó las siglas del partido fundado por Manuel Gómez Morín en 1939 para plantar cara al presidente Lázaro Cárdenas y detener su proyecto socialista.
Clouthier jamás reconoció el triunfo de Salinas e incluso formó un gabinete alternativo del cual surgiría años más tarde el primer presidente no priista, Vicente Fox. En su libro La Cruzada por la Salvación de México, Maquío denuncia un fraude previo en Sinaloa (1986) para imponer a Francisco Labastida, con quien compitió por la gubernatura. El 1 de octubre de 1989, el excandidato presidencial y el diputado Javier Calvo Manrique murieron prensados por un tráiler en un sospechoso accidente en la carretera México-Nogales. Ambos se dirigían al cierre de campaña de Humberto Rice Rodríguez, quien ganó la alcaldía de Mazatlán.
El PAN legitimó a Salinas y su voto en las cámaras de Diputados y de Senadores posibilitó las reformas neoliberales para privatizar el ejido, la banca y decenas de empresas públicas, entre ellas Teléfonos de México y Altos Hornos de México; reanudar las relaciones Iglesia-Estado y eliminar del artículo 82 constitucional la prohibición según la cual los hijos de extranjeros no podían ser postulados para la presidencia. Sin esa concesión al PAN, Fox no habría ocupado el cargo.
Salinas de Gortari recompensó generosamente a Acción Nacional, a los grandes capitales, a las iglesias y a las televisoras por hacer la vista gorda en el fraude de 1988. Un año después, el sistema reconoció la primera victoria del PAN en un estado (Baja California) luego de los fraudes en Chihuahua (1986) y San Luis Potosí (1991) donde postuló a Francisco Barrio y a Salvador Nava, también obtuvo gobiernos por concesión del presidente, como el de Guanajuato, donde Carlos Medina duró en el poder más tiempo que varios gobernadores del PRI electos en las urnas.
En la sucesión de 2006, Vicente Fox quiso eliminar de la carrera al jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, con un juicio de procedencia, pero el tiro le salió por la culata, pues su partido estuvo a punto de perder la presidencia. Felipe Calderón pudo haber pactado votos con el entonces gobernador de Estado de México, Enrique Peña Nieto. Seis años después le pagaría el favor con una candidata del PAN débil y sin apoyo, Josefina Vázquez Mota.
La alianza PAN-PRI la vemos ahora en el terreno electoral, con la suma del PRD. Los tres partidos firmaron con Peña Nieto el Pacto por México para negociar, fuera del Congreso, pero sí con el aval de «sus» diputados y senadores, las reformas energética, laboral y educativa. La primera se logró mediante sobornos a legisladores de Acción Nacional y de otros partidos, según declaraciones del exdirector de Pemex, Emilio Lozoya. La trinca intentará arrebatarle a Morena el control del Congreso en las elecciones intermedias y evitar su avance en los estados, 15 de los cuales nombrarán gobernador. Fracasar sería la palada final a la tumba de la partitocracia.